martes, 20 de octubre de 2009

A corazón abierto, Javier Albisu, sj. (VIII)

Morir con el corazón

Morir con el corazón es caer en tierra y ser fecundo.
Es salir de si mismo renunciando a uno.
Es saber porqué y a dónde, se encamina toda vida en este mundo.
Morir con el corazón es dar belleza al rostro cuando es tiempo del ayuno.
Es aguardar en la brecha, lo que en llegar no tiene apuro.
Es tomar la santidad, no como prenda o como un lujo.
Morir con el corazón es dejar de golpearse la cabeza contra aquello que se opuso.
Es no vivir de la nobleza de aquello que se tuvo.
Es conocer la grandeza de lo pequeño que está oculto.
Morir con el corazón es sentir que el alma se estremece al dejar lo que era suyo.
Es acabar de reprocharse por lo mucho, que quizás, no pudo, y aprender a dar las gracias por lo poco, que en sus propias manos, cupo.
Morir con el corazón es saber estar en paz en un lugar seguro.
Es entender que los inviernos, no son largos sino duros.
Es aprender en los otoños a soltar lo que, antes por un tiempo, se retuvo.
Morir con el corazón es enfrentar a la muerte cara a cara y sin tapujos.
Es poder estrechar bien franca la mano del verdugo, y entregarle a su suerte lo que más vivo estuvo.
Morir con el corazón es vaciar las alforjas sin guardarse ni un mendrugo.
Es entregar la posta a quien le toca el turno.

Morir con el corazón es devolverle a Dios en perla, lo que su amor en grano, puso.

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