domingo, 31 de enero de 2010

Juan Pablo II: la confesión, caricia del perdón de Dios.

Carta a los sacerdotes con motivo del Jueves Santo de 2001
CIUDAD DEL VATICANO, 2 abr 2001 (ZENIT.org).- El redescubrimiento del sacramento de la reconciliación ha sido uno de los grandes frutos del Jubileo del año 2000. Ahora, Juan Pablo II pide la colaboración de todos los sacerdotes del mundo para que todo bautizado pueda experimentar la caricia del perdón de Dios.
«Hay que decir con firmeza y convicción que el sacramento de la Penitencia es la vía ordinaria para alcanzar el perdón y la remisión de los pecados graves cometidos después del Bautismo», explica el Papa. Ofrecemos a continuación el texto íntegro de la Carta que Juan Pablo II ha dirigido a los sacerdotes de todo el mundo con motivo del Jueves Santo de 2001.
* * *
Queridos hermanos en el sacerdocio:

1. En el día en que el Señor Jesús hizo a la Iglesia el don de la Eucaristía, instituyendo con ella nuestro sacerdocio, no puedo dejar de dirigiros --como ya es tradición-- unas reflexiones que quieren ser de amistad y, casi diría, de intimidad, con el deseo de compartir con vosotros la acción de gracias y la alabanza.

«¡Lauda Sion, Salvatorem, lauda ducem et pastorem, in hymnis et canticis!». En verdad es grande el misterio del cual hemos sido hechos ministros. Misterio de un amor sin límites, ya que «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1); misterio de unidad, que se derrama sobre de nosotros desde la fuente de la vida trinitaria, para hacernos «uno» en el don del Espíritu (cf. Jn 17); misterio de la divina «diaconía», que lleva al Verbo hecho carne a lavar los «pies» de su criatura, indicando así en el servicio la clave maestra de toda relación auténtica entre los hombres: «os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Jn 13, 15).

Nosotros hemos sido hechos, de modo especial, testigos y ministros de este gran misterio.

2. Este Jueves Santo es el primero después del Gran Jubileo. La experiencia que hemos vivido con nuestras comunidades, en esta celebración especial de la misericordia, a los dos mil años del nacimiento de Jesús, se convierte ahora en impulso para avanzar en el camino. «¡Duc in altum!». El Señor nos invita a ir mar adentro, fiándonos de su palabra. ¡Aprendamos de la experiencia jubilar y continuemos en el compromiso de dar testimonio del Evangelio con el entusiasmo que suscita en nosotros la contemplación del rostro de Cristo!
En efecto, como he subrayado en la Carta apostólica «Novo millennio ineunte», es preciso partir nuevamente desde Él, para abrirnos en Él, con los «gemidos inefables» del Espíritu (cf. Rm 8, 26), al abrazo del Padre: ¡«Abbá, Padre»! (Ga 4, 6). Es preciso partir nuevamente desde Él para redescubrir la fuente y la lógica profunda de nuestra fraternidad: «Como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34).

3. Hoy deseo agradecer a cada uno de vosotros todo lo que habéis hecho durante el Año Jubilar para que el pueblo confiado a vuestro cuidado experimentara de modo más intenso la presencia salvadora del Señor resucitado. Pienso también en este momento en el trabajo que desarrolláis cada día, un trabajo a menudo escondido que, si bien no aparece en las primeras páginas, hace avanzar el Reino de Dios en las conciencias. Os expreso mi admiración por este ministerio discreto, tenaz y creativo, aunque marcado a veces por las lágrimas del alma que sólo Dios ve y «recoge en su odre» (cf. Sal 55, 9). Un ministerio tanto más digno de estima, cuanto más probado por las dificultades de un ambiente altamente secularizado, que expone la acción del sacerdote a la insidia del cansancio y del desaliento. Lo sabéis muy bien: este empeño cotidiano es precioso a los ojos de Dios.
Al mismo tiempo, deseo hacerme voz de Cristo, que nos llama a desarrollar cada vez más nuestra relación con él. «Mira que estoy a la puerta y llamo» (Ap 3, 20). Como anunciadores de Cristo, se nos invita ante todo a vivir en intimidad con Él: ¡no se puede dar a los demás lo que nosotros mismos no tenemos! Hay una sed de Cristo que, a pesar de tantas apariencias en contra, aflora también en la sociedad contemporánea, emerge entre las incoherencias de nuevas formas de espiritualidad y se perfila incluso cuando, a propósito de los grandes problemas éticos, el testimonio de la Iglesia se convierte en signo de contradicción. Esta sed de Cristo --más o menos consciente-- no se sacia con palabras vacías. Sólo los auténticos testigos pueden irradiar de manera creíble la palabra que salva.

4. En la Carta apostólica «Novo millennio ineunte» he dicho que la verdadera herencia del Gran Jubileo es la experiencia de un encuentro más intenso con Cristo. Entre los muchos aspectos de este encuentro, me complace elegir hoy, para esta reflexión, el de la «reconciliación sacramental». Este, además, ha sido un aspecto central del Año Jubilar, entre otros motivos porque está íntimamente relacionado con el don de la indulgencia.
Estoy seguro de que en las Iglesias locales habéis tenido también una experiencia importante de ello. Aquí, en Roma, uno de los fenómenos más llamativos del Jubileo ha sido ciertamente el gran número de personas que han acudido al Sacramento de la misericordia. Incluso los observadores laicos han quedado impresionados por ello. Los confesionarios de San Pedro, así como los de las otras Basílicas, han sido como «asaltados» por los peregrinos, a menudo obligados a soportar largas filas, en paciente espera del propio turno. También ha sido particularmente significativo el interés manifestado en los jóvenes por este Sacramento durante la espléndida semana de su Jubileo.

5. Bien sabéis que, en las décadas pasadas y por diversos motivos, este Sacramento ha pasado por una cierta crisis. Precisamente para afrontarla, se celebró en 1984 un Sínodo, cuyas conclusiones se recogieron en la Exhortación apostólica postsinodal «Reconciliatio et paenitentia».
Sería ingenuo pensar que la intensificación de la práctica del Sacramento del perdón durante el Año Jubilar, por sí sola, demuestre un cambio de tendencia ya consolidada. No obstante, se ha tratado de una señal alentadora. Esto nos lleva a reconocer que las exigencias profundas del corazón humano, a las que responde el designio salvífico de Dios, no desaparecen por crisis temporales. Hace falta recibir este indicio jubilar como una señal de lo alto, que sea motivo de una renovada audacia en proponer de nuevo el sentido y la práctica de este Sacramento.

6. Pero no quiero detenerme solamente en la problemática pastoral. El Jueves Santo, día especial de nuestra vocación, nos invita ante todo a reflexionar sobre nuestro «ser» y, en particular, sobre nuestro camino de santidad. De esto es de lo que surge después también el impulso apostólico.
Ahora bien, cuando se contempla a Cristo en la última Cena, en su hacerse por nosotros «pan partido», cuando se inclina a los pies de los Apóstoles en humilde servicio, ¿cómo no experimentar, al igual que Pedro, el mismo sentimiento de indignidad ante la grandeza del don recibido? «No me lavarás los pies jamás» (Jn 13, 8). Pedro se equivocaba al rechazar el gesto de Cristo. Pero tenía razón al sentirse indigno. Es importante, en este día del amor por excelencia, que sintamos la gracia del sacerdocio como una superabundancia de misericordia.
Misericordia es la absoluta gratuidad con la que Dios nos ha elegido: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros» (Jn 15, 16).
Misericordia es la condescendencia con la que nos llama a actuar como representantes suyos, aun sabiendo que somos pecadores.
Misericordia es el perdón que Él nunca rechaza, como no rehusó a Pedro después de haber renegado de El. También vale para nosotros la afirmación de que «habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión» (Lc 15, 7).
7. Así pues, redescubramos nuestra vocación como «misterio de misericordia». En el Evangelio comprobamos que precisamente ésta es la actitud espiritual con la cual Pedro recibe su especial ministerio. Su vida es emblemática para todos los que han recibido la misión apostólica en los diversos grados del sacramento del Orden.
Pensemos en la escena de la pesca milagrosa, tal como la describe el Evangelio de Lucas (5, 1-11). Jesús pide a Pedro un acto de confianza en su palabra, invitándole a remar mar adentro para pescar. Una petición humanamente desconcertante: ¿Cómo hacerle caso tras una noche sin dormir y agotadora, pasada echando las redes sin resultado alguno? Pero intentarlo de nuevo, basado «en la palabra de Jesús», cambia todo. Se recogen tantos peces, que se rompen las redes. La Palabra revela su poder. Surge la sorpresa, pero también el susto y el temor, como cuando nos llega de repente un intenso haz de luz, que pone al descubierto los propios límites. Pedro exclama: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (Lc 5, 8). Pero, apenas ha terminado su confesión, la misericordia del Maestro se convierte para él en comienzo de una vida nueva: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres» (Lc 5, 10). El «pecador» se convierte en ministro de misericordia. ¡De pescador de peces, a «pescador de hombres»!
8. Misterio grande, queridos sacerdotes: Cristo no ha tenido miedo de elegir a sus ministros de entre los pecadores. ¿No es ésta nuestra experiencia? Será también Pedro quien tome una conciencia más viva de ello, en el conmovedor diálogo con Jesús después de la resurrección. ¿Antes de otorgarle el mandato pastoral, el Maestro le hace una pregunta embarazosa: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» (Jn 21, 15). Se lo pregunta a uno que pocos días antes ha renegado de él por tres veces. Se comprende bien el tono humilde de su respuesta: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero» (21, 17). Precisamente en base a este amor consciente de la propia fragilidad, un amor tan tímido como confiadamente confesado, Pedro recibe el ministerio: «Apacienta mis corderos», «apacienta mis ovejas» (vv. 15.16.17). Apoyado en este amor, corroborado por el fuego de Pentecostés, Pedro podrá cumplir el ministerio recibido.

9. ¿Acaso la vocación de Pablo no surge también en el marco de una experiencia de misericordia? Nadie como él ha sentido la gratuidad de la elección de Cristo. Siempre tendrá en su corazón la rémora de su pasado de perseguidor encarnizado de la Iglesia: «Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios» (1 Co 15, 9). Sin embargo, este recuerdo, en vez de refrenar su entusiasmo, le dará alas. Cuanto más ha sido objeto de la misericordia, tanto más se siente la necesidad de testimoniarla e irradiarla. La «voz» que lo detuvo en el camino de Damasco, lo lleva al corazón del Evangelio, y se lo hace descubrir como amor misericordioso del Padre que reconcilia consigo al mundo en Cristo. Sobre esta base Pablo comprenderá también el servicio apostólico como ministerio de reconciliación: «Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación» (2 Co 5, 18-19).

10. Los testimonios de Pedro y Pablo, queridos sacerdotes, contienen indicaciones preciosas para nosotros. Nos invitan a vivir con sentido de infinita gratitud el don del ministerio: ¡nosotros no hemos merecido nada, todo es gracia! Al mismo tiempo, la experiencia de los dos Apóstoles nos lleva a abandonarnos a la misericordia de Dios, para entregarle con sincero arrepentimiento nuestras debilidades, y volver con su gracia a nuestro camino de santidad. En la «Novo millennio ineunte» he señalado el compromiso de santidad como el primer punto de una sabia «programación» pastoral. Si éste es un compromiso fundamental para todos los creyentes, ¡cuánto más ha de serlo para nosotros! (cf. nn. 30-31).
Para ello, es importante que redescubramos el sacramento de la Reconciliación como instrumento fundamental de nuestra santificación. Acercarnos a un hermano sacerdote, para pedirle esa absolución que tantas veces nosotros mismos damos a nuestros fieles, nos hace vivir la grande y consoladora verdad de ser, antes aun que ministros, miembros de un único pueblo, un pueblo de «salvados». Lo que Agustín decía de su ministerio episcopal, vale también para el servicio presbiteral: «Si me asusta lo que soy para vosotros, me consuela lo que soy con vosotros. Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano [...]. Lo primero comporta un peligro, lo segundo una salvación» (Sermón 340, 1). Es hermoso poder confesar nuestros pecados, y sentir como un bálsamo la palabra que nos inunda de misericordia y nos vuelve a poner en camino. Sólo quien ha sentido la ternura del abrazo del Padre, como lo describe el Evangelio en la parábola del hijo pródigo --«se echó a su cuello y le besó efusivamente» (Lc 15, 20)-- puede transmitir a los demás el mismo calor, cuando de destinatario del perdón pasa a ser su ministro.

11. Pidamos, pues, a Cristo, en este día santo, que nos ayude a redescubrir plenamente, para nosotros mismos, la belleza de este Sacramento. ¿Acaso Jesús mismo no ayudó a Pedro en este descubrimiento? «Si no te lavo, no tienes parte conmigo» (Jn 13, 8). Es cierto que Jesús no se refería aquí directamente al sacramento de la Reconciliación, pero lo evocaba de alguna manera, aludiendo al proceso de purificación que comenzaría con su muerte redentora y sería aplicado por la economía sacramental a cada uno en el curso de los siglos.
Recurramos asiduamente, queridos sacerdotes, a este Sacramento, para que el Señor purifique constantemente nuestro corazón, haciéndonos menos indignos de los misterios que celebramos. Llamados a representar el rostro del Buen Pastor, y a tener por tanto el corazón mismo de Cristo, hemos de hacer nuestra, más que los demás, la intensa invocación del salmista: «Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, renueva en mí un espíritu firme» (Sal 50, 12). El sacramento de la Reconciliación, irrenunciable para toda existencia cristiana, es también ayuda, orientación y medicina de la vida sacerdotal.

12. El sacerdote que vive plenamente la gozosa experiencia de la reconciliación sacramental considera muy normal repetir a sus hermanos las palabras de Pablo: «Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2 Co 5, 20).
Si la crisis del sacramento de la Reconciliación, a la que antes hice referencia, depende de múltiples factores --desde la atenuación del sentido del pecado hasta la escasa percepción de la economía sacramental con la que Dios nos salva--, quizás debamos reconocer que a veces puede haber influido negativamente sobre el Sacramento una cierta disminución de nuestro entusiasmo o de nuestra disponibilidad en el ejercicio de este exigente y delicado ministerio. En cambio, es preciso más que nunca hacerlo redescubrir al Pueblo de Dios. Hay que decir con firmeza y convicción que el sacramento de la Penitencia es la vía ordinaria para alcanzar el perdón y la remisión de los pecados graves cometidos después del Bautismo. Hay que celebrar el Sacramento del mejor modo posible, en las formas litúrgicamente previstas, para que conserve su plena fisonomía de celebración de la divina Misericordia.

13. Lo que nos inspira confianza en la posibilidad de recuperar este Sacramento no es sólo el aflorar, aun entre muchas contradicciones, de una nueva sed de espiritualidad en muchos ámbitos sociales, sino también la profunda necesidad de encuentro interpersonal, que se va afianzando en muchas personas como reacción a una sociedad anónima y masificadora, que a menudo condena al aislamiento interior incluso cuando implica un torbellino de relaciones funcionales. Ciertamente, no se ha de confundir la confesión sacramental con una práctica de apoyo humano o de terapia psicológica. Sin embargo, no se debe infravalorar el hecho de que, bien vivido, el sacramento de la Reconciliación desempeña indudablemente también un papel «humanizador», que se armoniza bien con su valor primario de reconciliación con Dios y con la Iglesia.
Es importante que, incluso desde este punto de vista, el ministro de la reconciliación cumpla bien su obligación. Su capacidad de acogida, de escucha, de diálogo, y su constante disponibilidad, son elementos esenciales para que el ministerio de la reconciliación manifieste todo su valor. El anuncio fiel, nunca reticente, de las exigencias radicales de la palabra de Dios, ha de estar siempre acompañado de una gran comprensión y delicadeza, a imitación del estilo de Jesús con los pecadores.

14. Además, es necesario dar su importancia a la configuración litúrgica del Sacramento. El Sacramento entra en la lógica de comunión que caracteriza a la Iglesia. El pecado mismo no se comprende del todo si es considerado sólo de una manera exclusivamente privada, olvidando que afecta inevitablemente a toda la comunidad y hace disminuir su nivel de santidad. Con mayor razón, la oferta del perdón expresa un misterio de solidaridad sobrenatural, cuya lógica sacramental se basa en la unión profunda que existe entre Cristo cabeza y sus miembros.
Es muy importante hacer redescubrir este aspecto «comunional» del Sacramento, incluso mediante liturgias penitenciales comunitarias que se concluyan con la confesión y la absolución individual, porque permite a los fieles percibir mejor la doble dimensión de la reconciliación y los compromete más a vivir el propio camino penitencial en toda su riqueza regeneradora.

15. Queda aún el problema fundamental de una catequesis sobre el sentido moral y sobre el pecado, que haga tomar una conciencia más clara de las exigencias evangélicas en su radicalidad. Desafortunadamente hay una tendencia minimalista, que impide al Sacramento producir todos los frutos deseables. Para muchos fieles la percepción del pecado no se mide con el Evangelio, sino con los «lugares comunes», con la «normalidad» sociológica, llevándoles a pensar que no son particularmente responsables de cosas que «hacen todos», especialmente si son legales civilmente.
La evangelización del tercer milenio ha de afrontar la urgencia de una presentación viva, completa y exigente del mensaje evangélico. Se ha de proponer un cristianismo que no puede reducirse a un mediocre compromiso de honestidad según criterios sociológicos, sino que debe ser un verdadero camino hacia la santidad. Hemos de releer con nuevo entusiasmo el capítulo V de la Lumen gentium que trata de la vocación universal a la santidad. Ser cristiano significa recibir un «don» de gracia santificante, que ha de traducirse en un «compromiso» de coherencia personal en la vida de cada día. Por eso he intentado en estos años promover un reconocimiento más amplio de la santidad en todos los ámbitos en los que ésta se ha manifestado, para ofrecer a todos los cristianos múltiples modelos de santidad, y todos recuerden que están llamados personalmente a esa meta.

16. Sigamos adelante, queridos hermanos sacerdotes, con el gozo de nuestro ministerio, sabiendo que tenemos con nosotros a Aquel que nos ha llamado y que no nos abandona. Que la certeza de su presencia nos ayude y nos consuele.
Con ocasión del Jueves Santo sentimos aún más viva esta presencia suya, al contemplar con emoción la hora en que Jesús, en el Cenáculo, se nos dio a sí mismo en el signo del pan y del vino, anticipando sacramentalmente el sacrificio de la Cruz. El año pasado quise escribiros precisamente desde el Cenáculo, con ocasión de mi visita a Tierra Santa. ¿Cómo olvidar aquel momento emocionante? Lo revivo hoy, no sin tristeza por la situación tan atormentada en que sigue estando la tierra de Cristo. Nuestra cita espiritual para el Jueves Santo sigue siendo allí, en el Cenáculo, mientras en torno a los Obispos, en las catedrales de todo el mundo, vivimos el misterio del Cuerpo y Sangre de Cristo, y recordamos agradecidos los orígenes de nuestro Sacerdocio.

En la alegría del inmenso don que hemos recibido, os abrazo y os bendigo a todos.
Vaticano, 25 de marzo, IV domingo de Cuaresma, del año 2001, vigésimo tercero de Pontificado.
JUAN PABLO II

N.B.: Traducción distribuida por la Sala de Prensa de la Santa Sede.
Resource: ZENIT

sábado, 30 de enero de 2010

MEDJUGORJE

2 de enero de 2010 - Aparición a Mirjana

“Queridos hijos, hoy los invito a que, con plena confianza y amor, se pongan en camino conmigo, porque deseo conducirlos al conocimiento de mi Hijo. No teman, hijos míos, estoy aquí con ustedes, estoy junto a ustedes. Les muestro el camino para perdonarse a ustedes mismos, perdonar a los otros, y con arrepentimiento sincero de corazón, arrodillarse ante el Padre. Hagan que muera todo lo que en ustedes les impide amar y salvarse. Que puedan estar con Él y en Él. Decídanse por un nuevo comienzo, un inicio de amor sincero a Dios mismo. Gracias. ”

conociendo a Santa Rafaela María....

Santa Rafaela María llega al Vaticano



"Demos todo el corazón a Dios,
porque es muy chico y Dios muy grande".
Santa Rafaela María del Sagrado Corazón

martes, 26 de enero de 2010

El Don inmenso de la Eucarstía. Juan Pablo II

El Don Inmenso de la Eucaristía

Homilía de S.S. Juan Pablo II en la Misa in cena Domini. 9 de abril de 1998

1. «Verbum caro, panem verum, Verbo carnem efficit...».
«Con su palabra, el Verbo, hecho carne, convierte el pan en su cuerpo y el vino en su propia sangre; aunque fallen los sentidos, es suficiente la fe».
Estas poéticas palabras de santo Tomás de Aquino convienen perfectamente a esta liturgia vespertina «in cena Domini», y nos ayudan a entrar en el núcleo del misterio que celebramos. En el evangelio leemos: «Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre,habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). Hoy es el día en el que recordamos la institución de la Eucaristía, don del amor y manantial inagotable de amor. En ella está escrito y enraizado el mandamiento nuevo: «Mandatum novum do vobis...»: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros» (Jn 13, 34).

2. El amor alcanza su cima en el don que la persona hace de sí misma, sin reservas, a Dios y a sus hermanos. Al lavar los pies a los Apóstoles, el Maestro les propone una actitud de servicio: «Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, siendo vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 13-14). Con este gesto, Jesús revela un rasgo característico de su misión: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Lc 22, 27). Así pues, solamente es verdadero discípulo de Cristo quien lo imita en su vida, haciéndose como él solícito en el servicio a los demás, también con sacrificio personal.
En efecto, el servicio, es decir, la solicitud por las necesidades del prójimo, constituye la esencia de todo poder bien ordenado: reinar significa servir.
El ministerio sacerdotal, cuya institución hoycelebramos y veneramos, supone una actitud de humilde disponibilidad, sobre todo con respecto a los más necesitados. Sólo desde esta perspectiva podemos comprender plenamente el acontecimiento de la última cena, que estamos conmemorando.

3. La liturgia define el Jueves santo como «el hoy eucarístico», el día en que «nuestro Señor Jesucristo encomendó a sus discípulos la celebración del sacramento de su Cuerpo y de su Sangre» (Canon romano para el Jueves santo). Antes de ser inmolado en la cruz el Viernes santo, instituyó el sacramento que perpetúa su ofrenda en todos los tiempos. En cada santa misa, la Iglesia conmemora ese evento histórico decisivo. Con profunda emoción el sacerdote se inclina, ante el altar, sobre los dones eucarísticos, para pronunciar las mismas palabras de Cristo «la víspera de su pasión», y repite sobre el pan: «Este es mi cuerpo, que se entrega por vosotros» (1 Co 11 24) y luego sobre el cáliz: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre» (1 Co 11, 25). Desde aquel Jueves santo de hace casi dos mil años hasta esta tarde, Jueves santo de 1998, la Iglesia vive mediante la Eucaristía, se deja formar por la Eucaristía, y sigue celebrándola hasta que vuelva su Señor.
Aceptemos, esta tarde, la invitación de san Agustín: ¡Oh Iglesia amadísima, «manduca vitam, bibe vitam: habebis vitam, et integra est vita!»: «come la vida, bebe la vida: tendrás la vida y esa vida es íntegra» (Sermón 131, I, 1).

4. «Pange, lingua, gloriosi Corporis mysterium Sanguinisque pretiosi...». Adoremos este «mysterium fidei», del que se alimenta incesantemente la Iglesia. Avivemos en nuestro corazón el profundo y ardiente sentido del inmenso don que constituye para nosotros la Eucaristía.
Y avivemos también la gratitud, vinculada al reconocimiento del hecho de que nada hay en nosotros que no nos haya dado el Padre de toda misericordia (cf. 2 Co 1, 3). La Eucaristía, el gran «misterio de la fe», sigue siendo ante todo y sobre todo un don, algo que hemos «recibido». Lo reafirma san Pablo al introducir el relato de la última cena con estas palabras: «Yo recibí del Señor lo que os he transmitido» (1 Co 11, 23). La Iglesia lo ha recibido de Cristo y al celebrar este sacramento da gracias al Padre celestial por lo que él, en Jesús, su Hijo, ha hecho por nosotros.
Acojamos en cada celebración eucarística este don, siempre nuevo; dejemos que su fuerza divina penetre en nuestro corazón y lo haga capaz de anunciar la muerte del Señor hasta que vuelva. «Mysterium fidei» canta el sacerdote después de la consagración, y los fieles responden: «Mortem tuam annuntiamus, Domine...»: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!». La Eucaristía contiene en sí la suma de la fe pascual de la Iglesia.
También esta tarde damos gracias al Señor por haber instituido este gran sacramento. Lo celebramos y lo recibimos a fin de encontrar en él la fuerza para avanzar por el camino de laexistencia, esperando el día del Señor. Entonces seremos introducidos también nosotros en la morada donde Cristo sumo sacerdote, ya ha entrado mediante el sacrificio de su Cuerpoy de su Sangre.

5. «Ave, verum corpus, natum de Maria Virgine»: «Salve, verdadero cuerpo, nacido de María Virgen», así reza hoy la Iglesia. En esta «espera de su venida», nos acompañe María, de la que Jesús tomó el cuerpo, el mismo cuerpo que esta tarde compartimos fraternalmente en el banquete eucarístico.
«Esto nobis praegustatum mortis in examine»: «Concédenos pregustarte en el momento decisivo de la muerte». Sí, tómanos de la mano, oh Jesús eucarístico, en esa hora suprema que nos introducirá en la luz de tu eternidad: «O Iesu dulcis! O Iesu pie! O Iesu, fili Mariae!»

domingo, 24 de enero de 2010

"Amar siempre". BAC. Inmaculada Yañez, aci.

INTRODUCCION


Santa Rafaela María del Sagrado Corazón ha sido puesta muchas veces como ejemplo de una humildad heroica, casi desconcertante. Desconcertante por las circunstancias que formaron la trama de su vida, pero más aún por su total aceptación del conjunto de situaciones que tanto la hicieron sufrir.

Se nos ocurre a veces que esta mujer tiene una vida demasiado dramática como para ponerla como modelo de identificación. Cuando así pensamos, se nos olvida que, en mayor o menor medida, cualquier ser humano tiene que experimentar en algún momento el fracaso y la incomprensión, y no siempre por “culpa” de los demás. Lo que ya no resulta tan común es que el fracaso y la incomprensión se eleven a la categoría de heroísmo y santidad; y aún más: a la categoría de realización humana. Si esto es posible, será, sin duda alguna, porque el dolor de la vida puede venir envuelto en un gozo desconocido para muchos, la incomprensión puede ser compatible con una cierta comunicación que no siempre alcanzamos a comprender, y el fracaso aparente puede convertirse en una verdadera conquista. Porque ni la santidad ni la realización humana pueden construirse sobre la base de elementos negativos.

Al acercarse a la figura de Rafaela María Porras es imposible eludir el hondísimo drama que estuvo en el centro de su existencia. No vamos a escribir una biografía disfrazada de novela rosa o azul, ni una especie de libro de ciencia-ficción en el que describamos lo que pudo haber sido y no fue. Pero si Rafaela María, como fundadora o como líder, tuvo unos extraordinarios valores humanos, interesa enfocar a esos componentes de su personalidad para constatar que el drama de su vida no los anuló, sino que siguieron existiendo, desarrollándose, dando fruto.
Interesa, por ejemplo, profundizar en el sentido de su gozo profundo y constante. Es preciso explicarse y explicar cómo pudo llegar a decir de sí misma en cierta ocasión que era “la mujer de la dicha”. En una vida como la su ya, esta frase suena, por lo menos, a increíble.

Pero Rafaela María era demasiado lúcida y demasiado sincera para decir palabras fatuas; cuando ella habla de alegría, su testimonio está avalado por una apacibilidad constante, por una sonrisa atrayente que no se marchita, que no se convierte en una mueca a lo largo de muchos años de monotonía. Esta es una biografía breve, y no vamos a hacer un prólogo más largo que el desarrollo del libro. Lo que hemos esbozado en líneas anteriores podría resumirse así: en Rafaela María, la humildad fue servidora fiel del amor siempre y en todo momento. Este amor humilde la liberó de cualquier amargura y le permitió vivir en una paz sin límites.

Si aceptó desaparecer, no fue ni más ni menos porque ella lo estimó necesario para que otros vivieran, para que fuera posible una existencia feliz en su Instituto. Después de agotar todos los recursos, comprendió que era preciso apartarse del primer plano, “disminuir” para que otros “crecieran”. Porque amó mucho, pudo vivir humildemente, sin perder nunca un hondo sentido de su dignidad, en eso que ella llamaba “la independencia santa de los verdaderos hijos de Dios”.

Esta no es una biografía “científica”. Se ha evitado absolutamente todo aparato crítico, en orden a facilitar la lectura al mayor número de personas. El que conozca a Rafaela María, sin embargo, encontrará en este libro resonancias continuas de sus palabras. A veces aparecen citadas textualmente, entrecomilladas, pero ni siquiera en estos casos va escrita al pie de página la nota que indica su procedencia. El que quiera un libro de historia en el sentido técnico más restringido, debe encaminarse hacia otras biografías anteriores. Pero este libro es fiel a la historia, aunque prescinda de los andamiajes de una obra crítica. Va dirigido a. todas aquellas personas que deseen conocer a esta mujer extraordinaria, pero que no dispongan del tiempo o del hábito de leer volúmenes de cerca de mil páginas. También a aquellas otras personas que,
después de haberla conocido, no se cansan de saber más y más acerca de ella, de recordar sus palabras, de reflexionar sobre el sentido de su vida sencillamente heroica.

Al escribir Cimientos para un edificio, biografía publicada en esta misma editorial, tuvimos buen cuidado de mostrar todas las circunstancias, y hasta peripecias, que rodearon el crecimiento del edificio del que Rafaela María y su hermana fueron piedras fundamentales. En esta obra mucho más breve, sin descender a tantos detalles, quisiéramos insistir en la fuerza persuasiva de una vida que tiene la humildad de los cimientos, pero, sobre todo, la sonriente esperanza del amor.

Roma, 6 de enero de 1985, 60º aniversario de la muerte de Santa Rafaela María del Sagrado Corazón.

sábado, 23 de enero de 2010

conociendo a santa Rafaela

Canonización de Santa Rafaela María del Sagrado Corazón.
23 de enero de 1977


Quien recomienda la alegría recomienda la santidad.


La santidad se desarrolla desde dentro, a la rosa no se la hace brotar tirando de ella, no es sólo querer ser santos sino el dejar que Dios actúe y santifique.

La alegría en Santa Rafaela a lo largo de toda su vida es honda, no se acaba, su corazón se ensancha cada vez más, su amor generoso hacia las Hermanas,la Congregación, la Iglesia y el mundo brotan de su vida contemplativa, de su entrega apostólica. Santa Rafaela es una de las personas elegidas por Dios para vivir escondida con Cristo, para vivir la soledad, el silencio, la contemplación solidaria junto con María, y aprender de Ella a ser eficaz en la entrega, no se deja vencer por la tristeza o la amargura es
“la criatura de la dicha”.

En el Ángelus de día de su canonización SS Pablo VI dijo de ella:

“Una santa muy humilde, dulce, fina, silenciosa, pero llena de riqueza espiritual y de ejemplaridad edificante… ‘Venid”, parece decirnos con su voz dulce y persuasiva; “Venid, probad, se pasa por estos senderos: primero, el de la oración absorta en una adoración silenciosa y casi estática ante Jesús, escondido y presente en la eucaristía […]Cristo se revela a los pequeños, es decir, a los humildes, a los sencillos …Entonces escucharéis el mandato de Jesús: ‘amad y servid a los hermanos y hermanas necesitados de educación especialmente, de ayuda, de amor’…

viernes, 22 de enero de 2010

Bendición de la estatua de santa Rafaela.

Benedicto XVI bendice la estatua de una santa española
20/01/2010 (0:59)
Antes de la Audiencia General el Papa bendijo la estatua de santa Rafaela María Porras y Ayllón, religiosa española, fundadora de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, canonizada por Pablo VI el 23 de enero de 1977. La estatua representa a la santa con una niña a los pies que simboliza la obra educativa llevada a cabo por las monjas. En la ceremonia estuvieron presentes, entre otros, el embajador de España ante la Santa Sede, la superiora general con sus consejeras, las dieciséis provinciales y las superioras de la comunidad en Italia, junto a 50 familiares de santa Rafaela. La Congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús cuenta actualmente con aproximadamente 1.300 religiosas comprometidas en la educación en las escuelas y colegios cercanas a la pobreza y el sufrimiento y están presentes en veinte países.

ABC / L. M. ROMA / CÓRDOBA Jueves , 21-01-10

Doble presencia cordobesa en los muros de la basílica de San Pedro del Vaticano. El Papa bendijo e inauguró ayer una estatua de mármol de gran formato que presenta a Santa Rafaela María Porras, fundadora de la congregación de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, y que ha sido realizada por el también cordobés Marco Augusto Dueñas, que de esta forma se convierte en el primer artista español en tener una obra en el templo más importante del catolicismo.
La escultura, una obra de mármol que mide 5,40 metros, ha sido colocada en la inmensa pared del templo vaticano en la que en los últimos años se han puesto otras estatuas de santos españoles. Benedicto XVI exhortó a todos los fieles a seguir el ejemplo de la santa española y a ser testimonios del amor misericordioso de Dios,
La estatua tiene un peso de 20.000 kilos y ha sido realizada en la localidad toscana de Pietrasanta, con bloque de mármol de Carrara que originalmente tenía 65 toneladas, de forma que durante el proceso de escultura ha sufrido una merma de casi un 70 por ciento.
El autor aseguró que que con esta obra ha querido representar «la misión evangelizadora cristiana y su vigencia en el momento actual», además de la vida espiritual de Santa Rafaela y su dedicación a la educación de los jóvenes.
La imagen representa a la santa con una Biblia entreabierta, por la parte del Libro de la Revelación, que sostiene con la mano izquierda, levantada, y que simboliza la educación cristiana. Con la mano derecha entrega a una niña, que está sentada a sus pies, unas espigas de trigo, símbolo de la Eucaristía, «que determina nuestra comunión con Dios y la vía de consecución de la Vida eterna», subrayó el autor.
Marco Augusto Dueñas tuvo ocasión de saludar al Papa, quien le dijo, según contó después a Efe, que le había gustado mucho la obra, porque es muy moderna sin perder la línea clásica. El autor agregó que sentía un gran orgullo y satisfacción por ser el primer español que ha hecho una estatua para el Vaticano.


A la ceremonia de bendición de la estatua asistieron varios centenares de españoles, entre ellos 50 familiares de la santa, así como otros devotos de Santa Rafaela venidos de Italia, Irlanda, Gran Bretaña y Portugal. También asistieron numerosas religiosas de la congregación fundada por la santa cordobesa junto a su hermana, María Pilar, encabezados por la actual madre general, la japonesa Mitsuyo Fukasawa.
También asistió el cardenal Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos; la alcaldesa de Pedro Abad, María Luisa Wic, y varios concejales, así como el embajador de España ante la Santa Sede, Francisco Vázquez, y el vicario de la diócesis de Córdoba, Fernando Cruz Conde.
Las hornacinas de la parte exterior de la basílica de San Pedro del Vaticano fueron destinadas por Juan Pablo II a esculturas de santos y fundadores de nuestro tiempo y ya son más de 150

Novena a Santa Rafaela Maria del Sagrado Corazón. Día noveno.

AMOR A CRISTO
"Debo trabajar con toda mi alma en que la vida de Cristo que vive en mí, resplandezca en todas mis obras. Y no debo contentarme con esto, sino, con discreción y prudencia, atraer a todo el que pueda a gustar de Cristo".

Oración:
Oh Dios, que quieres hacernos hijos en el hijo, haz que el Espíritu Santo nos conforme de tal manera con Jesucristo que en El, por El y con El lleguemos, como Santa Rafaela María, a ser testigos y apóstoles de tu Amor hacia todos los hombres. Por el mismo Cristo Nuestro Señor. Amén.

Oración para todos los días...

jueves, 21 de enero de 2010

Novena a Santa Rafaela Maria del Sagrado Corazón. Día octavo.

AMOR A MARIA
"Acógete bien bajo su mano y no temas, que Ella te dará cuanto necesites. Es muy rica y por añadidura con sus hijos, y los más chiquitos, como eres tú, es despilfarrada; con que aprovéchate sin miedo en cuantas ocasiones necesites alguna cosa y con toda confianza, que goza en dar".

Oración:
Oh Dios, que por la acción del Espíritu Santo hiciste fecunda a la Virgen María, haz que imitando su docilidad al Espíritu seamos, como Santa Rafaela María fecundas espiritualmente. Te lo pedimos por Cristo Nuestro Señor. Amén.

Oración para todos los días...

miércoles, 20 de enero de 2010

Pregón con motivo de la colocación de la estatua (Vaticano)


"Porque miró el mundo
con los ojos de su corazón limpio,
y encontró siempre a Dios;
porque adoró fielmente su Presencia
en la Eucaristía y en todas las cosas,
y especialmente en el hombre, imagen divina,
ahora el mundo ve en ella
una imagen preciosa del Corazón de Dios.
Porque fue menospreciada
a pesar de su justicia,
u supo perdonar de corazón,
amando hasta el extremo a todos
-incluso a los que no la comprendían-
Rafaela María es hoy
importante en el Reino d elos cielos
y amada en la tierra de los hombres.

Porque, con la fuerza de su sonrisa
y la constancia de su entrega,
supo abrir caminos y soñar horizontes...
Porque confió siempre,
porque creyó a ciegas en el amor
-el Amor, que es más fuerte qe la muerte-
Rafaela María es levantada hoy
como una señal de esperanza.

En la Iglesia a la que amó apasionadamente,
por el Vicario d eCristo,
a quien siempre veneró en su vida,
fue proclamada SANTA
el día 23 de enero del 1977.


Hoy contemplamos su imagen,
levantada como un símbolo,
en el centro de la cristiandad.
Desde su modesta atalaya,
Rafaela María sigue mirando con amor
a los hijos de Dios
convocados de todo el mundo.
Dejamos resonar en nosotros sus palabras
que nos hablan de fronteras rotas,
de corazón abierto,
de fraternidad universal:
"¡Cuántos hijos tiene Dios!
viendo mundo se aviva el cielo"

Nosotros, al recordarla hoy,
nos unimos en la alabanza, la adoración
y la Acción de Gracias -EUCARISTÍA-
que fue la razón de su vida,
y hacemos nuestros
los sentimientos de su corazón,
apasionado por la salvación


de todos los hombres.



Novena a Santa Rafaela Maria del Sagrado Corazón. Día séptimo.

HUMILDAD
"A Dios le roba el corazón el humilde y sencillo, y cuanto más grande sea y más pequeño se vea, no sólo a los ojos de Dios sino a los de las criaturas a quienes ese mismo Señor le ha sujetado, más resplandecerá el brillo de la virtud y muchísimas gracias le dispensará y alcanzará por su medio".

Oración.
Oh Dios, que con la luz del Espíritu Santo que es espíritu de verdad, nos revelas tu grandeza y nuestra pequeñez, concédenos por la intercesión de tu humilde Esclava Rafaela María, hacer nuestro el espíritu del Instituto que es: humilde y caritativo, pacífico y obediente. Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Oración para todos los días..

martes, 19 de enero de 2010

Novena a Santa Rafaela Maria del Sagrado Corazón. Día sexto.

CONFIANZA
"El Señor me quiere como a la niña de sus ojos; El verá lo que hace de mí, yo en El confío".

Oración:
Oh Dios, que nos muestras tu amor por medio de tu Hijo Jesucristo concédenos que por la acción del Espíritu Santo, imitemos la confianza de Santa Rafaela María, fiándonos enteramnete de tu amor de Padre y viviendo seguros bajo tu protección. Te lo pedimo sa Ti qe vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

Oración para todos los días...

lunes, 18 de enero de 2010

Novena a Santa Rafaela Maria del Sagrado Corazón. Día quinto.

ADORACIÓN
"Quedé muy animosa y alegre de poder hacer algo por Jesús, sobre todo ponerlo a la adoración de los pueblos, que he comprendido cuán grande es esto".

Oración:
Oh Dios, que por la acción del Espíritu Santo conviertes el pan en el Cuerpo y el vino en la Sangre de tu amado Hijo Jesucristo, concédenos que, como Santa Rafaela María, pongamos a Cristo Eucaristía en el centro de nuestras vidas y que, como ella, nos esforcemos por ponerlo a la adoración de los pueblos. Te lo pedimos por el mismo Cristo Nuestro Señor.Amén.

Oración para todos los días..

domingo, 17 de enero de 2010

Novena a Santa Rafaela Maria del Sagrado Corazón. Día cuarto.

Celo por las almas
"El corazón de una reparadora no debe circunscribirse a un número determinado, sino al mundo entero, que todos son hijos del Corazón de nuestro buen Jesús y todos le han costado su sangre toda, que es muy preciosa para dejar perder ni una sola gota".

Oración:
Oh Dios, que por tu Hijo Jesucristo enviaste a tus apóstoles a todas las gentes, concédenos tu Santo Espíritu para que nos reúna a todos en tu Iglesia, a fin de que, imitando el celo apostólico de Santa Rafaela María trabajemos en la extensión de tu Reino. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Oración para todos los días..

sábado, 16 de enero de 2010

conociendo a santa Rafaela


"Rafaela María Porras y Ayllón nació en España, en Pedro Abad (Cñordoba), el 1º de marzo de 1850. A través de complejas vicisitudes, en 1877, junto con su hermana, fundó en Madrid el Instituto d elas Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.
En 1890 vino a Roma para abrir la primera casa de Esclavas en Italia.
Dos años después, en 1892, volvió a Roma y allí permaneció hasta su muerte, viviendo 32 años de doloroso e incruento martirio, en la humillación, el silencio y la soledad.
Incomprensiones, desconfianzas y calumnias, la habían hecho aparecer como uincapaz para cualquier cargo de responesabilidad y para toda actividad apostólica.
Fue éste el camino que la llevó a la santidad. Murió en Roma el 6 de enero de 1925.
El 23 de enero de 1977, Pablo VI la proclamó santa".

Novena a Santa Rafaela Maria del Sagrado Corazón. Día tercero.

VOLUNTAD DE DIOS:
"Amo tanto la voluntad de Dios que, si me dieran a elegir entre todos los caminos de todas las criaturas, ni por un momento vacilaría en, a ojos cerrados, entrar por el mío, que estrecho con todo mi corazón.
Aceptemos los destinos de Dios, que sus fines tendrá, que hoy nosotros no alcanzamos, y pidámosle que en todos y en todo se cumpla su Santísima Voluntad".

Oración:
Oh, Dios, que quieres que todos los hombres se salven, y para esto enviaste a tu propio Hijo concédenos que, por medio del Espíritu Santo, sepamos como Santa Rafaela María, discernir cual es Tu Voluntad y abrazarla de todo corazón. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén

Oración para todos los días:..

viernes, 15 de enero de 2010

Novena a Santa Rafaela Maria del Sagrado Corazón. Día segundo

Unión
"Todas unidas en todo como los dedos de la mano, todas a una para que no quede por ningún lado rendija al diablo por donde meter la uña de la desunión; y así saldremos con cuanto queremos, porque a Dios Nuestro Señor lo tenemos por nuestro".

Oración:
Oh Dios, que en tu hijo Jesucristo nos diste el testamento de la unidad y nos enviaste al Espíritu Santo para que podamos lograrla, haz que, a ejemplo de Santa Rafaela María, quien no vaciló ante ningún sacrificio para obtenerla, sepamos tener un espíritu conciliador y humilde para que reine la paz y la unidad en nuestras comunidades, en la Iglesia y en el mundo entero. Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Oración para todos los días:
Santa Rafaela María del Sagrado Corazón, tú que viviste plenamente identificada con el Corazón de Cristo....

jueves, 14 de enero de 2010

Novena a Santa Rafaela Maria del Sagrado Corazón. Día primero

Alabanza al creador: "Debo tener presente en todas mis acciones que estoy en este mundo como en un gran templo, y yo, como sacerdote de él, debo ofrecer continuo sacrificio y continua alabanza, y siempre todo a mayor gloria de Dios".
(Pídase la gracia que se desea alcanzar).

ORACION: Oh Dios, que por tu Espíritu Santo renuevas toda la tierra haz que, contemplando con gratitud la creación que salió de tus manos, como Santa Rafaela María te alabemos y te demos gloria por las maravillas que has derramado en ella. Por Jesucristo tu Hijo que contigo vive y reina por los siglos de los siglos . Amén.

Oración para todos los días:
Santa Rafaela María del Sagrado Corazón, tú que viviste plenamente identificada con el Corazón de Cristo por el amor, alcánzanos esta sed de reparación, enseñándonos a amar a Dios en el servicio a los hermanos y concédenos las gracias que te pedimos si han de ser para mayor gloria de Dios y bien de las almas. Amén

miércoles, 6 de enero de 2010

Pascua de Santa Rafaela. 6 de enero de 1925



Homilia del Santo Padre Juan Pablo II.Basílica de San Pedro, 6 de enero 1999

1. «La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron» (Jn 1, 5). Toda la liturgia habla hoy de la luz de Cristo, de la luz que se encendió en la noche santa. La misma luz que guió a los pastores hasta el portal de Belén indicó el camino, el día de la Epifanía, a los Magos que fueron desde Oriente para adorar al Rey de los judíos, y resplandece para todos los hombres y todos los pueblos que anhelan encontrar a Dios.
En su búsqueda espiritual, el ser humano ya dispone naturalmente de una luz que lo guía: es la razón, gracias a la cual puede orientarse, aunque a tientas (cf. Hch 17, 27), hacia su Creador. Pero, dado que es fácil perder el camino, Dios mismo vino en su ayuda con la luz de la revelación, que alcanzó su plenitud en la encarnación del Verbo, Palabra eterna de verdad.
La Epifanía celebra la aparición en el mundo de esta luz divina, con la que Dios salió al encuentro de la débil luz de la razón humana. Así, en la solemnidad de hoy, se propone la íntima relación que existe entre la razón y la fe, las dos alas de que dispone el espíritu humano para elevarse hacia la contemplación de la verdad, como recordé en la reciente encíclica Fides et ratio.
2. Cristo no es sólo luz que ilumina el camino del hombre. También se ha hecho camino para sus pasos inciertos hacia Dios, fuente de vida. Un día dijo a los Apóstoles: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto» (Jn 14, 6-7). Y, ante la objeción de Felipe, añadió: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. (...) Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Jn 14, 9. 11). La epifanía del Hijo es la epifanía del Padre.
¿No es éste, en definitiva, el objetivo de la venida de Cristo al mundo? Él mismo afirmó que había venido para «dar a conocer al Padre», para «explicar» a los hombres quién es Dios y para revelar su rostro, su «nombre» (cf. Jn 17, 6). La vida eterna consiste en el encuentro con el Padre (cf. Jn 17, 3). Por eso, ¡cuán oportuna es esta reflexión, especialmente durante el año dedicado al Padre!

La Iglesia prolonga en los siglos la misión de su Señor: su compromiso principal consiste en dar a conocer a todos los hombres el rostro del Padre, reflejando la luz de Cristo, lumen gentium, luz de amor, de verdad y de paz. Para esto el divino Maestro envió al mundo a los Apóstoles, y envía continuamente, con el mismo Espíritu, a los obispos, sus sucesores.

3. Siguiendo una significativa tradición, en la solemnidad de la Epifanía, el Obispo de Roma confiere la ordenación episcopal a algunos prelados, y hoy tengo la alegría de consagraros a vosotros, amadísimos hermanos, para que, con la plenitud del sacerdocio, lleguéis a ser ministros de la epifanía de Dios entre los hombres. A cada uno de vosotros se confían misiones específicas, diferentes una de otra, pero todas encaminadas a difundir el único Evangelio de salvación entre los hombres.

Tú, monseñor Alessandro D'Errico, como nuncio apostólico en Pakistán; tú, monseñor Salvatore Pennacchio, como mi representante en Ruanda; y tú, monseñor Alain Lebeaupin, como nuncio apostólico en Ecuador, seréis testigos de la unidad y la comunión entre las Iglesias particulares y la Sede apostólica.
A ti, monseñor Cesare Mazzolari, te ha sido encomendada la diócesis de Rumbek, en Sudán, una tierra cuya población, que desde hace años vive en medio de grandes sufrimientos, espera una paz justa, en el respeto a los derechos humanos de todos, comenzando por los más débiles; y tú, monseñor Pierre Tran Dinh Tu, estás llamado a ser mensajero de esperanza en la diócesis de Phú Cuong, en Vietnam, entre hermanos y hermanas en la fe, probados por muchas dificultades.
Tú, monseñor Diarmuid Martin, secretario del Consejo pontificio Justicia y paz; y tú, monseñor José Luis Redrado Marchite, secretario del Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios, continuaréis vuestro apreciado servicio en la Curia romana, teniendo ante vuestros ojos el vasto horizonte de la Iglesia entera.
Tu misión, monseñor Rafael Cob García, vicario apostólico de Puyo, Ecuador, es rica en expectativas; y también lo es la tuya, monseñor Mathew Moolakkattu, auxiliar del obispo de Kottayam de los siro-malabares en la India: vuestras personas me traen a la memoria Asia y América, continentes para los que celebramos recientemente dos Asambleas especiales del Sínodo de los obispos.
Dios quiera que cada uno de vosotros, nuevos obispos a quienes voy a imponer hoy las manos, lleve por doquier, con las palabras y las obras, el anuncio gozoso de la Epifanía, en la que el Hijo reveló al mundo el rostro del Padre rico en misericordia.

4. El mundo, en el umbral del tercer milenio, tiene gran necesidad de experimentar la bondad divina; de sentir el amor de Dios a toda persona.
También a nuestra época se puede aplicar el oráculo del profeta Isaías, que acabamos de escuchar: «La oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos, mas sobre ti amanece el Señor y su gloria sobre ti aparece» (Is 60, 2-3). En el paso, por decirlo así, del segundo al tercer milenio, la Iglesia está llamada a revestirse de luz (cf. Is 60, 1), para resplandecer como una ciudad situada en la cima de un monte: la Iglesia no puede permanecer oculta (cf. Mt 5, 14), porque los hombres necesitan recoger su mensaje de luz y esperanza, y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 16).
Conscientes de esta tarea apostólica y misionera, que compete a todo el pueblo cristiano, pero especialmente a cuantos el Espíritu Santo ha puesto como obispos para pastorear la Iglesia de Dios (cf. Hch 20, 28), vamos como peregrinos a Belén, a fin de unirnos a los Magos de Oriente, mientras ofrecen dones al Rey recién nacido.
Pero el verdadero don es él: Jesús, el don de Dios al mundo. Debemos acogerlo a él, para llevarlo a cuantos encontremos en nuestro camino. Él es para todos la epifanía, la manifestación de Dios, esperanza del hombre, de Dios, liberación del hombre, de Dios, salvación del hombre.

Cristo nació en Belén por nosotros.

Venid, adorémoslo. Amén.

lunes, 4 de enero de 2010

Oración para encender los deseos. Javier Albisu, sj

Concédeme el deseo de los Magos que de noche ven tu estrella,
para cruzar de ella agarrado cuando nada más se vea.

Concédeme el deseo de Simeón, esperándote a la puerta,
para soñar hasta el final, el cumplir de tu promesa.
Concédeme el deseo de San José que a tus proyectos les da vuelta,
para dejar en el amor, lo que no entra en la cabeza.
Concédeme el deseo de María que se entiende bien pequeña,
para decirte siempre sí, porque sí dice la sierva.
Concédeme el deseo de la mujer, que por detrás de ti se llega,
para tocar con fe tu manto y robarte así tu fuerza.
Concédeme el deseo del leproso que las barreras da por tierra,
para esperar de tu abrazo, el curarse de la lepra.
Concédeme el deseo de la viuda que se pone como ofrenda,
para ponerme como ella, en lugar de dar monedas.
Concédeme el deseo de aquel niño, que comparte su merienda,
para entregar de lo mío, porque otro también tenga.
Concédeme el deseo de la mujer que recoge, por debajo de tu mesa,
para con pocas migajas, entender que se hace fiesta.

Concédeme el deseo de aquel ciego del camino,
que logró que te detengas,
para ver en el amor, lo que el pecado siempre ciega.

Concédeme el deseo de Zaqueo que en su casa te acogiera,
para querer estar los dos y repasar juntos las cuentas.
Concédeme el deseo del buen ladrón, clavado a tu derecha,
para saberme ya en tu reino, porque tu amor de mí se acuerda.
Concédeme el deseo de José, el que nació en Arimatea,
para pedir tu cuerpo santo y esperar que en mi florezca.
Concédeme el deseo de tu Pueblo que humilde te confiesa,
para guardar en tus manos, lo que la misericordia sólo cierra.
Concédeme el deseo de tu Iglesia, que es madre, y más, maestra,
para que al soplo de tu Espíritu, oriente yo mi vela.

domingo, 3 de enero de 2010

Catequesis sobre la Eucaristía. Juan Pablo II.


La Eucaristía: Banquete de comunión con Dios
Catequesis sobre la Eucaristía .Audiencia General, S.S. Juan Pablo II 18 de octubre, 2000
1. "Nos hemos convertido en Cristo. En efecto, si él es la cabeza y nosotros sus miembros, el hombre total es él y nosotros" (san Agustín, Tractatus in Johannem, 21, 8). Estas atrevidas palabras de san Agustín exaltan la comunión íntima que, en el misterio de la Iglesia, se crea entre Dios y el hombre, una comunión que, en nuestro camino histórico, encuentra su signo más elevado en la Eucaristía. Los imperativos: "Tomad y comed... bebed..." (Mt 26, 26-27) que Jesús dirige a sus discípulos en la sala del piso superior de una casa de Jerusalén, la última tarde de su vida terrena (cf. Mc 14, 15), entrañan un profundo significado. Ya el valor simbólico universal del banquete ofrecido en el pan y en el vino (cf. Is 25, 6), remite a la comunión y a la intimidad. Elementos ulteriores más explícitos exaltan la Eucaristía como banquete de amistad y de alianza con Dios. En efecto, como recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, "es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor" (n. 1382).


2. Como en el Antiguo Testamento el santuario móvil del desierto era llamado "tienda del Encuentro", es decir, del encuentro entre Dios y su pueblo y de los hermanos de fe entre sí, la antigua tradición cristiana ha llamado "sinaxis", o sea "reunión", a la celebración eucarística. En ella "se revela la naturaleza profunda de la Iglesia, comunidad de los convocados a la sinaxis para celebrar el don de Aquel que es oferente y ofrenda: estos, al participar en los sagrados misterios, llegan a ser "consanguíneos" de Cristo, anticipando la experiencia de la divinización en el vínculo, ya inseparable, que une en Cristo divinidad y humanidad" (Orientale lumen, 10).

Si queremos profundizar en el sentido genuino de este misterio de comunión entre Dios y los fieles, debemos volver a las palabras de Jesús en la última Cena. Remiten a la categoría bíblica de la "alianza", evocada precisamente a través de la conexión de la sangre de Cristo con la sangre del sacrificio derramada en el Sinaí: "Esta es mi sangre, la sangre de la alianza" (Mc 14, 24). Moisés había dicho: "Esta es la sangre de la alianza" (Ex 24, 8). La alianza que en el Sinaí unía a Israel con el Señor mediante un vínculo de sangre anunciaba la nueva alianza, de la que deriva, para usar la expresión de los Padres griegos, una especie de consanguinidad entre Cristo y el fiel (cf. san Cirilo de Alejandría, In Johannis Evangelium, XI; san Juan Crisóstomo, In Matthaeum hom., LXXXII, 5).

3. Las teologías de san Juan y de san Pablo son las que más exaltan la comunión del creyente con Cristo en la Eucaristía. En el discurso pronunciado en la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús dice explícitamente: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre" (Jn 6, 51). Todo el texto de ese discurso está orientado a subrayar la comunión vital que se establece, en la fe, entre Cristo, pan de vida, y aquel que come de él. En particular destaca el verbo griego típico del cuarto evangelio para indicar la intimidad mística entre Cristo y el discípulo, m+nein, "permanecer, morar": "El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 56; cf. 15, 4-9).

4. La palabra griega de la "comunión", koinonìa, aparece asimismo en la reflexión de la primera carta a los Corintios, donde san Pablo habla de los banquetes sacrificiales de la idolatría, definiéndolos "mesa de los demonios" (1 Co 10, 21), y expresa un principio que vale para todos los sacrificios: "Los que comen de las víctimas están en comunión con el altar" (1 Co 10, 18). El Apóstol aplica este principio de forma positiva y luminosa con respecto a la Eucaristía: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión (koinonìa) con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión (koinonìa) con el cuerpo de Cristo? (...) Todos participamos de un solo pan" (1 Co 10, 16-17). "La participación (...) en la Eucaristía, sacramento de la nueva alianza, es el culmen de la asimilación a Cristo, fuente de "vida eterna", principio y fuerza del don total de sí mismo" (Veritatis splendor, 21).

5. Por consiguiente, esta comunión con Cristo produce una íntima transformación del fiel. San Cirilo de Alejandría describe de modo eficaz este acontecimiento mostrando su resonancia en la existencia y en la historia: "Cristo nos forma según su imagen de manera que los rasgos de su naturaleza divina resplandezcan en nosotros a través de la santificación, la justicia y la vida buena y según la virtud. La belleza de esta imagen resplandece en nosotros, que estamos en Cristo, cuando con nuestras obras nos mostramos hombres buenos" (Tractatus ad Tiberium diaconum sociosque, II, Responsiones ad Tiberium diaconum sociosque, en In divi Johannis Evangelium, vol. III, Bruselas 1965, p. 590). "Participando en el sacrificio de la cruz, el cristiano comulga con el amor de entrega de Cristo y se capacita y compromete a vivir esta misma caridad en todas sus actitudes y comportamientos de vida. En la existencia moral se revela y se realiza también el servicio real del cristiano" (Veritatis splendor, 107). Ese servicio regio tiene su raíz en el bautismo y su florecimiento en la comunión eucarística. Así pues, el camino de la santidad, del amor y de la verdad es la revelación al mundo de nuestra intimidad divina, realizada en el banquete de la Eucaristía.

Dejemos que nuestro anhelo de la vida divina ofrecida en Cristo se exprese con las emotivas palabras de un gran teólogo de la Iglesia armenia, Gregorio de Narek (siglo X): "Tengo siempre nostalgia del Donante, no de sus dones. No aspiro a la gloria; lo que quiero es abrazar al Glorificado (...). No busco el descanso; lo que pido, suplicante, es ver el rostro de Aquel que da el descanso. Lo que ansío no es el banquete nupcial, sino estar con el Esposo" (Oración XII).

"Como fuego que arde". El consagrado abierto al fuego del Espíritu. Amedeo Cencini. (II)

.."es imposible construir la unidad a costa de la diversidad, eliminándola o pretendiendo allanar todo.  Justamente como hace el Espíritu con el Padre y el Hijo, o como hizo el Espíritu el día de Pentecostés. El creyente abierto al don del Espíritu sabe aunar estas dos operaciones, posee esta doble sensibilidad: trabaja por la unidad, esa unidad que supera las divisiones y las fragmentaciones, y al mismo tiempo subraya y promueve la diversidad y la riqueza de los dones y de los ministerios.
La comunión de la Iglesia y de nuestras comunidades sólo será posible como un conjunto de diversidades reconciliadas, una variedad de facetas, carismas y servicios unificada en la caridad y reciprocidad, a imagen de ese "recíproco habitar el uno en el otro y compenetrarse el uno en el otro" (pericoresis), por el que cada una de las tres personas de la Trinidad es ella misma y sin embargo inhabita totalmente en la otra acogiendo a las demás en sí, en la perfecta unidad del Dios único".

viernes, 1 de enero de 2010

Beato Pedro Fabro, sj y Bernardo de Hoyos sj

Espiritualidad del Beato Fabro: Puede reducirse a tres puntos clave:

  • los Ejercicios (en los que era un verdadero experto. San Ignacio dijo de él que era quien mejor los daba),


  • la conversación espiritual y


  • el amor y culto a los santos ángeles.

Al beato Fabro se le representa caminando con la mirada puesta en el cielo, un bastón en su mano derecha y el sombrero en la izquierda, y rodeado de ángeles. Sintió siempre una gran devoción por los santos ángeles. Se encomendaba a ellos en sus viajes. No sólo se encomendaba a su Angel de Guarda, sino también a los ángeles protectores de las regiones y países por donde caminaba. Y así escribe en su Memorial: "...llegando a algún lugar, tomaste modo de rogar a Nuestro Señor que te diese gracia para que el Arcángel de ese señorío nos fuese propicio con todos los ángeles custodios de sus habitantes....Y así propuse hacer en cualquier reino y principado; es decir, encomendarme a los ángeles custodios y a los santos principalmente honrados en tal Provincia o Señorío...; de esto me voy aprovechando cada vez que quiero rogar en especial por algún lugar o Reino".

Esta devoción a los santos ángeles rebosa su Memorial. Como escribe el P. Testore en su biografía: "¿Se trataba de aconsejar a algún alma indecisa o de dar alguna dirección acertada? Antes de abrir sus labios, abría su corazón, rogando con afecto al Angel de la Guarda de la persona interesada para que dispusiera su ánimo a entender y a decidirse a la obra. ¿Se le encargaba predicar? Invocaba primero a los Angeles Custodios de sus oyentes para que la buena semilla produjera su fruto." Lo mismo hará Bernardo (de Hoyos sj) casi doscientos años después.

Su conversación: Junto con los Ejercicios y la devoción a los Santos Angeles, se distinguió el beato Fabro por su conversación espiritual, amena y apostólica. Fue quizás su "carisma" peculiar. Poseía una finura de trato tan llamativa que todos querían ser amigos suyos, una vez que habían experimentado el bien y la paz que les dejaban sus palabras, llenas siempre de comprensión, de estima y afecto; incluso los que en un principio se le mostraban hostiles. Espiguemos algunos pasajes de su Memorial: "Por el camino de Valladolid a Madrid se me ofreció instruir a un anciano de aquellos a quienes los españoles llaman "romeros" (es decir, peregrinos)También me fue dado consolar a una señora, que estaba completamente desolada, que me abrió toda su ánima".
Y no sólo con los caminantes que topaba en su trayecto, sino que aprovechaba la estancia en las posadas para hacer el bien y conversar con los que allí se alojaban. Así lo expresa él mismo en su Memorial: "En las posadas se me daba inspiración para edificar en la doctrina y exhortación..., dejando vestigios de buena y santa conversación." Y da la razón: porque "somos deudores de todos los hombres en todo estado y lugar, así como del Señor, de quien somos cooperadores".

Bernardo de Hoyos, sj

“Saqué de la librería este tomo el domingo. Yo, que no había oído jamás tal cosa, empecé a leer el origen del culto del Corazón de Jesús, y sentí en mi espíritu un extraordinario movimiento, fuerte, suave y nada arrebatado ni impetuoso, con el cual me fui luego al punto delante del Señor Sacramentado a ofrecerme a su Corazón, para cooperar cuanto pudiese, a lo menos con oraciones, a la extensión de su culto.
No pude echar de mí este pensamiento hasta que, adorando la mañana siguiente al Señor en la hostia consagrada, me dijo clara y distintamente que quería, por mi medio, extender el culto de su Corazón sacrosanto para comunicar a muchos sus dones”.
El tomo era El culto al sacratísimo Corazón de Jesús del P. Gallifet, SJ, y el protagonista del hallazgo, el joven Bernardo de Hoyos, estudiante jesuita en el Colegio de San Ambrosio que la Compañía tenía en Valladolid. De modo tan sencillo e inopinado se iba a convertir en el primer apóstol del Corazón de Jesús en tierras españolas.


 Extraído del Centro de Espiritualidad del Corazón de Jesús,-Valladolid-España: http://212.183.201.46/centrodeespiritualidad//index.htm

conociendo a santa Rafaela


”Quiero ser este año
 la alegría del Señor”.

"Si quieres la paz, protege la creación", Mensaje de SS. Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2010

"La búsqueda de la paz por parte de todos los hombres de buena voluntad se verá facilitada sin duda por el reconocimiento común de la relación inseparable que existe entre Dios, los seres humanos y toda la creación. Cristo, con su muerte y resurrección, ha reconciliado con Dios «todos los seres: los del cielo y los de la tierra» (Col 1,20). Por tanto, proteger el entorno natural para construir un mundo de paz es un deber de cada persona. He aquí un desafío urgente que se ha de afrontar de modo unánime con un renovado empeño; he aquí una oportunidad providencial para legar a las nuevas generaciones la perspectiva de un futuro mejor para todos"