lunes, 19 de octubre de 2009

Familia religiosa ignaciana. (de la revista Jesuitas, nº102).-3

Colaboración mutua
Primero por referencia a una misma tradición espiritual. Tenemos mucho que aprender unos de otros, cada uno y cada una, individual y colecti­vamente. Se da así una reafirmación en las fuen­tes y en lo que especifica cada camino particular, como perteneciente a tal grupo o congregación concreta, o como laico de tal movimiento, o como jesuita de su comunidad. En efecto podemos aportarnos mucho mutuamente en nuestro modo propio de sentir las cosas y de expresarlas, de comprender nuestra espiritualidad y la misión, en el buscar y hallar a Dios en todas las cosas: es nuestra diversidad que sólo ahora empezamos a descubrir.
Además hay que buscar una manera de actuar apostólicamente. Trabajar juntos no es una opción posible, sino un desafío apostólico y una gracia, una necesidad. Importa discernir juntos tareas y prioridades; es colaborar en lo posible allá donde seamos llamados a actuar como discí­pulos y apóstoles de Cristo.
Más aún, hay una manera de expresar qué es a lo que el Señor nos llama: personas que cuidan de los demás, que se escuchan y dialo­gan, que se estiman y aprecian, que buscan vivir como «amigos en el Señor», y que les mueve la voluntad de dirigirse a un mundo despiadado y duro, y testimoniar que el Espíritu de Dios crea proximidad y respeto en personas llamadas a ser un corazón de carne por los caminos pedregosos de un mundo dividido. Y, por fin, el deseo de ser discípulos de Cristo a la manera de Ignacio, Javier y Fabro.
Ser «nosotros mismos»
Una relación con el mundo absolutamente positiva, no por optimismo, que sería artificial, sino porque la experiencia cristiana se vive en el corazón de realidades ambiguas y cambiantes del mundo en el que vivimos, y a Dios hay que bus­carlo y hallarlo en todo, en cualquier situación.
Una vida interior y un caminar espiritual que, a partir de la experiencia de Dios que facilitan los Ejercicios, abren al deseo de salir al encuentro del Señor en la acción, aquí y siempre, en los aconte­cimientos y en los hombres, y así encarnarse en el mundo del Hijo de Dios hecho hombre y participar con Él, como servidores, de su misión.
Además un sentido de Iglesia que se vive con un corazón y un espíritu suficientemente abiertos para entender lo que decía Juan Pablo sobre el hombre de hoy: Este hombre es el cami­no de la Iglesia, camino que se despliega de una determinada manera, en la base de todas las rutas que la Iglesia debe asumir, porque el hom­bre –todo hombre sin ninguna excepción– ha sido rescatado por Cristo, porque Cristo está unido al hombre, a cada hombre, sin ninguna excepción, aunque el hombre no sea consciente de ello.
En fin, el cuidado de no priorizar los «asun­tos de familia». Hay que descentrarse de sí mis­mos, desplazando el centro de atención y las propias preocupaciones hacia donde aparecen las necesidades y esperanzas de los hombres de hoy, porque la familia ignaciana opta por lo que se proponía Javier en su tiempo: hacerse presentes en las fronteras del mundo y de la cultura de hoy.
El porvenir de la familia ignaciana
La Congregación General 34 de la Compañía de Jesús invitaba a la creación de una «red apos­tólica ignaciana» en los términos siguientes: La existencia de tantas personas de inspiración igna­ciana atestigua la vitalidad permanente de los Ejercicios y su poder de animación apostólica. La gracia de una nueva era de la Iglesia y el dina­mismo hacia un plus de solidaridad nos empujan de una manera decisiva a reforzar los lazos con todas estas personas y grupos. Así podríamos crear una red apostólica ignaciana (d. 13, n. 21). Trabajar juntos anudará los vínculos entre perso­nas y grupos, permitirá que nazca una red en el que cada uno tenga su lugar y su misión propia y podamos así aportar a la Iglesia y a los hombres de nuestro tiempo lo que se nos confiado, es decir una tarea que no podemos abandonar. Está claro que esto significa cambio en el modo de pensar y hacer, pues se trata de una nueva «cultura apos­tólica», una apuesta decidida por lo que se busca, se experimenta y se vive en una familia igna­ciana que desea amar y servir al Señor en estos tiempos nuevos que demandan corazones libres y espíritus abiertos para avanzar humildemente hacia aquello a lo que hemos sido convocados.
(Condensación de Jésuites de France, 2007)

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