domingo, 28 de noviembre de 2010


"Se me presenta en aquella queridísima (casita de Nazareth) que visitamos, a Jesús, María y José, allí como esas estrellas muy brillantes que encantan a los ojos en una noche muy oscura. Así lucirían ellas en Tantísima pobreza".
Cimientos para un edificio. p. 587
Sólo tú, Jesús Jesús, mi Dios, mi redentor,
mi amigo, mi íntimo amigo,
mi corazón, mi cariño:
Aquí vengo, para decirte desde lo más profundo de mi corazón
y con la mayor sinceridad y afecto de que soy capaz,
que no hay nada en el mundo que me atraiga,
sino tú sólo, Jesús mío.
No quiero las cosas del mundo.
No quiero consolarme con las criaturas.
Sólo quiero vaciarme de todo y de mí mismo,
para amarte sólo a ti.
Para ti, Señor, todo mi corazón,
todos sus afectos, todos sus cariños,
todas sus delicadezas.
¡Oh Señor!, no me canso de repetirte:
Nada quiero sino tu amor y tu confianza.
Te prometo, te juro, Señor, escuchar siempre tus inspiraciones,
vivir tu misma vida.
Háblame muy frecuentemente en el fondo del alma
y exígeme mucho,
que te juro por tu corazón
hacer siempre lo que tú deseas, por mínimo o costoso que sea.
¿Cómo voy a poder negarte algo,
si el único consuelo de mi corazón es esperar que caiga una palabra de tus labios,
para satisfacer tus gustos?
Pedro Arrupe, sj

domingo, 21 de noviembre de 2010

Cristo Rey.
Del Prefacio de la Misa:
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno.
Porque consagraste Sacerdote eterno
y Rey del universo
a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
ungiéndolo con óleo de alegría,
para que , ofreciéndose a sí mismo
como víctima perfecta y pacificadora
en el altar de la cruz,
consumara el misterio de la redención humana;
y , sometiendo a su poder la creación entera,
entregara a tu majestad infinita
un reino eterno y universal;
el reino de la verdad y la vida,
el reino de la santidad y la gracia,
el reino de la justicia, el amor y la paz.
...

 

Presentación de la Virgen María

Ana y Joaquín, en un acto de fe quisieron darle gracias a Dios por el nacimiento de esta niña, 21 de noviembre

 

Noviembre 21

Etimológicamente significa” presente”. Viene de la lengua latina.
Esta fiesta arranca desde el lejano año 543. Fue el tiempo en que se dedicó una basílica a “La Virgen María la Nueva”.
Se levantó en el mismo monte Sión en la explanada del Templo.
Las Iglesias orientales, muy sensibles ante las fiestas marianas, conmemoran este día la Entrada de María en el Templo para indicar que, aunque era purísima, no obstante, cumplía con los ritos antiguos de los judíos para no llamar la atención.
La liturgia bizantina la trata como "la fuente perpetuamente manante del amor, el templo espiritual de la santa gloria de Cristo Nuestro Señor".
En Occidente, se la presenta como el símbolo de la consagración que la Virgen Inmaculada hizo de sí misma al Señor en los albores de su vida consciente.
Este episodio de la Virgen María no se encuentra en los cuatro evangelios. Sí que aparece, por el contrario, en un libro apócrifo, el “protoevangelio de Santiago”.
Pero, como siempre, quien manda es el pueblo cristiano. Desde siempre la espiritualidad y la piedad popular han estado marcadas y han subrayado la disponibilidad de María la Virgen ante los mandatos e insinuaciones mínimas del Señor Dios.
Por eso, tanto en Occidente como en Oriente esta fiesta tuvo en seguida un éxito resonante entre todos los cristianos.
María estaba destinada a ser un templo vivo de la divinidad. Según este evangelio apócrifo, la escena no puede ser más sencilla:" Ana y Joaquín, en un acto de fe y de cortesía, quisieron darle gracias a Dios por el nacimiento de esta niña".
No pensaron una cosa mejor que consagrársela de por vida. Cuando tenía tres años, la llevaron al Templo, la cogió un sacerdote mediante unas palabras que recuerdan el Magnificat, el himno del Virgen María en acción de gracias por lo que el Señor había hecho con ella.
Esta fiesta data desde el siglo VI.
VIRGEN MARIA, DAME UN CORAZON DE NIÑO

L. de Grandmaison


Virgen María, Madre de Dios,
dame un corazón de niño,
puro y transparente
como el agua de una fuente.

Dame un corazón sencillo
que no se goce
en la amargura de la tristezas.

Un corazón grande para darse
y tierno a la compasión.

Un corazón fiel y generoso
que no olvide ningún beneficio
ni guarde ningún rencor.

Dame un corazón manso y humilde,
que ame sin exigir ser amado,
que goce desapareciendo en otro corazón
y dispuesto a hacer la voluntad divina.

Dame un corazón grande y valiente
que no se cierre por ninguna ingratitud
ni se canse por ninguna indiferencia.

Dame un corazón
atormentado sólo por la gloria de Jesús,
herido por su Amor
con una herida que no se cierre
sino en la vida eterna.

Amen

jueves, 18 de noviembre de 2010

El camino
CAMINO/GRACIA: Es quizá el símbolo más universal de la existencia humana. En la Biblia la vida se camina y, para vivir plenamente, casi es bastante poder caminar al propio aire. Sentirse "en camino" es estar orientado, proyectado hacia adelante, en movimiento hacia la felicidad, con confianza en el desenlace final de la propia peripecia histórica. Cuando alguien puede narrar su vida como un camino, está haciendo una confesión de fe, porque se le ha dado el verla reorganizada en torno a un sentido, atravesada por una dirección.
El autor del salmo 139 constata, como Jonás, como los de Emaús, que, cuando creía huir, estaba haciendo camino hacia aquél de quien había querido alejarse. Y se da cuenta, sobrecogido, de que no es posible emprender una marcha que aleje de Dios, de que toda la vida es un camino, con él y hacia él, en su presencia. Israel vivió el don de ser guiado y conducido a lo largo del camino hacia la tierra como sobre las alas protectoras de un águila (Dt. 32,11), o bajo el cayado seguro de un Pastor que conoce su oficio (Sal. 23,1). También Bartimeo, que vivía hundido en la noche de su ceguera, se sintió renacer a la luz y a la vida cuando se puso en marcha, brincando, detrás del que le había arrancado de las tinieblas y del sin sentido de su cuneta (Mc. 10,52).
Pero el camino esconde, a veces, una sorpresa de gracia en la paradoja de un viaje inesperado que deshace nuestros planes, de un acontecimiento que nos deja desorientados y perdidos, sin saber ya dónde estamos ni a dónde vamos, sin referencias personales o grupales, sin entender por qué hacemos lo que hacemos y vivimos como vivimos.
No somos los primeros en experimentarlo: Abraham salió de su tierra sin saber a dónde iba (/Hb/11/08). Debió intuirlo el sabio que recogió aquel proverbio: "El hombre planea su camino pero es el Señor quien dirige sus pasos" (Prov. 20,24).
También Nicodemo tuvo que aceptar que "el viento sopla donde quiere y oyes su voz pero no sabes de dónde viene ni a dónde va" (Jn. 3,8). Jesús advierte a cualquiera que se empeñe en vigilar con ansiedad lo que ha sembrado, que la semilla crecerá "sin que él sepa cómo" (Mc. 4,28). La vida se encargó de enseñarle a Pedro cuándo había llegado el momento de dejarse ceñir y llevar donde él no quería (Jn. 21,18) y Saulo de Tarso, que se dirigía lleno de ímpetu hacia Damasco, llegó por fin a la ciudad, pero de la mano de otros porque, "aunque tenía los ojos abiertos, no veía" (Hech. 9,9). Es tiempo de creer que el Pastor conoce bien la cañada aunque esté a oscuras (Sal. 23,4), es una invitación a entrar en un juego de ocultamiento y búsqueda:
"Es gloria del Señor ocultar un proyecto, es gloria del rey descubrirlo" (Prov. 25,2).
El que se atreve a seguir adelante aunque esté perplejo y buscando sin perder el ánimo, está afirmando, en cada uno de sus pasos, que se fía de Alguien que sigue siendo Camino también cuando los otros se han convertido en laberintos.
La gracia de no saber puede llevarnos entonces a recuperar esa niñez que se nos había perdido debajo de tantas máscaras, a recobrar algo de esa naturalidad asombrosa con que los niños preguntan y aprenden y se dejan enseñar, algo de esa audacia despreocupada con la que se apoderan del Reino.
Pero si para eso nos sentimos demasiado viejos, nos queda el recurso de continuar andando pacientemente, obstinadamente. Quizá, al final del camino, nos daremos cuenta, como Jacob, de que el Señor había estado a nuestro lado sin que lo supiéramos (Gen. 28,16). Quizá no consigamos tampoco conocer el misterio de su Nombre. Y es que, a lo mejor, la gracia consiste en eso, en seguir caminando, con la terquedad humilde de quien está marcado para siempre con una cojera vencida y victoriosa.
SAL-TERRAE/89/05. Págs. 377-386

miércoles, 17 de noviembre de 2010

El desierto 
DESIERTO/GRACIA: Uno de sus rasgos peculiares es que sólo se revela como gracia cuando ya lo hemos atravesado. A lo largo de nuestra vida existen muchas formas de ser empujados a él: una enfermedad larga, la soledad, una depresión, el dolor insoportable de ver sufrir a los que amamos, la impotencia ante la injusticia, la sensación de que las tierras que hemos intentado roturar y cultivar durante años siguen tan baldías como al principio.
Israel vivió el desierto como una realidad ambivalente: a veces como lugar terrible (Dt. 8,15); otras, como un ideal perdido (Jer. 2,1). Lo sembró de murmuraciones, de quejas, de desconfianza y de amargura.
Ya Agar, la esclava de Sara, había vagado dando alaridos por el desierto de Berseba, alejándose de su pequeño para no verle morir de sed (Gen. 21,16). Ellas se echaría derrotado, debajo de un arbusto deseándose la muerte (1 Re. 1,4). Jesús sintió hambre y tentación en el desierto de Judea y agonizó de angustia en el desierto verde de Getsemaní (Mat. 26,38); los discípulos supieron, después de su muerte, lo que era el sequedal espantoso de la decepción y el fracaso.
Pero Israel comprendió, cuando ya estaba en la tierra, que el desierto había sido la etapa de su amor juvenil y escuchó, como una novia estremecida, que el Señor quería llevarle allí otra vez para hablarle al corazón (Os. 2,16). A Agar le fueron abiertos los ojos para que viera que había un pozo cerca y Elías llegó hasta el Horeb con la fuerza del pan y del agua que había encontrado a su lado al despertar. A Jesús lo sacó el Padre del desierto de la muerte para llevarle a la tierra que mana leche y miel de la resurrección y su presencia inundó, como un torrente de gozo, el corazón de sus amigos.
A nosotros el desierto puede liberamos del engaño de creernos autosuficientes. Nos hace tocar nuestra fragilidad y nuestros limites y encontrarnos de frente con la verdad de qué débiles y desvalidos somos y de cuánto necesitamos de los otros. Es tiempo de dejarse podar y de permanecer, de quejarse sin llegar a rendirse. El que consiente a esta etapa de empobrecimiento, sale de ella más despojado y más libre, más tolerante con la debilidad de los demás, menos rotundo en lo que afirma y más dispuesto a aceptar que se equivoca. Quizá ya no pisa tan firme como antes, pero ahora sabe aguantar y esperar mejor y la soledad ha dejado de darle miedo.
Pero si sólo fuera esa la vivencia del desierto ¿qué "gracia" tendría eso?. Lo que resulta insólito es que un lugar de carencia se convierta en un lugar de abundancia. Los Profetas nos hablan de un desierto que se regocija y florece como flor de narciso (Is. 35,2); de una estepa que se convierte en un camino real (Is. 40,3); de cumbres peladas que se convierten en manantiales (Is. 40, 18); de una tierra yerma a la que, de pronto, inunda un río y se llena de árboles frutales que dan cosecha doce veces al año (Ez. 47,12). El alimento que el pueblo come en el desierto es exquisito, "manjar de ángeles, pan de mil sabores a gusto de todos" (Sáb. 16, 2.20). En aquel lugar despoblado al que la gente ha seguido a Jesús, hay yerba verde para que puedan recostarse y "comieron hasta saciarse y recogieron los trozos sobrantes: doce canastos llenos" (Mat, 14, 15.20).
Ha estallado el milagro de la desproporción, se ha producido el salto al otro lado del cálculo y de la medida, la negatividad ha desvelado su otro rostro. Los que mejor lo saben, son aquellos que se han acercado a las zonas marginales de nuestro mundo y han escuchado ahí el rumor de otra agua y el florecer de otra sabiduría. "Expertus potest credere..." cantábamos en el "Iesu dulcis memoria" y sigue siendo verdad. Hay una experiencia de cambio profundo de sensibilidad de la que sólo saben los que han plantado su tienda en el descampado de los que carecen (de pan, o de libertad o de ciencia, o de salud...). Cuando se entra en relación con lo elemental de la vida y sobre todo, con personas a las que no alcanzan los engaños y complicaciones del orgullo, puede acontecer una novedad absoluta que hace posible la fraternidad.
En una escena de "Los santos inocentes", los señores celebran un acontecimiento familiar en el comedor lujoso de la casa, en medio de un silencio tenso. La fiesta está abajo, en la explanada soleada del cortijo, donde los aparceros ríen, comen y se pasan el vino en torno a una tosca mesa sin manteles. Llegar a conocer esa fuerza transformadora de lo de abajo, es algo que está fuera del alcance de los "sabios y entendidos" porque el Padre la revela a los que quiere. Sólo desde ahí se descubre por qué gana el que se decide a perder y se participa en la fecundidad escondida de aquel que "creció entre nosotros como una raicilla de tierra árida" (Is. 53,2). (Dolores Aleixandre)

martes, 16 de noviembre de 2010

La casa.
CASA/GRACIA: En la casa se vive la experiencia de estar al abrigo y guardado por una protección envolvente, de estar centrado y a salvo. "Aunque se alce un hombre para perseguirte, la vida de mi señor está bien atada en el zurrón de la vida, al cuidado de Yahvé tu Dios" decía Abigail a David (1 Sam. 25,29). La casa es ese "zurrón de la vida" que nos pone a salvo de la hostilidad de fuera, que nos da estabilidad y permanencia: "Hasta el gorrión ha encontrado una casa y la golondrina un nido donde poner a sus polluelos" (Sal. 84,4).
Es el lugar de la comida en común en torno a la mesa, de la armonía familiar, de la intimidad gozosa: "Maestro ¿dónde vives?. Les respondió: Venid y lo veréis. Fueron pues y vieron y se quedaron con él aquel día" (Jn 1,39). Desde ese centro secreto, que nos rehace y nos integra, nace la canción que agradece la bendición de Dios, su acción tranquila que nos vincula a él en la sencillez de lo cotidiano. En las jambas y en las puertas de la casa tiene que estar grabado el recuerdo de que es él quien nos reúne bajo sus alas (Mt. 23,27), y quien nos cobija y nos cuida como a la niña de sus ojos (Dt. 32,10). Sin ese recuerdo, la gracia que se nos ofrece se deteriora y se agrieta y cedemos a la tentación de cerrar las puertas, olvidando que, si disponemos de seguridad, de calor, de techo y de hogar es para que cuando el extraño y el perdido llamen a nuestra puerta al anochecer, puedan encontrar un plato más en la mesa y alguien que comparte con él el pan y el sosiego que nos habita.
Zaqueo lo había olvidado y su casa se había vuelto un lugar de acumulación posesiva. Pero cuando Jesús entra en ella, todas aquellas seguridades en que él se refugiaba se hacen de pronto innecesarias y salen por la ventana. Zaqueo ha sido seducido por alguien que le da poca importancia a tener o no un lugar donde reclinar la cabeza (Lc. 9,60).
Cuando la casa se vive como gracia, se convierte en algo centrifugo que no nos retiene entre sus paredes. María recibe la visita del ángel en su casa de Nazaret pero no se queda ahí: la gracia la empuja fuera de cualquier ensimismamiento y recorre deprisa la serranía de Judea, hasta llegar a otra casa que no es la suya y compartir con Isabel algo de lo que el Señor ha hecho con ella (Lc. 1,26-56). Seis días antes de Pascua, narra el evangelio de Juan, Jesús el itinerante se detiene una noche en Betania. En la casa le esperan la acogida cálida de los amigos, el presentimiento de la muerte en un frasco roto a sus pies. La estancia es breve: al día siguiente, Jesús reemprende el camino hacia Jerusalén. María dejará Betania unos días después y estará en el monte en que se levanta la cruz. La casa, llena de olor del perfume, se ha quedado atrás (Jn. 12,3).
La cena de Pascua la celebran Jesús y los suyos en la sala del piso superior de una casa de Jerusalén. En ella, los discípulos se encuentran cobijados por la ternura conmovida del maestro que se está despidiendo: No tengáis miedo, no os voy a dejar huérfanos, seguid conmigo, he sido yo quien os he escogido, aquí tenéis para vosotros mi alegría, mi paz, el amor del Padre, mi Espíritu, mi vida que se va a partir y a derramar, como este pan y este vino que tengo entre las manos. Hijos, cuánto os he querido. Quereos, también vosotros así... Y ellos desearían esconderse en aquel hueco, enroscarse como la hiedra al tronco del amigo, adherirse como el musgo a la roca de sus palabras y quedarse ahí, al abrigo de ese calor, defendidos y a salvo.
Pero el Maestro se ha levantado y ha bajado hasta la puerta de la casa. Fuera están la oscuridad, el relente frío de la noche de marzo, el peligro acechando detrás de cada olivo. Pero fuera está también la llamada del Padre que le convoca a llegar hasta el final en el amor fiel y Jesús atraviesa el umbral y se hunde en la noche, lejos de la casa. En el atardecer del primer día de la semana, dos hombres que van hacia Emaús, buscan en una posada refugio de los peligros nocturnos, techo y cena para intimar con un misterioso compañero de camino. Cuando lo reconocen, la noche pierde su amenaza y se alejan corriendo de la casa que hacía un momento les parecía imprescindible, como si la luz encontrada en ella hubiera anticipado el amanecer que les permite volver a la comunidad (Lc. 24,13-35).
"El día de Pentecostés estaban todos reunidos en un mismo lugar y, de repente, vino del cielo un ruido, como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban" (Hech. 2,12) y Pedro y los otros salen al encuentro de los que estaban fuera: partos, medos, elamitas, judíos y prosélitos, cretenses y árabes. Los muros de la casa, como los odres viejos de que hablaba Jesús, han reventado con el vino nuevo del Espíritu. La Iglesia ha abandonado la casa y se ha lanzado a los caminos abiertos de la misión. Por eso, cuando nos invade la inquietud por la identidad ("quién es cristiano", "en qué consiste nuestro carisma", "cuál es la espiritualidad sacerdotal o laical...") no tendríamos que olvidar que no vamos a encontrarla sólo en el viejo arcón en que conservamos las tradiciones en la casa, sino también fuera, entre la gente. Porque la sal y la levadura sólo aprenden lo que son y para qué sirven cuando se pierden y se gastan en salar y en levantar la masa del pan. (Dolores Aleixandre)

lunes, 15 de noviembre de 2010

TRES LUGARES PARA ACOGER LA GRACIA
DOLORES ALEIXANDRE
Prof. de Sagrada Escritura
Univ. Comillas. Madrid
Desde pequeña me hablaron mucho de la gracia y yo, por dentro, iba transformando aquellas palabras en imágenes y veía una azucena, o una especie de túnica blanca o una cosa resplandeciente que siempre estaba a punto de que le cayera una mancha. En el "Mi Jesús", que era el libro con el que me prepararon a la primera comunión, a las almas en gracia se las reconocía en seguida porque iban de la mano del ángel de la guarda y sonreían con dulzura, mientras que a las que estaban en pecado se las veía disgustadas y no era para menos porque en el grabado siguiente se caían, de manera estrepitosa, por un puente que estaba roto por el sexto arco. Me parece que, por entonces, yo identificaba la gracia con la pureza, que tampoco sabia a punto fijo en qué consistía, pero, por si acaso, repetía con unción a los 8 años, junto con las otras niñas que pertenecían, como yo, a la congregación de 'los Corderitos": "¡Ah! Corta, te lo pido, mi mísera existencia. Más vale la inocencia, la quiero conservar.
En el bachillerato me enteré de más cosas sobre la gracia en un libro muy gordo que se llamaba "El Dogma Católico" de Cipriano Montserrat. Allí lo explicaba todo muy claro: había una gracia fija y estable y otra que era un auxilio transeúnte y que se dividía en primera y en segunda. Se perdía por el pecado y se recuperaba en la confesión; aumentaba por los sacramentos, pero no podía disminuir, cosa que me parecía, ya entonces, extrañamente acertado. En esa edad leí libros que tenían en la portada rostros de chicos y chicas con anhelos de infinito y, por dentro, unas consideraciones muy bonitas sobre la pureza y los ideales y muchos ejemplos de lo importante que es vivir en gracia y de los peligros que corremos de perderla, los chicos por culpa de las chicas y ellas por no darse cuenta de lo que les pasa a los chicos. Tomé conciencia con preocupación de lo frágil que era lo de vivir en gracia y pasé una temporada yendo por la vida abrazada a ella, como San Tarsicio a la eucaristía, para evitar que me la quitasen.
Cuando ya estaba en el noviciado, leí la "Teología de la Caridad" del P. Royo Marín. Aquello ya era otra cosa porque la gracia estaba en relación con la caridad pero, al llegar a la mitad del libro, decía que la caridad no crece por adición y ponía el ejemplo de un termómetro a 25° que de ninguna manera puede subir, aunque se le apliquen millares de veces calores inferiores a los 25° que ya tiene. Para que aumente, hace falta un acto más intenso, o sea de 26°, porque los otros, que se llaman tibios o remisos, no aumentan el grado esencial de la caridad. Me puse a intentar hacer actos de caridad que no fueran remisos, pero la imposibilidad de comprobar si me subía o no el termómetro me dejó un poco abatida y no seguí con el libro.
Luego me encontré, casi a la vez, con la Biblia y con el Concilio y mis imágenes sobre la gracia cambiaron: ya no tenían que ver con una flor, ni con la blancura, ni con la acumulación, ni con el agobio por perderla. Aparecieron palabras nuevas: relación, gratuidad, encuentro, libertad... Descubrí con asombro que la gracia no es una verdad abstracta y atemporal y, más que como el "ser divino" que decía el catecismo, empecé a verla como un amor que nos busca y nos cerca, que viene a nuestro encuentro allí donde estamos, acecha detrás de las celosías de nuestra ventana, llama al atardecer a la puerta de nuestra casa, se nos arrima cuando vamos de camino, nos visita, como a Elías, en el desierto de nuestro desánimo, nos sorprende en el jardín, como a María Magdalena, cuando andamos buscando entre los muertos al Viviente.
Me di cuenta de los tanteos expresivos de los autores del Nuevo Testamento en su intento de comunicar su experiencia de haber sido arrastrados por el torrente desbordado del amor de Dios en Jesús; da la sensación de que no les cabe en las palabras habituales y necesitan inventar otras, acumular adverbios y adjetivos, recurrir a hipérboles. Insisten una y otra vez en que la gracia tiene que ver con la exageración, con el derroche, con la "sobredosis" diríamos hoy: la gracia "sobreabunda" (Rm/05/02; Ef/02/07) y su riqueza "se desborda" (Ef. 1,8). "Si amáis sólo a los que os aman ¿qué hacéis de más" (Mat. 5,47) y este adverbio es reemplazado en Lucas por la palabra "gracia": "Si amáis a los que os aman ¿qué gracia tiene eso?" (Lc. 6,33).
Por eso, la experiencia de la gracia estará siempre en relación con la desproporción, con la desmesura. "Soy yo demasiado pequeño para toda la misericordia y toda la fidelidad que has querido usar conmigo", decía Jacob (Gn/32/11) y eso es lo que experimentamos deslumbrados al saber que somos queridos sin merecerlo y que sólo podemos responder a ese amor reconociéndolo con "un corazón que desborda agradecimiento" (Col. 2,7). Pero, aunque la gracia es tan desmesurada y tan imprevisible, se adapta mansamente a esos dos ejes de nuestra existencia humana que son el tiempo y el espacio y es en medio de ese horizonte, tan limitado, donde se las arregla para hacerse sentir.
Los evangelistas nombran constantemente lugares concretos de la geografía de Palestina, conscientes de que lo que se juega en ellos es, nada menos, que la verdad de la encarnación del Verbo. Y eso aunque casi ningún lector de hoy sepa con precisión por donde quedan Iturea, Traconítide o Abilene.
Son nombres que guardan para nosotros la memoria de un encuentro: una casa de Nazaret, un descampado a las afueras de Belén, un pozo de Siquem, la orilla oeste del lago de Tiberíades, un árbol a la salida de Jericó, Betania, la habitación alta de una casa de Jerusalén... De esos lugares y de otros muchos, gentes que vivieron antes que nosotros dan testimonio de que, precisamente allí, fueron alcanzados por la gracia: "Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, aunque la cosa empezó en Galilea..." (Hech. 10,37).
GRACIA/LUGARES: No son lugares mágicos y nuestra experiencia creyente no está vinculada físicamente a ellos. Ahora, cada seguidor de Jesús está invitado a reconocer los lugares concretos por los que la gracia se va cruzando en su camino y a descubrir esa geografía secreta y única para cada uno de nosotros. (Una Iglesia románica en Guipúzcoa, la carretera de Huerta a Iruecha, un trayecto en autobús por Getafe, bajo la lluvia; el jardín de las clarisas en Nazaret. Serían como las cuatro de la tarde).
Guardamos en la memoria el recuerdo de lugares que son en nuestra vida como esos mojones que siguen marcando el camino aunque lo haya borrado la nieve, o como aquel paisaje que, de pronto, se hace familiar y nos permite volver a casa cuando nos habíamos perdido. A veces, en esos momentos en que se da el milagro de la comunicación profunda, otros nos hablan de sus lagares de gracia y, desde ese momento, pasan a ser algo nuestro, tan familiar como la forma de las manos del amigo o su modo peculiar de hablar o de caminar.
Al recordar estos testimonios y ponerlos a la luz de aquellas otras experiencias originales de gracia que nos ofrece la Biblia, creo que muchos de ellos podrían agruparse en algunos lugares-tipo que expresan distintas situaciones de nuestra vida creyente: la casa, el desierto, el camino. Al reflexionar sobre ellos, sorprende descubrir cómo esos lugares (y los hombres y mujeres que son visitados en ellos...) encuentran, por un lado, la plenitud de su significado y, a la vez, son transformados en algo otro, son trascendidos y como empujados más allá de ellos mismos por la "eficacia de la poderosa fuerza de la gracia" (Ef. 1,9).

domingo, 14 de noviembre de 2010

EL DETENTE o SALVAGUARDIA DEL
 SAGRADO CORAZÓN

Escrito por SCTJM

El "detente" es
un pequeño emblema que se lleva sobre el pecho, con la imagen del Sagrado Corazón. Es propio de quien ama llevar consigo un signo de su amado, así el "detente" es signo de nuestro amor al Sagrado Corazón de Jesús y de nuestra confianza en su protección contra las acechanzas del maligno. Le decimos "detente", en nombre de Jesús, al demonio y a toda maldad. 
Se le conoce también como el “Pequeño Escapulario del Sagrado Corazón”, aunque no es, en el sentido estricto de la palabra, un escapulario.

Origen: Proviene de Santa Margarita María Alacoque, como lo atestigua una carta dirigida por ella a la Madre Saumaise el 2 de Marzo de 1686 en la que le dice: “Él (Jesús) desea que usted mande a hacer unas placas de cobre con la imagen de su Sagrado Corazón para que todos aquellos que quisieran ofrecerle un homenaje las pongan en sus casas, y unas pequeñas para llevarlas puestas.” (Vida y Obras, vol. II, p.306, nota). Ella misma llevaba una sobre su pecho, debajo del hábito e invitaba a sus novicias a hacer lo mismo. Hizo muchas de estas imágenes y recomendaba que su uso era muy agradable al Sagrado Corazón.

El detente y la plaga de MarsellasFue especialmente en el año 1720, durante una terrible plaga en Marsellas, Francia (Cf. Hamon, op.cit., vol. III, p. 431) que este pequeño escapulario, o como se le llamó “Salvaguardia,” se difundió entre todos los fieles. Este “Detente” consistía en un pedazo de tela blanca en la cual la imagen del Sagrado Corazón era bordada, con la leyenda “Oh Corazón de Jesús, abismo de amor y misericordia, en ti confío” (Las palabras: “Detente, el Corazón de Jesús está aquí corresponden a un período posterior. Hamon, ibid.,Nota).

La forma que hoy tiene el detente fue dada por l
a Venerable Ana Magdalena Rémuzat, a quien el Señor le había dejado saber de antemano el daño que iba a causar la plaga y también el maravilloso auxilio que la ciudad encontraría en la devoción a Su Sagrado Corazón. Ella hizo, con la ayuda de sus hermanas en religión, miles de estos emblemas y los repartieron por toda la ciudad y alrededores. La historia nos relata que poco después la plaga cesó. (Cf. Hamon, op. cit., vol III, p.425; Beringer, op. cit., vol I, n. 953, p. 520).

Entre los regalos que el Papa Bendicto XIV, en el 1748, envió a la princesa Polaca Mary Lczinska con la ocasión de su matrimonio con el Rey de Francia Luis XV, habían, de acuerdo a las memorias de ese tiempo, “muchos escudos del Sagrado Corazón hechos de taffeta roja y bordados en oro.” (De Franciosi, s.j., La dévotion au Sacré-Coeur de Jésus, p. 289).

En el tiempo de la Revolución Francesa se desató una violenta persecución contra la Iglesia. Estos escapularios se tuvieron por “la manifestación viva del fanatismo” y como evidencia de hostilidad al régimen revolucionario. Durante el juicio de la reina María Antonieta, se produjo en su contra, como evidencia, un pedazo de papel muy fino que se encontró entre sus pertenencias, en el que la imagen del Sagrado Corazón estaba dibujada, con la llaga, la cruz y la corona de espinas, y con la leyenda: “Sagrado Corazón de Jesús, ten misericordia de nosotros.” (Ibid., p. 290).

El uso del detente se extendió grandemente, especialmente desde el 1866, durante los estragos producidos por la epidemia del cólera de Amiens, Roubaix, Cairo y otras partes. Su influencia beneficiosa se hizo evidente. Después de la guerra Franco-Alemana los “Salvaguardia” probaron ser en mas de una ocasión, un escudo que protegió a muchos soldados franceses de las balas enemigas. (Cf. Messager du Coeur de Jésus, vol. XIX, p. 180).
INDULGENCIAEl Papa Pío IX le concedió en el año 1872, una indulgencia de 100 días una vez al día a todos los fieles que usaran alrededor de sus cuellos este emblema piadoso y rezaran un Padre Nuestro, Ave María y Gloria. (Preces et pia opera, n. 219).
En un breve de fecha 20 de Junio de 1873 encontramos la respuesta a dos preguntas en referencia al Detente:
1. Como no es un escapulario en el sentido estricto de la palabra, sino mas bien un escudo o emblema del Sagrado Corazón, las reglas generales para el escapulario propiamente llamado, no son aplicable a él. Así que no necesita ni una bendición especial, ni una ceremonia o inscripción. Es suficiente con usarlo para que cuelgue en el cuello.
2. La leyenda “Detente, el Corazón de Jesús está aquí” no es requerido.
(Beringer, op. cit., n. 953; Preces et pia opera, n. 219.)

martes, 9 de noviembre de 2010

Císter


"Todo empezó en el año 1098, cuando un grupo de 21 monjes benedictinos, con su abad Roberto al frente, salieron del Monasterio de Molesme, movidos por el Espíritu Santo, en busca de un lugar solitario, Cîteaux (Cister), donde poder buscar a Dios con mayor autenticidad y sencillez, llevando una vida en pobreza y soledad, y proveyéndose de lo necesario con su propio trabajo. Su norma de vida sería el Evangelio y la Regla de San Benito en toda su pureza. El 21 de marzo fue la fecha elegida para establecerse en el Nuevo Monasterio.
Los comienzos no fueron fáciles; la pobreza material y la escasez de vocaciones se prolongarían varios años. Pero esto no arredró el ánimo de los monjes, que trabajaron por convertir aquel lugar inhóspito en un vergel. El santo fervor de los hermanos hizo que Odón, el duque de Borgoña, les favoreciera abundantemente, contribuyendo a la construcción del Monasterio y entregándoles tierras y ganados para su sustento. Cister fue elevado al rango de Abadía, bajo el patrocinio del Obispo de Chalons, titular de aquella diócesis (en la actualidad Dijon)

sábado, 6 de noviembre de 2010

"Vida Oculta: ¡Aquí está para mí la mina de méritos! Las tres personas más grandes, más santas y más sabias del mundo como pasando inútilmente la vida. Jesús, sobre todos, y por treinta años, callar y casi no hacer nada en la obra que su Eterno Padre le había confiado de la salvación e instrucción de todo el mundo. Y yo me aflijo tanto de no hacer nada; que ni sé ni para nada soy necesaria ni tengo dotes más que para todo echarlo a perder. ¡Oh Jesús mío, haz que desde hoy vuestros admirables ejempos sean mi modelo! además, en vuestra humildad a San José, que siendo tan inferior a Vos, tanto lo respetasteis y obedecisteis; como ignorante a todo". AA.EE. pág. 1103.

martes, 2 de noviembre de 2010

Santa Rafaela María

"Debo usar de las cosas de la vida sólo como medios que me han de llevar a mi último fin, y sus contratiempos no han de servirme de impedimento, sino más bien de empuje: como a la nave las olas. Mis ocupaciones deben tener por fin sólo agradar a Dios". Apuntes espirituales. p. 1019

lunes, 1 de noviembre de 2010

Dios es Amor sin límites.

"Procura ser una hostia pequeña, muy blanca y muy pequeña..."
Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz.

MEDJUGORJE

Mensaje del 25 de octubre de 2010
“¡Queridos hijos! Que este tiempo sea para ustedes tiempo de oración. Mi invitación quiere ser para ustedes, hijitos, una invitación para que se decidan a seguir el camino de la conversión, por eso oren y pidan la intercesión de todos los Santos. Que ellos sean para ustedes ejemplo, estímulo y alegría hacia la vida eterna. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
Mensaje del 2 de octubre de 2010  dado por la Virgen a través de Mirjana
 “Queridos hijos, hoy os invito a una humilde, hijos míos, humilde devoción. Vuestros corazones deben ser rectos. Que vuestras cruces sean para vosotros, un medio en lucha contra el pecado de hoy. Que vuestra arma sea la paciencia y un amor sin límites, amor que sabe esperar y que os hará capaces de reconocer los signos de Dios, para que vuestra vida con amor humilde, muestre la verdad a todos aquellos que la buscan en las tiniebla de la mentira. Hijos míos, apóstoles míos, ayudadme a abrir los caminos que conducen a Mi Hijo. Una vez más os invito a la oración por vuestros pastores. Con ellos triunfaré. ¡Os lo agradezco! ”