lunes, 13 de mayo de 2019


SANTA RAFAELA MARÍA DEL SAGRADO CORAZÓN
«De esta fundadora de las Esclavas del Sagrado Corazón, Pío XII dijo que fue una mártir en la sombra. Compartió el mismo ideal con su hermana, aunque dentro de la orden tuvo que vivir también la separación de ella que le fue impuesta»
Madrid, 06 de enero de 2014 (Zenit.orgIsabel Orellana Vilches | 466 hits
En esta festividad de la Epifanía del Señor, la Iglesia celebra la vida de Rafaela María del Rosario Francisca Rudesinda Porras y Ayllón. Nació en Pedro Abad, (Córdoba, España) el 1 de marzo de 1850 en una familia de alta posición social. Fueron trece hermanos, once varones, su hermana Dolores y ella. A los 4 años perdió a su padre. El 25 de marzo de 1865, a los 15 años, en la parroquia de san Juan de los Caballeros hizo voto de castidad perpetua. Quizá no tenía claro lo que iba a ser de su vida, pero apuntaba claramente a la consagración. Todo eso se concretó muy pronto cuando en 1869, alrededor de sus 19 años, pasó por el nuevo y duro trance de ver morir a su madre hallándose sola junto a ella: «Prometí al Señor no poner jamás mi afecto en criatura alguna». Después, las dos hermanas, que compartían similares ideales, acrecentaron su piedad y las obras de caridad.
Una vez que se casaron dos de sus hermanos, y tras la prematura muerte de otro en 1872, pensaron dar un giro a su vida haciéndose carmelitas en su ciudad natal. En 1873 seguían las directrices del sacerdote, D. José María Ibarra. Y en 1874, asesoradas por él, ambas hermanas convivieron junto a las clarisas de Córdoba pasando por una fecunda etapa de reflexión. Entonces conocieron al buen sacerdote, D. José Antonio Ortiz Urruela, que fue decisivo en sus vidas. Siguiendo su consejo, en 1875 se pusieron en contacto con la Sociedad de María Reparadora como postulantes. Al tomar el hábito eligieron el nombre: Rafaela, el de María del Sagrado Corazón, y Dolores, el de María del Pilar.
En 1876 la Sociedad se trasladó a Sevilla, y las dos hermanas permanecieron en Córdoba con otras novicias, bajo el amparo del obispo, fray Ceferino González. Éste las apoyó para que en diciembre de ese mismo año pusieran en marcha el Instituto de Adoradoras del Santísimo Sacramento e Hijas de María Inmaculada. Después diría: «Yo no quiero ser Fundadora», pero no hubo marcha atrás, e incluso fue elegida Superiora. La comunidad vivía en conformidad con las Reglas de san Ignacio. Pero en un momento dado, les avisaron de que el prelado quería intervenir en su forma de vida, y determinaron salir de noche catorce novicias, junto a Rafaela María, camino de Andujar. En Córdoba permanecía Dolores para notificar el hecho. En Andújar se alojaron en el Hospital de las Hijas de la Caridad. La santa decía: «Yo me encuentro con valor y fuerzas muy grandes, porque tengo puesta mi confianza en el Señor, en que nos ayudará siempre porque no deseamos más que su honra y su gloria».
De Andújar se trasladaron a Madrid, abriendo otra casa en el barrio de Chamberí. Al morir D. José Antonio, recibieron la ayuda del jesuita, P. Cotanilla, y del obispo auxiliar Sancha. En 1877 el cardenal Moreno les concedió la aprobación diocesana y diez años más tarde, el papa León XIII aprobó la Congregación con el nombre de Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Su deseo era que todas se vinculasen al ardiente anhelo de su corazón: «Que todos lo conozcan y lo amen». Ella seguía su camino de oblación, sabedora de que era la única vía para unirse a Dios. Así lo consignaba en sus ejercicios espirituales. Y Dios la escuchó. En 1892 tenía 43 años y aún le quedaban 32 más de vida cuando abatió sobre ella la «noche oscura». Estaban en un momento fecundo para el Instituto, y en medio de él brotaron las malas hierbas de la desconfianza y la incomprensión, una «aniquilación progresiva y de martirio en la sombra», como dijo Pío XII.
Ante las graves dificultades de gobierno, renunció al generalato en Roma a favor de su hermana Dolores, y quedó relegada por completo al olvido, realizando duros trabajos y sufriendo constantes humillaciones, mientras se inmolaba con la vivencia heroica de la humildad y el perdón. En su soledad y silencio renovaba su espíritu de reparación por los pecados del mundo, pensando únicamente en la gloria de Dios. Así se abrazó a la cruz. «En el no hacer está mi mayor martirio. Dios me pide ser santa. Yo no puedo dejar de serlo sin despreciar Su santo querer. Si logro ser santa, hago más por la Congregación, por las hermanas y por el prójimo, que si estuviese empleada en los oficios de mayor celo. Mi espíritu gime, pero vale más agradar a Jesús gimiendo que riendo […]. El gozo será en la otra vida. Jesús me ama mucho y esto me debe alentar siempre».
Dios le otorgaba dones extraordinarios. Solo pudo salir de la casa de Roma para ir a Loreto, a Asís y a España, donde no le fue permitido visitar a su hermana en Valladolid, ciudad en la que se hallaba retirada también del gobierno de la Congregación. Su consuelo era rezar de rodillas durante horas ante el Santísimo Sacramento al punto de quedar afectadas por una grave lesión. Murió el 6 de enero de 1925 (Año Santo). Pío XII la beatificó el 18 de mayo de 1952, y Pablo VI la canonizó el 23 de enero de 1977. 

viernes, 10 de mayo de 2019


Oramos con Santa Rafaela María

 Vengo a tu Presencia, Señor,
en  la absoluta seguridad  de que me esperas,
sé que estás ahí para continuar conmigo
un diálogo, que nunca se interrumpe, de amistad.

Experimento la fuerza de tu amor para conmigo,
y temo no saber corresponderte.
¡Soy tan débil, Señor!
Tu misericordia es un torrente desbordado
que alcanza mi corazón hasta inundarlo.
Derriba en mí los obstáculos, grandes o pequeños,
que a veces, como un dique,  puedo alzar ante Ti.
Cuando enumero tus misericordias
se me ilumina el alma.
Me asombra tu cariño   –¿agua o fuego?-
Sólo él es capaz de hacerme limpio,
transparente a tus ojos, feliz...

Vengo a tu Presencia,
para gozar del torrente de tu amor.
Como la  luz vacilante y pequeña de la cera,
quiero arder sencillamente en el amor humilde,
el único que,  de verdad,  te complace,  Señor.

En la sinceridad de mi oración,
escucho tu palabra
disfrazada en las palabras que sugeriste a Rafaela María:
“Amar y más amar, el amor todo lo vence...
Pedir sin cesar este amor”
Día tras día quiero permanecer en mi  súplica confiada
para poder abrirme a tu torrente, Señor.

miércoles, 8 de mayo de 2019


SALMO: FRASES DE SANTA RAFAELA MARÍA

Todas unidas en todo como los dedos de la mano.
Dios me ama, muchísimo.
Adelante y con valor hasta el fin.
El Señor me quiere como a la niña de sus ojos.
Tengo puesta mi confianza en Dios.
Universales como la Iglesia
Veo a Dios muy grande y a mi pequeñísima.
A Dios le roba el corazón el humilde y el sencillo.
El amor de Dios alcanza a todos los hombres. ¡Somos sus hijos!
Se vale de los pequeños para enseñar a los grandes.
Fiarme ciegamente de Dios como una hija en brazos de su madre.
Debo dejarme en manos de Dios con entera confianza.
Callar y fiarme siempre. No temer a nadie ni a nada.
Mi camino no es de rezar mucho sino de orar mucho.
Ver la imagen de Dios en todas las personas que trate.
Mi vida debe ser un continuo acto de amor.
Oraré mucho por la salvación de la gente.
Debo fomentar la confianza en Dios. Si le somos fieles nos ha de dar todo lo que necesitemos.
Viéndome péquenla estoy en mi centro, porque veo lo que hace Dios en mí y en mis cosas.
Seamos humildes pues cuando empiezan las grandes cosas se pierde la cabeza.
Verme siempre en lo que soy: un vaso frágil sostenido por pura misericordia.
Trabajar porque todos conozcan a Jesús.
Qué felicidad se experimenta en ayudar a los demás.
Hacer porque todos los que nos rodean pasen la vida feliz, esta es la verdadera caridad.
Los pobres: ocúpate de ellos. Cuando se ve la misericordia de cerca se ablanda el corazón y se reconoce la bondad de Dios.
Respetar a todos como imágenes de Dios.
Lo que se ama no pesa.
Que todos lo conozcan y lo amen.
Sirvamos a Dios lo mejor que podamos con alegría.
No respondas nunca con mal modo a nadie.
Mucho hace el que todo lo hace bien.
Poner a Cristo a la adoración de los pueblos.
Que Jesús nazca en vuestro corazón.
Tranquilidad, paz, alegría y gran confianza.
Jesús me ama y esto me debe alegrar.
El Señor se sirve de los más pequeños para enseñar a los grandes.
Pedir a Jesús sin cesar.
Un corazón sencillo rinde el corazón de Dios.
Nuestras aspiraciones apoyadas en Dios deben ser muy grandes.



miércoles, 1 de mayo de 2019



Oramos con santa Rafaela María
“Esto es mi cuerpo... Haced esto en memoria mía”
Como tantas veces en mi vida, 
he escuchado en la Eucaristía  estas  palabras,
palabras que me hablan de tu amor hasta la muerte
y que yo escucho a veces vencido por la rutina.
Hoy quiero acogerlas como Rafaela María.

Dame, Señor,  ojos nuevos
para verte  y mirarte “como el que sirve”,
arrodillado a los pies de todos, lavando y curando heridas.
Y hazme valiente para imitar tus gestos:
lavar, curar,  acariciar...
 ceder el primer puesto, renunciar a ambiciones,
suavizar  convivencias, posibilitar  la alegría.
Así lo hizo ella, Rafaela María.

“Esto es mi cuerpo... Haced esto en memoria mía”
Dame, Señor,  constancia y humildad
para hacer  en mi  ambiente la unidad  de tu cuerpo,
para  reconstruir una y otra vez
la  ilusión de una fraternidad abierta y comprometida, alentando
esperanzas, suscitando utopías.
Hago memoria de tu Sangre preciosa, derramada por muchos...
Me  anima también el recuerdo de Rafaela María,
dispuesta siempre  a dar la vida por la unión y la paz.

Modelar  mi vida, Señor, a tu vida
-tu vida en el tiempo,  nuestro pequeño tiempo;
tu vida entregada  en la Eucaristía-
abre  mi corazón a dimensiones nuevas:
los intereses  de tu Corazón que abraza a todos los hombres.

Como Rafaela María, en espíritu y en verdad,
quiero adorar tu Presencia de Resucitado :
presencia de siervo y Señor, de Dios y de amigo