martes, 10 de noviembre de 2009

Conferencia: Anselm Grüm. 2006-BA(parte I)



Queridas hermanas, queridos hermanos, no quiero hablar acerca de una espiritualidad totalmente nueva sino acerca de la espiritualidad que a lo largo de los últimos cuarenta y dos años resultó ser importante para mí. Cuando era joven, y cuando cuarenta y dos años atrás ingresé al convento, al monasterio, me dejé guiar por elevados ideales, quería vivir concientemente en forma cristiana, quería borrar todos mis errores y sólo quería amar al prójimo y finalmente descubrí que estos ideales tan elevados me sobre exigían, que seguí encontrando otras cosas en mí, y en el noviciado ingresé a una crisis muy profunda cuando entré en contacto con mis propias emociones y comprendí entonces que así no podía seguir, y en el encuentro con los primeros monjes encontré otra espiritualidad, yo la llamo la espiritualidad desde abajo. Esto significa que Dios no está solo en la Biblia, no habla solamente a través de la Iglesia, tampoco a través de los ideales sino que está también en mí mismo, en mis pensamientos, en mis sentimientos, en mi cuerpo, en mis relaciones, en mi trabajo, y es acerca de esto que quiero decir algunos pensamientos.


En la regla de San Benito se habla de la humildad y el capítulo más largo está dedicado a la humildad. Cuando era un monje joven me parecía que ese no era un capítulo bueno, yo quería ser algo, no quería ser humilde pero a medida que avanzo en la edad me doy cuenta cuánto de sabiduría hay en este capítulo. Podríamos decir que la humildad es el arte de ascender a través de descender. Todos nosotros queremos ascender en la vida, queremos ascender en la carrera profesional pero también en la vida espiritual, para ascender a Dios y la paradoja cristiana es que ascendemos al descender. El terapeuta suizo Joung dijo en algún momento que el se sorprendía porque hay muchos teólogos que tienen problemas con la psicología porque la psicología en definitiva no quiere otra cosa que realizar esta paradoja cristiana y cita a Efesios 4,9 y dice que sólo asciende al cielo quien previamente descendió a la tierra, es decir que en la medida en que descendemos a la terrenalidad y a nuestra humanidad, ascendemos a Dios. Los griegos hablan del mito de Ícaro que estaba fascinado por el sol y quería ascender y cada vez que se acercaba volvía a caerse.