sábado, 24 de octubre de 2009

Tomas Merton. Ha resucitado.

“Ha resucitado, no está aquí… va delante de vosotros a Galilea”. (Mc 16, 6-7).
Cristo ha resucitado, Cristo vive.
Cristo es el Señor
de los vivos y de los muertos.
Es el Señor de la historia.
Cristo es el Señor
de una historia que se mueve.
No sólo sostiene
el principio y el final
en sus manos,
está en la historia
con nosotros,
caminando delante
hacia donde vamos.
No está siempre
en el mismo lugar.
Camina delante de nosotros
Allá donde vamos
El culto al Santo Sepulcro
es cristiano en tanto
en cuanto es culto
al lugar
donde Cristo ya no
puede ser encontrado.
Tal culto
sólo es válido con
una condición:
que queramos seguir adelante,
seguirle
hacia donde aún no estamos,
buscarle
donde nos ha precedido
 -a Galilea –
Estamos llamados
no sólo a creer
que Cristo una vez
resucitó
de entre los muertos
para probar
que era Dios:
estamos llamados
a experimentar la resurrección
en nuestras propias vidas
entrando
en el dinámico movimiento
que es seguir a Cristo
viviente en nosotros.
Tal vida,
tal dinamismo
se expresa por el poder
del amor
y del encuentro:
Cristo vive en nosotros
si nos amamos mutuamente.

Y nuestro amor
de unos por otros significa
la participación
en la historia de unos
con otros.
Cristo vive en nosotros
y nos guía
por medio del encuentro
y del compromiso,
a un futuro nuevo
que construimos juntos
unos para otros.
Ese futuro se llama
el reino de Dios.
El reino ya se ha establecido;
el reino
es una realidad presente,
pero aún hay tarea.
Cristo nos llama
a trabajar juntos
en la construcción de su reino.
Cooperamos con él
en llevarlo a la perfección.
Debemos querer seguirle
Este es el mensaje eterno
de la Iglesia,
no sólo del domingo de Pascua,
sino de todos los días
del año,
y de todos los años
hasta el fin del mundo.
El dinamismo
del misterio pascual
está en el corazón
de la fe cristiana.
Es la vida de la Iglesia.
La Resurrección
no es una doctrina
que tratamos de probar
o un problema
sobre el que discurrimos,
sino que es la vida

y la acción
de Cristo mismo
en nosotros
por medio de su Santo Espíritu.
Cristo vive en nosotros
y nos guía por medio del encuentro
y del compromiso
Un cristiano
fundamenta su vida entera
en estas verdades.
Toda su vida
cambia
por la presencia
y la acción
de Cristo resucitado.
Sabe
que ha encontrado
a Cristo resucitado,
como lo encontró Pablo
camino de Damasco.
Un encuentro así
no tiene por qué ser dramático,
pero sí
personal
y real.
El bautismo es, ciertamente,
un sello
y un signo
de ese encuentro.
El bautismo
debe vivirse
en encuentros posteriores
con Cristo:
en la eucaristía,
en los otros sacramentos,
en leer y escuchar
la palabra de Dios,
y en un darse cuenta de que
la palabra
es dirigida a nosotros
personalmente.
El verdadero encuentro con Cristo
por la palabra de Dios
despierta algo
en lo hondo de nuestro ser,
algo

que no sabíamos estaba allí.
El verdadero encuentro con Cristo
nos libera del algo,
pues es una fuerza
que ignorábamos tener:
esperanza,
capacidad de vivir,
flexibilidad,
habilidad para rehacernos
cuando creíamos
haber fracasado:
capacidad de crecer
y de cambiar;
poder creador
que nos transforma.
Toda la vida del cristiano
cambia
ante la presencia de Cristo resucitado
Para un cristiano
no existe la derrota,
porque Cristo resucitado
vive en nosotros,
y Cristo
ha superado todo
lo que nos puede destruir
o detener
en el crecimiento humano
y espiritual.
En el misterio pascual
la Iglesia canta
el duelo
entre la muerte y la vida, que
acaece en nuestro corazón.
Es una lucha amarga,
desesperada,
combate entre la vida y la muerte
que tiene lugar en nosotros,
la batalla de la desesperación
humana
contra la esperanza cristiana.
El verdadero encuentro con Cristo
despierta algo en lo más profundo de nuestro ser
La vida resucitada
no es fácil,
es también morir.
La presencia
de la resurrección
en nuestras vidas
significa
la presencia de la cruz,
ya que nosotros
no resucitamos con Cristo
hasta que no muramoscon Él.
Por medio de la cruz
entramos
en el dinamismo
de la transformación creadora;
en el dinamismo
de la resurrección
y la renovación,
en el dinamismo
del amor.
La enseñanza de san Pablo
se centra completamente
en la Resurrección.
¿Cuántos cristianos
comprenden realmente
lo que san Pablo quiere expresar
cuando proclama
que nosotros “estamos muertos para la ley”
y así resucitamos con Cristo?
¿Cuántos cristianos
se atreven a creer
que quien resucita con Cristo
disfruta de la libertad
de los hijos de Dios
y no se encuentra atado
por las prohibiciones
y tabús
de los prejuicios humanos?
No resucitamos con Cristo
si primero no morimos con Él
Resucitar con Cristo
significa no sólo
que existe la opción
o que se puede vivir
bajo una ley con miras más altas
-la ley de la gracia
y del amor-
sino que se debe proceder
como sigue.
La primera obligación del cristiano
es mantenerse libre
de toda superstición,
de todo ciego tabú
y de todo formulismo religioso,
esto es,
de todas las formas vacías
propias del legalismo.
Poder de transformación creativa
Vuelve a leer la carta a los Gálatas
otra vez.
Léela a la luz
de las recomendaciones
que da la Iglesia,
para que se cumpla la renovación.
El cristiano
debe tener el coraje
de seguir a Cristo.
El cristiano
que ha resucitado con Cristo
debe atreverse
a seguir su conciencia,
incluso en las causas perdidas,
y debe, si fuere necesario,
manifestar su desacuerdo
con la mayoría,
así como tomar decisiones
que sabe
están de acuerdo con el Evangelio
y las enseñanzas de Cristo,
aunque otros
no comprendan
el por qué de su actuación.
“Los que siguen a Cristo
son llamados por Dios
no por sus logros,
sino por motivosy gracia de Él”
(Lumen Gentium, 40)
Esta afirmación
echa por tierra
el complejo
de muchos cristianos
que piensan
que nunca llegarán a nada
porque no habiendo
podido hacer algo
ante los ojos de los demás
tampoco podrán llegar
a nada
ante los ojos de Dios.
De nuevo
nos encontramos con otro
aspecto
de las enseñanzas de san Pablo
sobre la libertad.



Muchos cristianos
no son libres
porque viven bajo el dominio
de ideas ajenas.
Se someten
pasivamente
a las opiniones de la mayoría.
Para protegerse
a sí mismos
se esconden en la multitud
y corren
con ella
incluso cuando
acaece el tumulto del linchamiento.
Tienen miedo de la soledad,
de la desnudez moral
en la que se sentirían
lejos de la multitud.
Pero el cristiano
en quien Cristo resucitó
se atreve
a pensar
y actuar
de forma diferente.
a la multitud.

Tiene su propias ideas,
no por arrogancia,
sino porque
es lo suficientemente humilde
como para estar solo
y prestar atención
al propósito
y a la gracia de Dios,
que con suma frecuencia
son opuestos
a los propósitos
y planes
del entramado del poder mundano
al uso.
Para mantener la libertad
frente a toda forma vacía de legalismo.

No hay comentarios: