“Elías fue un hombre como nosotros. Andrés,
Pedro, Santiago y Juan fueron hombres como nosotros. Como ellos, nosotros
venimos con nuestras debilidades a Cristo para que Su fortaleza pueda ser
glorificada en la transformación de nuestra debilidad. Un día tras otro el
hombre exterior se desmorona y derrumba, y el hombre interior, el Hombre
Celestial, nace y crece en sabiduría y conocimiento a los ojos de los hombres,
que no pueden reconocerlo. Tampoco nosotros podemos reconocernos a nosotros
mismos en la imagen que de Él se forma en nosotros, porque todavía no poseemos
los ojos adecuados para verle. Sin embargo, sospechamos que Él está presente en
el misterio no revelado a los sabios y prudentes. Sentimos sus ojos sobre
nosotros cuando nos sentamos bajo la higuera y en ese momento nuestras almas se
abren a la vida al toque de Su dedo oculto. Este destello de fuego es nuestra
soledad, que sin embargo nos une a todos nuestros hermanos. Es el fuego que ha
avivado al Cuerpo Místico desde Pentecostés de manera que cada cristiano es, al
mismo tiempo, un ermitaño y la
Iglesia en su conjunto, y todos nosotros somos miembros los
unos de los otros. A nosotros nos toca reconocer el misterio de que tu corazón
es mi ermita y de que el único camino de que dispongo para adentrarme en el
desierto es cargando con tus tribulaciones y dejándote a ti las mías”. (29 de
noviembre de 1951)
Thomas Merton
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