viernes, 12 de octubre de 2012

...el Corazón de Cristo...

"Experimentar el amor de Dios dirigiendo la mirada al Corazón de Jesucristo
El significado más profundo de este culto al amor de Dios sólo se manifiesta cuando se considera más atentamente su contribución no sólo al conocimiento sino también y sobre todo a la experiencia personal de ese amor en la entrega confiada a su servicio (Cf. Encíclica "Haurietis aquas", 62). Obviamente, experiencia y conocimiento no pueden separarse: la una hace referencia a la otra. Además, es necesario subrayar que un auténtico conocimiento del amor de Dios sólo es posible en el contexto de una actitud de oración humilde y de generosa disponibilidad. Partiendo de esta actitud interior, la mirada puesta en el costado traspasado de la lanza se transforma en silenciosa adoración. La mirada en el costado traspasado del Señor, del que salen "sangre y agua" (Cf. Gv 19, 34), nos ayuda a reconocer la multitud de dones de gracia que de ahí proceden (Cf. Encíclica "Haurietis aquas", 34-41) y nos abre a todas las demás formas de devoción cristiana que están comprendidas en el culto al Corazón de Jesús.


La fe, comprendida como fruto del amor de Dios experimentado, es una gracia, un don de Dios. Pero el hombre podrá experimentar la fe como una gracia sólo en la medida en la que él la acepta dentro de sí como un don, del que trata de vivir. El culto del amor de Dios, al que invitaba a los fieles la Encíclica "Haurietis aquas" (Cf. ibídem, 72), debe ayudarnos a recordar incesantemente que Él ha cargado con este sufrimiento voluntariamente "por nosotros", "por mí". Cuando practicamos este culto, no sólo reconocemos con gratitud el amor de Dios, sino que seguimos abriéndonos a este amor de manera que nuestra vida quede cada vez más modelada por él. Dios, que ha derramado su amor "en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Cf. Romanos 5, 5), nos invita incansablemente a acoger su amor. La invitación a entregarse totalmente al amor salvífico de Cristo (Cf. ibídem, n. 4) tiene como primer objetivo la relación con Dios. Por este motivo, este culto totalmente orientado al amor de Dios que se sacrifica por nosotros, tiene una importancia insustituible para nuestra fe y para nuestra vida en el amor".
Vaticano, 15 de mayo de 2006
BENEDICTUS PP. XVI
 de la "Carta de S.S. Benedicto XVI sobre el culto al Corazón de Jesús en el 50 aniversario de la Encíclica “Haurietis aquas”"

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