domingo, 8 de abril de 2012

 El triduo pascual y su significación
La pascua de los primitivos cristianos, entremezclada con la experiencia de la comunidad apostólica, giraba en torno a una sola celebración. El criterio místico de la concentración dominaba sobre el cronológico de los tres días, que se impuso más adelante. La pascua era la gran celebración nocturna de la noche, de tal manera que hasta finales del s. ni era la única fiesta anual. Su celebración concentraba la unidad de la historia de salvación desde la creación a la parusía.
Pronto esta vigilia pascual fue precedida de uno o más días de ayuno, los cuales se transformaron progresivamente en el triduo del viernes, sábado y domingo, dedicados, respectivamente, a la muerte, sepultura y resurrección del Señor. El paso presuponía ya una aceptación del domingo después del 14 de nisán como el día de pascua.
El triduo pascual, vislumbrado ya en Orígenes, nos lo descubre no como una indicación cronológica, sino de sentido teológico y litúrgico. Comentando Os 6,2, dice: Prima die nobis passio Salvatoris est et secunda, qua descendit in infernum, tertia autem resurrectionis est dies, añadiendo unas líneas más abajo la expresión el misterio del tercer día.
Una celebración de los días anteriores a la vigilia pascual, consistente en el ayuno, la encontramos en Tertuliano, y supone una costumbre arraigada. Fundamenta la práctica, como los únicos días, solos legitimos ieiunorum, prescritos por el evangelio, para el momento que el esposo será quitado; estos ayunos empiezan el viernes dicamus et ieiuniis parascevem.
A principios del s. iii el ayuno del triduo, según la Tradición Apostólica y un poco después en la Didascalia de los Apóstoles, donde se puede leer parascevem tamen et sabbatum integrum ieiunate, nos resultan más conocidos.
Llegados al s. iv, encontramos una formulación teológica litúrgica bien precisa del triduo sacro. En san Ambrosio podemos leer: "Triduo en el que ha sufrido, ha reposado y ha resucitado el que pudo decir destruid este templo y en tres días lo reedificaré". Entre otras escogemos la conocida expresión de Agustín por su tan adecuada formulación: Sacratissimum triduum crucifixi, sepulti et suscitati .
Sin perjuicio de la unidad total del misterio de pascua, los padres tenían buenas razones para consagrar la idea de triduo sacro. El presentar los aspectos sucesivos de la celebración era sin duda la mejor manera para una vivencia cristiana mayor. Las razones bíblicas no faltaban. Por un lado, la tipología bíblica de Jonás y del templo (Mt 12,40; Jn 2,19); por otro, la unidad de los tres momentos del misterio, según viene expresada en diversos lugares del NT, como es el caso de Corintios: "Murió por todos para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que por ellos murió y resucitó" (2 Cor 5,15), o bien "fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación" (Rom 4,25).
La doble tradición acerca del nombre de pascua contribuyó también a forjar la teología del triduo. Al entrar en crisis la primitiva, la asiática (pascha-passio), en el s. iv, va adquiriendo preponderancia la occidental al tener conocimiento de la alejandrina (pascha-transitus). La traducción latina de la Vulgada de Ex 12,11 de la palabra pascua como paso, transitus, está en la base del nuevo acento teológico.
Al principio del s. iii, al interpretarse pascua por paso, como lo hace por primera vez Clemente de Alejandría, se funda en la etimología del filósofo judío Filón de Alejandría. La nueva palabra paso resulta muy adecuada para significar el principio y el término del triduo. Será el vehículo de una teología que permite poner de relieve los aspectos morales, ascéticos y doctrinales de la pascua. Los autores cristianos expresan así la dimensión cristológica, sacramental y escatológica de la fiesta.
Vemos cómo en la primitiva concepción del triduo quedaba excluido el jueves santo. La actual concepción popular, tendente a incluirlo, arranca del tiempo de Amalario (s. 1x), y se basa en una concepción superficial y errónea.


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