El texto que acabas de leer me llegó un día con el título: Honor a quien lo merece. Esta es la rutina simple de una madre de familia normal. La Virgen María debió sufrir del mismo síndrome del servicio. Pocos días después de recibir el anuncio de que sería la madre de Dios, sale de su casa y se va “de prisa a un pueblo de la región montañosa de Judea, y entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, la criatura se le movió en el vientre, y ella quedó llena del Espíritu Santo. Entonces, con voz muy fuerte dijo: –¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo! ¿Quién soy yo, para que venga a visitarme la madre de mi Señor? Pues tan pronto como oí tu saludo, mi hijo se movió de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú por haber creído que han de cumplirse las cosas que el Señor ha dicho! (...) María se quedó con Isabel unos tres meses, y después regresó a su casa”.
Tres meses acompañando a su prima Isabel que estaba esperando a Juan Bautista. Tres meses de servicio que debieron tener una continuidad normal a lo largo de su vida oculta en Nazaret. Las mamás, y María en esto no fue la excepción, tienen un don maravilloso de servicio que no siempre valoramos. Horas de dedicación silenciosa y amorosa a los oficios más sencillos y cotidianos. Muchas mamás de hoy comparten estas rutinas hogareñas con un compromiso laboral de tiempo completo por fuera de la casa. Algunas veces reciben el apoyo incondicional de sus maridos y de sus hijos e hijas. Pero otras muchas veces se sienten solas en estas labores diarias. Nadie nota que se hacen, pero sí nos damos cuenta cuando no. La exaltación de la Virgen María en la Asunción , debería animarnos a reconocer el trabajo de mamá en este día como el mejor homenaje a esas mujeres valientes que siempre tienen tiempo para mostrarnos el rostro amoroso de Dios en el servicio cotidiano.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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