viernes, 11 de septiembre de 2009

LA NOCHE DE LOS POBRES ESTÁ EN VELA. Pedro Casaldáliga y José María Vigil.

Siempre, pero hoy más que nunca, debemos fundamentar teológica y teologalmente nuestra solidaridad. Sólo con esa fundamentación podrá ser plenamente solidaridad cristiana y vencer serenamente los avatares de la historia o del propio corazón.



Dios en sí, en su misterio original, es la plena solidaridad de tres personas en un una misma vida total. Como dicen las comunidades eclesiales de base de Brasil que «la santísima Trinidad es la mejor comunidad», podemos decir que «la santísima Trinidad es la mayor solidaridad».


El misterio de la Encarnación es la expresión máxima, histórica, sometida a nuestras vicisitudes, de la solidariad de Dios con la humanidad. Jesús es la solidaridad de Dios hecha carne y sangre, vida y muerte, pasión y resurrección. En El y por El sabemos cómo Dios es amor solidario.


No tenemos muchos mandamientos. Tenemos uno sólo: «ámense unos a otros como yo les he amado». El mandamiento nuevo del amor nuevo se traduce en la práctica diaria y en la vivencia social y en la organización política y económica de la sociedad, a travé s de la solidaridad efectiva: desinteresada y eficaz. Con todos, pero más específicamente y ante todo y siempre, con esos hermanos y hermanas «más pequeños», como nos pidió el mismo Jesús. En el antiguo testamento Dios preguntaba: ¿dónde está tu hermano? En el nuevo testamento Dios pregunta, más incisivo: ¿dónde está tu hermano pequeño?; más aún, Dios se hace hermano de los hermanos más pequeños.


Nuestra fe pasa siempre, necesariamente, por la cruz. Nuestra solidaridad, también. Frente a esas decepciones a que antes aludíamos, delante de cualquier género de fracaso, la solidaridad cristiana apela confiadamente a la esperanza de la resurrección. Ninguna vida verdadera muere para siempre. La solidaridad que se da totalmente es siempre un gesto, una celebración, un «sacramento pascual».


El Reino es la sociedad de la solidaridad. Semilla escondida, red barredera, tesoro desconocido para muchos, pero proyecto de Dios: su Causa. La Causa de la Solidaridad total. En el tiempo y más allá. La solidaridad va siendo ya, en esperanza escatológ ica y en caridad política, el «más allá de la historia».


Caminante, sí hay camino


Debemos ser realistas. Conocer la realidad, hacerse cargo de la misma, cargar con ella; eso nos pide el teólogo mártir Ellacuría. Llamar siempre a la realidad cambiante por su propio nombre. Abandonar la nostalgia del pasado que no volverá. Nosotros no vamos «en busca del tiempo perdido». Otra es nuestra memoria y la conciencia responsable de la lucha o de la sangre que heredamos.


Pisemos el suelo real del neoliberalismo, y busquémosle sus brechas. Hemos de encontrar creativamente los resortes de lucha que puede haber, que hay, en la nueva realidad neoliberal (con ciertas zonas de libertad); sólo formalmente democrática (pero con alguna democracia al fin); de mercado supuestamente libre (donde de hecho, como transitan las mercancías, se transmiten también las ideas y las causas); de mundialización niveladora (pero también de mundialización de intercambios fraternos y de humana comunión).


Sin hacer ascos a temas que hace unos años nos podrían parecer pequeño burgueses, debemos entrar en ese combate. Un modo también eficaz de combatir al neoliberalismo es combatirlo -sin contaminarse- en su propio terreno.


Ese realismo nos exige una nueva fidelidad a la solidaridad, que podría caracterizarse como la práctica de la solidaridad:


  • de noche oscura, aparentemente sin salida, en el ejercicio tenso de la fe;

  • gratuita, sin eficacismos, sin compensaciones; la fidelidad de los que se apuntan a la marcha de los vencidos y no al carro de los vencedores;

  • siempre profética, porque sigue creyendo en el Dios que oye el clamor de su Pueblo y desciende hasta liberarlo, y consuela a sus pobres y proclama como victoria la bienaventuranza de los marginados;

  • que hace de la opción por los pobres «la» opción evangélica, «firme e irrevocable», según palabras de Juan Pablo II en Santo Domingo;

  • que no pierde de vista la posibilidad de las sorpresas, lo inesperado de las coyunturas;

  • que responde como un eco a la fidelidad extrema de nuestros muchos mártires, ellos y ellas. Una Iglesia sólo es fiel cuando acompaña radicalmente al Testigo Fiel, Jesús, y a sus otros muchos testigos fieles que lo han seguido;

  • que sabe aprender del tesón de aquellos y aquellas que han mantenido su fidelidad durante siglos a causas derrotadas históricamente: la Causa Indígena, la Causa Negra, la Causa de la Mujer, la Causa Obrera, la Causa de los Pueblos menores…
Este realismo nos exige también buscar y encontrar nuevas formas de solidaridad, más actuales, eficaces hoy, germinadoras de futuro:

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