martes, 7 de julio de 2009

De LA SENDA DE LA CONTEMPLACIÓN. Tomas Merton.
"Una vida de santidad e incluso, en cierto sentido, una vida de contemplación debe ser el desarrollo normal de nuestra vocación bautismal. Nadie piense que es un fin exagerado. El Papa Pío XII dice explícitamente en su encíclica Mediator Dei que: "El ideal de la vida cristiana es que cada uno se una a Dios de la forma más profunda y más íntima". El contexto explica que ésta es toda la razón de la vida litúrgica tan múltiple de la Iglesia católica. Al principio de la Menti Nostrae Su Santidad puntualiza también que la caridad perfecta, que abarca todas las virtudes y que constituye la santidad o la perfección cristiana, habría de ser objeto de los esfuerzos constantes de los hombres. El Santo Padre dice: "En cualquier circunstancia que se encuentre el hombre debería dirigir sus intenciones y sus acciones a este fin". Es una frase bien clara. Y que no hace excepciones. Incluye a todos, desde las monjas de clausura, hasta la atareada ama de casa, al sacerdote, al abogado, al doctor, al mecánico, al agricultor. No se exceptúa a nadie. Ningún momento de la vida del hombre está excluido de esta ley. En todo tiempo, cualquiera que sea el sitio donde nos encontremos, o lo que hagamos, nuestras intenciones deberían, al menos virtualmente, ser dirigidas hacia la perfecta unión de amor con Dios, y todas nuestras acciones habrían de llevarnos, de una forma u otra hacia aquel fin. Sin que signifique esto que ya no podamos vivir vidas normales. Pero nuestro trabajo, nuestras obligaciones y nuestros intereses deben transfigurarse por la intención sobrenatural, divinizarse por la caridad de tal forma que nuestra acción más común y rutinaria pueda convertirse en un sacrificio de alabanza a Dios.
Sólo hay un camino por el que pueda conseguirse esto: por una vida de oración".

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