martes, 5 de mayo de 2009

P.Cacho: La frontera de los pobres

P. Cacho:La frontera de los pobres
A la edad de 63 años fallecía, el 4 de setiembre de 1992, en Montevideo, el p. Rubén Isidro Alonso, llamado familiarmente Cacho. Su figura ya ha trascendido ampliamente el marco de su patria para proyectarse como un testigo creíble del Evangelio y de la Iglesia de los Pobres en nuestro continente.
La historia esencial del p. Cacho empieza en 1977, en la Parroquia de Possolo. Al p. Cacho le tocaba atender desde la parroquia una inmensa zona de pobreza y miseria por el lado de Aparicio Saravia que se extendía con sus rancheríos de lata y cartón hacia una 'tierra de nadie'.
A los pocos meses de trabajar allí, declaraba en una entrevista: 'Yo no sabía cómo dar el paso. Yo sentía el llamado del Señor a ir a vivir allí y le pedí a Dios que me mostrara el camino. Yo salía a recorrer esos lugares a pie y sentía miedo, el miedo de ver una frontera que no podía pasar. Hasta que un día viene una señora del barrio a la parroquia a pedir que un sacerdote fuera a la zona, a ocuparse de los jóvenes que estaban abandonados... Ella había invitado ese día a unos muchachos de 18 años y me pedía de una forma dramática que me conmovió y por otro lado veía que el Señor insistía, y que a través de los pobres me mostraba el camino.'
Fue en el patio del rancho del Chueco Maciel que doña Dora, le juntó al p. Cacho los primeros muchachos y esa primera reunión la dirigió ella. Habló de la necesidad de darles esperanza a esos jóvenes, de la necesidad de encontrar caminos 'que eran posibles'; les aseguraba que todo podía cambiar para ellos. Los muchachos asintieron pero desafiaron al p. Cacho a mudarse al cantegril. 'Yo les dije que quería ir a vivir con ellos. Y al otro día me vinieron a buscar a la parroquia, diciéndome que habían visto un rancho vacío y así ellos mismos en un carrito me hicieron la mudanza. Ese día era un 24 de mayo, fiesta de María Auxiliadora y desde aquel momento ésta para mí es tierra santa. Fue Dios el que me llamó aquí'.
El p. Cacho sigue recordando: 'Cuando esa señora me invitó, yo salté de alegría. Ya no iba a ser un intruso... sino que el llamado de Dios empezaba a ser llamado del pueblo también... Fueron dos años que viví en esa vivienda de emergencia como desorientado; sentía admiración y sorpresa, desorientación y descubrimientos. Sin saber qué hacer. Eso me obligó, mate por medio, a escuchar mucho. A saber apreciar la gratuidad de esas conversaciones, de ese lenguaje, de esa comunicación. Para mí fue un esfuerzo grande aprender y emplear el mismo lenguaje de ellos. Nuestro lenguaje tiene que partir del 'compartir' su misma vida, sus mismos sufrimientos. Entonces uno va encontrando la palabra adecuada...'
Muchas veces él volvió sobre este tema. Escribía: '¿Qué ámbitos hay para que sea escuchada esta gente? En la estructura social no hay. En la Iglesia me pregunto si tenemos ámbitos para escucharla. No hablo de ámbitos para escuchar a los agentes pastorales a los que les hemos dado tantos cursillos que aprendieron a hablar ellos también 'en difícil'; sino si hay ámbitos para esta gente sencilla que no entiende nada de Iglesia estructural, pero sí entiende el lenguaje de Jesús. Cuando leemos juntos el Evangelio, las reflexiones que hacen ellos me hacen ver cómo las cosas son mucho más sencillas y no van por el camino de tanta elucubración como casi siempre hacemos nosotros.'
'NO HAY OTRA ESPIRITUALIDAD QUE SUPERE A ÉSTA'Después del primer desalojo que tuvo que sufrir junto a los vecinos de su manzana, la vida de Cacho cambió totalmente y se sintió cada vez más involucrado en los problemas de la gente. Afirmará más tarde en una entrevista: 'Ya no me pude ir más del barrio; me aprisionaron. Muchas veces siento deseos de independizarme, pero hay de por medio toda una opción de fidelidad a Dios y a la gente. No hay otra espiritualidad que supere a ésta. El llamado es a dos puntas: Dios que te llama y envía y la gente que también te llama y te recibe. Buscar la fidelidad a Dios te amasija todos los días. Aceptarlo todo por amor es lo que te va haciendo sentir bien a pesar de todo.'
Se quejaba porque muchos ignoraban esa realidad: 'Ni siquiera la Iglesia conoce al pobre; habla de los pobres pero no los conoce. Se olvida que entre los pobres verdaderos no hay jubilados, no hay asalariados, no hay obreros; entre los pobres hay sí desaparecidos y torturados por el hambre... Y si no lo conoce la Iglesia al pobre, mucho menos lo van a conocer los partidos políticos, las instituciones de promoción, etc... Solamente se conoce al pobre si se conoce la pobreza, si se ha tenido un contacto, una relación directa con la pobreza'. 'A mí no me importa que los pobres me usen', decía. 'Ellos han sido usados y manipulados toda su vida por los que tienen poder; está bien que alguna vez las cosas sean al revés'. Era capaz de sacarse lo que tenía puesto para regalárselo a quien le pedía ayuda; muchas personas que lo acompañaron en su trabajo protestaban porque vivían regalándole ropa y él estaba siempre mal vestido. Recuerdo una tarde de invierno su amplia sonrisa cuando lo confundieron con un 'hurgador' más de la zona al salir con ellos en el carro para juntar papeles y botellas.
La presencia de Cacho en esos barrios a lo largo de 15 años fue una Buena Noticia para los más pobres y un signo de la presencia de Dios. Siempre se presentó como sacerdote integrado a un difícil trabajo de Iglesia promovido por sacerdotes, hermanas y laicos de esa zona y todos lo podían encontrar en la capilla de Banneux. Los miércoles rezaba la Misa en el salón comunal San Vicente, así como lo había pedido la gente. Era su día 'pascual': fue un miércoles el día que un primer grupo de gente salió de los ranchos de chapa y cartón para 'pasar' a las casas de material.
Más allá de una cantidad asombrosa de organizaciones barriales, de cooperativas de vivienda, de talleres, de comunidades que surgieron por su impulso, hay que destacar que Cacho fue el alma del movimiento de los que antes se llamaban 'requecheros' y después pasaron a llamarse 'clasificadores'. En uno de los últimos artículos de Cacho, titulado: 'Profeta de la ciudad' (Nuevamérica, marzo 92) escribió la historia de estos hombres curtidos y sufridos que hasta el año 90 en Montevideo tenían prohibido su trabajo, se les quitaban los carritos y los caballos. Fue a principios del 90 que se logró por parte de la comuna un empadronamiento de cada carrito y se le dio a cada clasificador un carné que lo acreditaba como trabajador en actividad productiva. El p. Cacho defiende apasionadamente a este trabajador como 'agente ecológico por excelencia en el contexto de una sociedad consumista y depredadora' y recuerda que 'una tonelada de papel reciclado significan 20 árboles menos, arrancados del corazón del bosque'. Y termina señalando: 'Los políticos se quejan de la invasión a la ciudad y de la visión de miseria que dan al turista. ¡Hipócritas! Debieran simplemente quedar agradecidos ante este humilde trabajador que luchando para sobrevivir ayuda a la sobrevivencia de todos y es profeta de la ciudad futura'.
Poco antes de su muerte, internado en el Hogar Sacerdotal, Cacho empezó a pintar. Hacía cuadros muy luminosos de fuertes colores con Cristos arrastrando carritos y pintaba las dos ciudades, la de las torres y la de las arrabales. Soñaba con volver al barrio pero en su último testimonio dejaba entrever otro camino: 'He decidido tomar esto como un gran retiro, un reencuentro con Dios. Les pido perdón a todos los que llegan a la puerta y no pueden verme. El día que pueda reencontrarme con ellos, lo haré con todas mis energías para brindarles no ya bienes materiales o preocupado por la obra social sino más bien por la persona de Cristo.'
Su opción por los pobresCacho nos ha dejado en el nombre de Cristo, como también había ido a los cantegriles en nombre de él ('tengo que ir al cantegril porqué sé que allí voy a encontrar a Cristo'). Su opción por los pobres fue antes que nada una opción por Cristo y a ellos quería llegar a entregarles lo mejor que tenía: Cristo. Así lo entendieron los pobladores más humildes de las barriadas de Montevideo cuando en Possolo asistieron a la misa de cuerpo presente al aire libre bajo un cielo encapotado y todos soltaron sus lágrimas y sus voces. Más todavía cuando el féretro, cubierto con la bandera uruguaya, fue cargado sobre un carrito tirado por un caballo blanco y fue llevado a recorrer todas las comunidades en medio de los ranchos y las casitas. Sus restos descansan ahora en un simple nicho siempre lleno de flores en el Cementerio del Norte.
Se dijo de él: 'Tenía el don de hacerle sentir a cada persona que era importante para él y para Dios; y por eso sabía hacer aflorar en cada persona un sentido de superación y de lucha, de dignidad y solidaridad'. Nos dejó además un mensaje para estos tiempos de desaliento: 'Yo creo que la Vida Nueva pasa por la cruz; es una semilla que muere en el surco, implica el tiempo; el tiempo es un aliado del hombre y un presupuesto de Dios. Se trata de seguir, no abandonar y ser solidarios hasta el fin.'
Primo Corbelli

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