“La cruz es un símbolo de humanización: nunca estuvo tan cerca Jesús de nosotros como cuando compartió en su humanidad nuestro abandono, nuestro sufrimiento y nuestra muerte. La cruz, en cuanto símbolo misionero, más que invitar al ser humano a volverse a Dios, le invita a mirarse a sí mismo, es su hondo misterio, pues es ahí donde Dios habita. “Conócete a ti mismo”, invitan los filósofos y los santos, como primer paso para llegar a lo Divino. Así, la cruz es el símbolo del humanismo occidental, de la imagen del ser humano en su misterio. La cruz es la figura de la auténtica humanidad, y muestra el camino de la verdadera humanización, que implica decir sí a las contradicciones que viven en nosotros. Como personas, pertenecemos tanto a la tierra como al Cielo, estamos entre la luz y la oscuridad, entre Dios y el prójimo, entre el hombre y la mujer, entre la altura y la profundidad, entre el bien y el mal. La persona es una cruz, cuyo tronco descansa en la tierra, porque ahí pertenecemos, pero apuntando al cielo, y abierta en busca de unidad. El cruce de la línea vertical con la horizontal simboliza el centro de la persona. Si estamos firmes en ese centro, no somos desgarrados por las contradicciones, y no nos perdemos en la relación con los otros. Nuestra mirada parte siempre de ese centro, que no separa, sino que une y da sentido. Sólo alcanzamos nuestra integridad cuando reunimos las contradicciones en nosotros y las soportamos. La cruz pone orden en nuestra vida, y manifiesta nuestra salvación en cuanto aceptamos nuestra propia división, soportamos los conflictos sin resolver, abriéndonos para que entre Dios y ocupe el centro”.
(Recreación
de un texto de Anselm Grün)