“No es que el alimento sea un mal, ni que las satisfacciones naturales sean algo que Dios nos concede de mala gana, prefiriendo privarnos de ellas cuando puede. Ayunar es bueno porque el mismo alimento es bueno. Pero las cosas buenas de este mundo tienen eso, que son buenas en su momento y no fuera de él. El alimento es bueno, pero comer constantemente es malo, y en realidad ni siquiera es agradable. El hombre que se atiborra de alimento y de bebida disfruta con su hartura mucho menos que quien ayuna con su frugal colación.
Aun el ayuno mismo, en moderación y conforme a la voluntad de Dios, es cosa agradable. Hay saludables goces naturales en la contención de sí mismo: goces del espíritu, que comparte su ligereza aun con la carne. Feliz el hombre cuya carne no carga a su espíritu sino que sólo se apoya ligeramente en su brazo como graciosa compañera.
Por eso hay sabiduría en ayunar. La cabeza clara y el andar ligero de quien no come en exceso le permiten ver su camino y caminar por la vida con una alegría más sabia. Incluso hay una profunda justicia natural en este ayuno en primavera.
Estas razones son verdaderas en lo que pueden valer, pero no son por sí mismas una explicación suficiente del ayuno cuaresmal. Ayunar no es meramente una disciplina natural y ética para el cristiano. Es cierto que San Pablo evoca la comparación clásica del atleta que se entrena, pero el propósito del ayuno cristiano no es sencillamente tonificar su sistema, quitarse grasas inútiles y poner en forma el cuerpo, igual que el alma, para la Pascua. El significado religioso de la Cuaresma llega más hondo que eso. Nuestro ayuno ha de verse en el contexto de la vida y la muerte, y San Pablo puso en claro que él sometía al cuerpo a sujeción no sólo por el bien del alma, sino para que el hombre entero no fuese arrojado fuera.
Dicho de otro modo, el ayuno cristiano es algo esencialmente diferente de una disciplina filosófica y ética para el bien del ánimo. Tiene parte en la obra de la salvación, y por tanto en el misterio pascual. El cristiano debe negarse a sí mismo, sea con el ayuno o de algún otro modo, para poner en claro su participación en el misterio de nuestra sepultura con Cristo para resucitar con Él a una nueva vida. Eso no puede ser meramente cuestión de actos interiores y buenas intenciones. No se entiende que haya de ser algo puramente mental y subjetivo. Por eso el ayuno le está propuesto al cristiano por una larga tradición y por la Biblia misma, como un modo concreto de expresar la negación de sí mismo imitando a Cristo y participando de sus misterios.
Es cierto que la actual disciplina de la Iglesia, por serias razones, ha aliviado la obligación de ayunar, y en algunos países, la ha suprimido del todo. Pero, ciertamente, el cristianismo debería desear, si es capaz de ello, participar en esa antigua observancia cuaresmal, tan necesaria para una autentica comprensión del significado del Misterio Pascual”.
Thomas Merton; Tiempos de CelebraciónPág. 127-128