Concédeme el deseo de los Magos que de noche ven tu estrella,
para cruzar de ella agarrado cuando nada más se vea.
Concédeme el deseo de Simeón, esperándote a la puerta,
para soñar hasta el final, el cumplir de tu promesa.
Concédeme el deseo de San José que a tus proyectos les da vuelta,
para dejar en el amor, lo que no entra en la cabeza.
Concédeme el deseo de María que se entiende bien pequeña,
para decirte siempre sí, porque sí dice la sierva.
Concédeme el deseo de la mujer, que por detrás de ti se llega,
para tocar con fe tu manto y robarte así tu fuerza.
Concédeme el deseo del leproso que las barreras da por tierra,
para esperar de tu abrazo, el curarse de la lepra.
Concédeme el deseo de la viuda que se pone como ofrenda,
para ponerme como ella, en lugar de dar monedas.
Concédeme el deseo de aquel niño, que comparte su merienda,
para entregar de lo mío, porque otro también tenga.
Concédeme el deseo de la mujer que recoge, por debajo de tu mesa,
para con pocas migajas, entender que se hace fiesta.
Concédeme el deseo de aquel ciego del camino,
que logró que te detengas,
para ver en el amor, lo que el pecado siempre ciega.
Concédeme el deseo de Zaqueo que en su casa te acogiera,
para querer estar los dos y repasar juntos las cuentas.
Concédeme el deseo del buen ladrón, clavado a tu derecha,
para saberme ya en tu reino, porque tu amor de mí se acuerda.
Concédeme el deseo de José, el que nació en Arimatea,
para pedir tu cuerpo santo y esperar que en mi florezca.
Concédeme el deseo de tu Pueblo que humilde te confiesa,
para guardar en tus manos, lo que la misericordia sólo cierra.
Concédeme el deseo de tu Iglesia, que es madre, y más, maestra,
para que al soplo de tu Espíritu, oriente yo mi vela.
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