Por la tarde, fui yo la encargada de pronunciar el acto de consagración a la
Santísima Virgen. Era justo que yo, que había sido privada tan joven de la
madre de la tierra, hablase en nombre de mis compañeras a mi Madre del
cielo. Puse toda mi alma al hablarle y al consagrarme a ella, como una
niña que se arroja en los brazos de su Madre y le pide que vele por ella. Y
creo que la Santísima Virgen debió de mirar a su florecita y sonreírle. ¿No
la había curado ella con su sonrisa visible...? ¿No había ella depositado en
el cáliz de su florecita a su Jesús, la Flor de los campos y el Lirio de los
valles...?
HISTORIA DE UN ALMA. SANTA TERESA DE LISIEUX