jueves, 31 de diciembre de 2009

Sacramentum Caritatis. Benedicto XVI

ESCASEZ DEL CLERO


"El Sínodo se ha detenido sobre la escasez de sacerdotes que ocurre no sólo en algunos países de misión sino también en muchos países de larga tradición cristiana".

 Benedicto XVI sugiere una "distribución del clero más ecuánime", involucrar "a los Institutos de Vida Consagrada y a los nuevos movimientos eclesiales y a todos los miembros del clero para que tengan una mayor disponibilidad para servir a la Iglesia allí donde sea necesario, aunque comporte sacrificio".

Advierte a los obispos para que, a causa de la escasez de sacerdotes, no dejen de realizar un "adecuado discernimiento vocacional" y no admitan candidatos "sin los requisitos necesarios para el servicio sacerdotal.

Un clero no suficientemente formado, difícilmente podrá ofrecer un testimonio adecuado para suscitar en otros el deseo de corresponder con generosidad al llamado de Cristo.

La pastoral vocacional tiene que involucrar a toda la comunidad cristiana en todos sus ámbitos..., teniendo la valentía de proponer a los jóvenes la radicalidad del seguimiento de Cristo, mostrando su atractivo" (n. 25).


miércoles, 30 de diciembre de 2009

MEDJUGORJE


2 Diciembre 2009
(Mensaje dado a la vidente Mirjana)
"Queridos hijos, en este tiempo de preparación y de alegre espera, yo como Madre deseo indicarles aquello que es lo más importante: su alma. ¿Puede nacer en ella mi Hijo?¿ Está purificada de la mentira con el amor, de la soberbia, del odio, de la maldad? ¿Su alma ama sobre todas las cosas a Dios como Padre y al hermano en Cristo? Yo les indico el camino que elevará sus almas a la unión completa con mi Hijo. Deseo que mi Hijo nazca en ustedes. Qué alegría me daría ello, como Madre. Les agradezco."

domingo, 20 de diciembre de 2009




"Me consta su grandísimo amor para conmigo, más que de madre tierna, y sus ansias porque siempre en El me refugie fiándolo todo de su cura amorosa". Santa Rafaela María

viernes, 18 de diciembre de 2009

La Eucaristía resume todas las maravillas que Dios realizó por nuestra salvación.

Homilía, Misa de clausura del XVII Congreso Eucarístico Internacional, JPII
domingo 25 de junio del 2000
1. «Tomad, esto es mi cuerpo (...); esta es mi sangre» (Mc14, 22-23). Las palabras que pronunció Jesús durante la última Cena resuenan hoy en nuestra asamblea, mientras nos disponemos a clausurar el Congreso eucarístico internacional. Resuenan con singular intensidad, como una renovada consigna: «¡Tomad!».
Cristo nos confía su Cuerpo entregado a su Sangre derramada. Nos los confía como hizo con los Apóstoles en el Cenáculo, antes de su supremo sacrificio en el Gólgota. Pedro y los demás comensales acogieron estas palabras con asombro y profunda emoción. Pero ¿podían comprender entonces cuán lejos los llevarían?
Se cumplía en aquel momento la promesa que Jesús había hecho en la sinagoga de Cafarnaúm:«Yo soy el pan de vida,(...) El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo» (Jn 6, 48.51). La promesa se cumplía en víspera de la pasión, en la que Cristo se entregaría a sí mismo por la salvación de la humanidad.
2. «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por muchos» (Mc 14,24). En el Cenáculo Jesús habla de alianza. Es un término que los Apóstoles comprenden fácilmente, porque pertenecen al pueblo con el que Yahveh, como nos narra la primera lectura, había sellado la antigua alianza, durante el éxodo de Egipto (cf. Ex 19-24). Tienen muy presentes en su memoria el monte Sinaí y Moisés, que había bajado de ese monte llevando la Ley divina grabada en dos tablas de piedra.
No han olvidado que Moisés, después de haber tomado el «libro de la alianza», lo había leído en voz alta y el pueblo había aceptado, respondiendo: «Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho el Señor» (Ex 24, 7). Así, se había establecido un pacto entre Dios y su pueblo, sellado con la sangre de animales inmolados en sacrificio. Por eso Moisés había rociado al pueblo diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con vosotros, según todas estas palabras» (Ex 24,8).
Así pues, los Apóstoles comprendieron bien la referencia a la antigua alianza. Pero ¿qué comprendieron de la nueva? Seguramente muy poco. Deberá bajar el Espíritu santo a abrirles la mente. Sólo entonces comprenderán el sentido pleno de las palabras de Jesús. Comprenderán y se alegrarán.
Se percibe claramente un eco de esa alegría en las palabras de la carta a los Hebreos que acabamos de proclamar:«Si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo!» (Hb 9,13-14). Y el autor de la carta concluye: «Por eso Cristo es mediador de una nueva alianza; para que (...) los que han sido llamados reciban la herencia eterna prometida» (Hb 9, 15).
3.- «Este es el cáliz de mi sangre». La tarde del Jueves Santo, los Apóstoles les llegaron hasta el umbral del gran misterio. Cuando, terminada la cena, salieron con él hacia el huerto de los Olivos, no podían saber aún que las palabras que había pronunciado sobre el pan y el cáliz se cumplirían dramáticamente al día siguiente, en la hora de la cruz. Quizá ni siquiera en el día tremendo y glorioso que la Iglesia llama feria sexta in parasceve -el Viernes santo-, se dieron cuenta de que lo que Jesús les había transmitido bajo las especies del pan y del vino contenía la realidad pascual.
En el evangelio de San Lucas hay un pasaje iluminador. Hablando de los dos discípulos de Emaús, el evangelista describe su desilusión: «Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel»(Lc 24, 21). Este debió de ser también el sentimiento de los demás discípulos, antes de su encuentro con Cristo resucitado. Sólo después de la resurrección comenzaron a comprender que en la pascua de Cristo se había realizado la redención del hombre. El Espíritu Santo los guiaría luego a la verdad completa, revelándoles que el Crucificado había entregado su cuerpo y había derramado su sangre como sacrificio de expiación por los pecados de los hombres, por los pecados de todo el mundo (cf. 1 Jn 2, 2).
También el autor de la carta a los Hebreos nos ofrece una clara síntesis del misterio:«Cristo(...) penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna» (Hb 9, 11-12)
4. Hoy reafirmamos esta verdad en la Statio orbis de este Congreso eucarístico internacional, mientras, obedeciendo al mandato de Cristo, volvemos a hacer «en conmemoración suya» cuanto él realizó en el Cenáculo la víspera de su pasión.
«Tomad, esto es mi cuerpo(....) Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos» (Mc 14, 22, 24). Desde esta plaza queremos repetir a los hombres y a las mujeres del tercer milenio este anuncio extraordinario; el Hijo de Dios se hizo hombre por nosotros y se entregó en sacrificio por nuestra salvación. Nos da su cuerpo y su sangre como alimento para una vida nueva, una vida divina, ya no sometida a la muerte.
Con emoción recibamos nuevamente este don de manos de Cristo, para que, por medio de nosotros, llegue a todas las familias y a todas las ciudades, a los lugares del dolor y a los centros de la esperanza de nuestro tiempo. La Eucaristía es don infinito de amor; bajo los signos del pan y del vino reconocemos y adoramos el sacrifico único y perfecto de Cristo, ofrecido por nuestra salvación y por la de toda la humanidad. La Eucaristía es realmente «el misterio que resume todas las maravillas que Dios realizó por nuestra salvación» (cf.santo Tomás de Aquino, De sacr. Euch., cap.1)
En el Cenáculo nació y renace continuamente la fe eucarística de la Iglesia. Al terminar el Congreso eucarístico queremos volver espiritualmente a los orígenes, a la hora del Cenáculo y del Gólgota, para dar gracias por el don de la Eucaristía, don inestimable que Cristo nos ha dejado, don del que vive la Iglesia.
5. Dentro de poco concluirá nuestra asamblea litúrgica, enriquecida con la presencia de fieles procedentes de todo el mundo, y que es más sugestiva aún gracias a este extraordinario adorno floral. A todos os saludo con afecto y os doy las gracias de corazón.
Salgamos de este encuentro fortalecidos en nuestro compromiso apostólico y misionero. Qué la participación en la Eucaristía os lleve a ser pacientes en la prueba a vosotros, enfermos, fieles en el amor a vosotros, esposos; perseverantes en los santos propósitos a vosotros, consagrados; fuertes y generosos a vosotros, queridos niños de primera comunión, y, sobre todo, a vosotros, queridos jóvenes, que os disponéis a asumir personalmente la responsabilidad del futuro. Desde esta Statio orbis mis pensamiento va ahora a la solemne celebración eucarística con la que se concluirá la Jornada mundial de la juventud. A vosotros, jóvenes de Roma, de Italia y del mundo, os digo: preparaos esmeradamente para ese encuentro internacional de la juventud, en el que se os llamará a confrontaros con los desafíos del nuevo milenio.
6. Y Tú, Cristo, nuestro Señor, que «con este sacramento alimentas y santificas a tus fieles, para que una misma fe ilumine y un mismo amor congregue a todos los hombres que habitan un mismo mundo» (Prefacio II de la Santísima Eucaristía), haz que tu Iglesia, que celebra el misterio de tu presencia salvadora, sea cada vez más firme y compacta.
Infunde tu Espíritu en cuantos se acercan a la sagrada mesa, y dales mayor audacia para testimoniar el mandamiento de tu amor, a fin de que el mundo crea en ti, que un día dijiste: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre» (Jn 6,51)
Tú, Señor Jesucristo, Hijo de la Virgen María, eres el único Salvador del hombre, «ayer, hoy y siempre».

miércoles, 9 de diciembre de 2009

El mendigo que confesó a Juan Pablo II

El mendigo que confesó a Juan Pablo II

Hace un tiempo, en el programa de televisión de la Madre Angélica en Estados Unidos (EWTN), relataron un episodio poco conocido de la vida Juan Pablo II.
Un sacerdote norteamericano de la diócesis de Nueva York se disponía a rezar en una de las parroquias de Roma cuando, al entrar, se encontró con un mendigo. Después de observarlo durante un momento, el sacerdote se dio cuenta de que conocía a aquel hombre. Era un compañero del seminario, ordenado sacerdote el mismo día que él. Ahora mendigaba por las calles. El cura, tras identificarse y saludarle, escuchó de labios del mendigo cómo había perdido su fe y su vocación. Quedó profundamente estremecido.
Al día siguiente el sacerdote llegado de Nueva York tenía la oportunidad de asistir a la Misa privada del Papa al que podría saludar al final de la celebración, como suele ser la costumbre. Al llegar su turno sintió el impulso de arrodillarse ante el santo Padre y pedir que rezara por su antiguo compañero de seminario, y describió brevemente la situación al Papa.
Un día después recibió la invitación del Vaticano para cenar con el Papa, en la que solicitaba llevara consigo al mendigo de la parroquia. El sacerdote volvió a la parroquia y le comentó a su amigo el deseo del Papa. Una vez convencido el mendigo, le llevó a su lugar de hospedaje, le ofreció ropa y la oportunidad de asearse.
El Pontífice, después de la cena, indicó al sacerdote que los dejara solos, y pidió al mendigo que escuchara su confesión. El hombre, impresionado, les respondió que ya no era sacerdote, a lo que el Papa contestó: "una vez sacerdote, sacerdote siempre". "Pero estoy fuera de mis facultades de presbítero", insistió el mendigo. "Yo soy el obispo de Roma, me puedo encargar de eso", dijo el Papa.
El hombre escuchó la confesión del Santo Padre y le pidió a su vez que escuchara su propia confesión. Después de ella lloró amargamente. Al final Juan Pablo II le preguntó en qué parroquia había estado mendigando, y le designó asistente del párroco de la misma, y encargado de la atención a los mendigos
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martes, 8 de diciembre de 2009

INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

Ángelus: Benedicto XVI invita a encomendarle a la Inmaculada a cada uno de nosotros, nuestras familias y toda la Iglesia y al mundo entero

Martes, 8 dic (RV).- En ésta que es “una de las fiestas más bellas de la Virgen María” -la solemnidad de su Inmaculada Concepción-, Benedicto XVI ha reflexionado, en el Ángelus de hoy, sobre el significado de este título de la Madre del Redentor, “la mujer que aplasta la cabeza de la serpiente que representa a Satanás”. Mediante Jesucristo nacido de Ella, “Dios mismo vencerá. El bien vencerá”. Con la liturgia de hoy, evocando el Libro del Génesis y el Evangelio de Lucas, el Papa ha destacado el ‘sí’ de María, la nueva Eva, “verdadera ‘madre de todos los vivientes’, es decir de “cuantos por la fe en Cristo reciben la vida eterna”.
"¡Queridos amigos, qué alegría inmensa tener como Madre a María Inmaculada! Cada vez que experimentamos nuestra fragilidad y las sugestiones del mal, podemos dirigirnos a Ella. Y nuestro corazón recibe luz y consuelo. También en las pruebas de la vida, en las tempestades que hacen vacilar la fe y la esperanza, pensemos que somos hijos suyos y que las raíces de nuestra existencia ahondan en la infinita gracia de Dios”.
Benedicto XVI ha exhortado a rogar a la Virgen Inmaculada su amparo por cada uno de nosotros, por la Iglesia y por el mundo, tal como hará él mismo esta tarde: “La Iglesia misma, aún expuesta a los influjos negativos del mundo, encuentra en Ella la estrella para orientarse y seguir la ruta que le indica Cristo. María es en efecto la Madre de la Iglesia, como han proclamado solemnemente el Papa Pablo VI y el Concilio Vaticano II. Por lo tanto, mientras rendimos gracias a Dios por este signo estupendo de su bondad, encomendemos a la Virgen Inmaculada a cada uno de nosotros, nuestras familias y las comunidades, a toda la Iglesia y al mundo entero. Lo haré yo también esta tarde, según la tradición, a los pies del monumento dedicado a Ella, en la Plaza de España”.En sus palabras en nuestra lengua, Benedicto XVI ha recordado también esta fiesta y la profunda devoción a la Virgen tan arraigada en España y América Latina: “Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana y a quienes se unen a ella a través de la radio y la televisión. La Iglesia celebra hoy la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima, tan arraigada en España y en los países latinoamericanos. La Purísima, como es denominada la Virgen en la liturgia de este día, fue preservada de toda mancha de pecado para ser digna morada del Cordero Inocente, abogada de gracia y ejemplo de santidad.
Que el Señor nos conceda el don, por intercesión de la “llena de gracia”, de purificarnos interiormente en este tiempo de Adviento para acoger con prontitud la venida de Cristo a nuestras vidas. Muchas gracias”.
Como cada año, el Papa ha saludado con especial alegría a la Pontificia Academia de la Inmaculada, encabezada por el Card. Andrea María Deskur.

domingo, 6 de diciembre de 2009

LA EUCARISTíA Y EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIóN



"Los Padres sinodales han afirmado que el amor a la Eucaristía lleva también a apreciar cada vez más el sacramento de la Reconciliación... Una cultura que hoy tiende a borrar el sentido del pecado, lleva a olvidar la necesidad de estar en gracia de Dios para acercarse dignamente a la comunión sacramental" (n. 20). "Es cometido particular del obispo recuperar la pedagogía de la conversión que nace de la Eucaristía y fomentar entre los fieles la confesión frecuente.

Todos los sacerdotes deben dedicarse con generosidad, empeño y competencia a la administración del sacramento de la Reconciliación. Se debe procurar que los confesionarios sean bien visibles y sean expresión del significado de este sacramento. Pido a los Pastores que vigilen atentamente sobre la celebración del sacramento de la Reconciliación, limitando la praxis de la absolución general exclusivamente a los casos previstos y siendo la celebración personal la única forma ordinaria" (n. 21). SACRAMENTUM CARITATIS.

sábado, 5 de diciembre de 2009

La Eucaristía, sacramento de unidad

Catequesis de Juan Pablo II
1. "¡Sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad!". Esta exclamación de san Agustín en su comentario al evangelio de san Juan (In Johannis Evangelium 26, 13) de alguna manera recoge y sintetiza las palabras que san Pablo dirigió a los Corintios y que acabamos de escuchar: "Porque el pan es uno, somos un solo cuerpo, aun siendo muchos, pues todos participamos de ese único pan" (1 Co 10, 17). La Eucaristía es el sacramento y la fuente de la unidad eclesial. Es lo que ha afirmado desde el inicio la tradición cristiana, basándose precisamente en el signo del pan y del vino. Así, la Didaché, una obra escrita en los albores del cristianismo, afirma: "Como este fragmento estaba disperso por los montes y, reunido, se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino" (9, 4).
2. San Cipriano, obispo de Cartago, en el siglo III haciéndose eco de estas palabras, dice: "Los mismos sacrificios del Señor ponen de relieve la unidad de los cristianos fundada en la sólida e indivisible caridad. Dado que el Señor, cuando llama cuerpo suyo al pan compuesto por la unión de muchos granos de trigo, indica a nuestro pueblo reunido, que él sustenta; y cuando llama sangre suya al vino exprimido de muchos racimos y granos de uva reunidos, indica del mismo modo a nuestra comunidad compuesta por una multitud unida" (Ep. ad Magnum 6). Este simbolismo eucarístico aplicado a la unidad de la Iglesia aparece frecuentemente en los santos Padres y en los teólogos escolásticos. "El concilio de Trento, al resumir su doctrina, enseña que nuestro Salvador dejó en su Iglesia la Eucaristía "como un símbolo (...) de su unidad y de la caridad con la que quiso estuvieran íntimamente unidos entre sí todos los cristianos" y, por lo tanto, "símbolo de aquel único cuerpo del cual él es la cabeza"" (Pablo VI, Mysterium fidei, n. 23: Ench. Vat., 2, 424; cf. concilio de Trento, Decr. de SS. Eucharistia, proemio y c. 2). El Catecismo de la Iglesia católica sintetiza con eficacia: "Los que reciben la Eucaristía se unen más íntimamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia" (n. 1396).
3. Esta doctrina tradicional se halla sólidamente arraigada en la Escritura. San Pablo, en el pasaje ya citado de la primera carta a los Corintios, la desarrolla partiendo de un tema fundamental: el de la koinon
a, es decir, de la comunión que se instaura entre el fiel y Cristo en la Eucaristía. "El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión (koinoía)con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es la comunión (koinonía) con el cuerpo de Cristo?" (1 Co 10, 16). El evangelio de san Juan describe más precisamente esta comunión como una relación extraordinaria de "interioridad recíproca": "él en mí y yo en él". En efecto, Jesús declara en la sinagoga de Cafarnaúm: "El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 56).
Es un tema que Jesús subraya también en los discursos de la última Cena mediante el símbolo de la vid: el sarmiento sólo tiene vida y da fruto si está injertado en el tronco de la vid, de la que recibe la savia y la vitalidad (cf. Jn 15, 1-7). De lo contrario, solamente es una rama seca, destinada al fuego: aut vitis aut ignis, "o la vid o el fuego", comenta de modo lapidario san Agustín (In Johannis Evangelium 81, 3). Aquí se describe una unidad, una comunión, que se realiza entre el fiel y Cristo presente en la Eucaristía, sobre la base de aquel principio que san Pablo formula así: "Los que comen de las víctimas participan del altar" (1 Co 10, 18).
4. Esta comunión-koinonía, de tipo "vertical" porque se une al misterio divino engendra, al mismo tiempo, una comunión-koinonía, que podríamos llamar "horizontal", o sea, eclesial, fraterna, capaz de unir con un vínculo de amor a todos los que participan en la misma mesa. "Porque el pan es uno -nos recuerda san Pablo-, somos un solo cuerpo, aun siendo muchos, pues todos participamos de ese único pan" (1 Co 10, 17). El discurso de la Eucaristía anticipa la gran reflexión eclesial que el Apóstol desarrollará en el capítulo 12 de esa misma carta, cuando hablará del cuerpo de Cristo en su unidad y multiplicidad. También la célebre descripción de la Iglesia de Jerusalén que hace san Lucas en los Hechos de los Apóstoles delinea esta unidad fraterna o koinon
a, relacionándola con la fracción del pan, es decir, con la celebración eucarística (cf. Hch 2, 42). Es una comunión que se realiza de forma concreta en la historia: "Perseveraban en oír la enseñanza de los Apóstoles y en la comunión fraterna (koinonía), en la fracción del pan y en la oración (...). Todos los que creían vivían unidos, teniendo todos sus bienes en común" (Hch 2, 42-44).
5. Por eso, reniegan del significado profundo de la Eucaristía quienes la celebran sin tener en cuenta las exigencias de la caridad y de la comunión. San Pablo es severo con los Corintios porque su asamblea "no es comer la cena del Señor" (1 Co 11, 20) a causa de las divisiones, las injusticias y los egoísmos. En ese caso, la Eucaristía ya no es ágape, es decir, expresión y fuente de amor. Y quien participa indignamente, sin hacer que desemboque en la caridad fraterna, "come y bebe su propia condenación" (1 Co 11, 29). "Si la vida cristiana se manifiesta en el cumplimiento del principal mandamiento, es decir, en el amor a Dios y al prójimo, este amor encuentra su fuente precisamente en el santísimo Sacramento, llamado generalmente sacramento del amor" (Dominicae coenae, 5). La Eucaristía recuerda, hace presente y engendra esta caridad.

Así pues, acojamos la invitación del obispo y mártir san Ignacio, que exhortaba a los fieles de Filadelfia, en Asia menor, a la unidad: "Una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y un solo cáliz para unirnos con su sangre; un solo altar, así como no hay más que un solo obispo" (Ep. ad Philadelphenses, 4). Y con la liturgia, oremos a Dios Padre: "Que, fortalecidos con el cuerpo y la sangre de tu Hijo, y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu" (Plegaria eucarística III).
©L'Osservatore Romano - 10 de noviembre de 2000

conociendo a santa Rafaela



jueves, 3 de diciembre de 2009

La vocación..

En el comienzo la vocación siempre es un descubrimiento. Una presencia ignorada se hace presente en la vida a partir de una multitud de ocasiones diferentes: una suma de coincidencias que no parecen tener explicación, una atracción súbita hacia la gratuidad y la desproporción, un estremecimiento casi sensorial ante un suceso que parece fortuito, pero que se descubre como especialmente sucedido para uno mismo.
Entendámonos bien: no es sino una sacudida, un golpe imprevisto, una reacción desmesurada, algo que rompe la rutina y nos hace detener el ritmo de la vida. Así es la vocación: se produce en un lugar del corazón con la imperiosa y súbita presencia del Ignorado. Más aún, en sus comienzos, lo normal es que persista la indeterminación, lo borroso de la presencia, las fronteras difusas del encuentro. Por eso se hace tan necesario el primer acompañamiento.

Xavier Quinzá, sj


Modular deseos, vertebrar sujetos
(del blog de pastoral vocacional:jesuítas

miércoles, 2 de diciembre de 2009

"Como fuego que arde". El consagrado abierto al fuego del Espíritu. Amedeo Cencini. (I)

Ed. san Pablo, pag. 42

Unidad y diversidad.
"Apertura a la acción del Espíritu quiere decir asimismo no una salida cualquiera hacia el otro, sino la libertad interior de trabajar por la unidad y al mismo tiempo promover la alteridad  y la diversidad, a imagen del Espíritu y de su acción dentro de la Trinidad y en la Iglesia.
Se dice que hoy existe una gran necesidad de unidad en la Iglesia y en la sociedad, pero también en nuestras comunidades y en los movimientos. Y sin embargo muy a menudo este anhelo corre el peligro de ser desatendido, tanta es la fragmentación e incluso la división que todavia existe entre nosotros, entre hombre y mujer, entre Iglesia y mundo, entre Iglesias diversas, entre Iglesia y vida consagrada, entre diversos institutos, entre diferentes grupos, dentro de nuestras fraternidades, tal vez también dentro de nosotros mismos..."