sábado, 31 de octubre de 2009

Discurso de Su Santidad Pío XII a los fieles presentes en Roma para la beatificación de la Sierva de Dios Rafaela María del Sagrado Corazón de Jesús.

Lunes 19 de mayo de 1952
Desde muchas regiones del mundo, pero sobre todo desde esa España, siempre pródiga en héroes y en santos, habéis venido a la Ciudad Eterna, amadísimos hijos e hijas, para asistir al triunfo de Rafaela María Porras y Ayllón, o, mejor todavía, de aquella Madre Sagrado Corazón, que, acaso desde la infancia, habéis aprendido a amar en sus obras y en sus hijas. Y Nos, al daros la más cordial bienvenida, sentimos casi la necesidad de evocar su dulce recuerdo, como quien piensa en alta voz y repasa sin querer los amables recuerdos de una madre, al verse rodeado de la que hoy es su generosa y esforzada progenie.

Las obras de Dios son siempre admirables. «Magna et mirabilia sunt opera tua, Domine» (Ap 15, 3); pero mucho más todavía cuando se actúan en materia más noble y con finalidad más alta. Por eso, si hemos de expresarnos así, nunca más admirables que en la preparación y formación de sus Santos. Tres etapas, para admirarlo en la vida de Rafaela María: una preparación providencial, una actividad querida sólo por Dios y un largo ocaso en la cruz.

Pocos nombres tan sugestivos como el de la vetusta Córdoba, donde tantas estirpes y civilizaciones, atraídas por su riqueza y su encanto, han ido depositando ese sedimento de cultura y de siglos que forman el alma de sus hijos, en la que parecen hermanarse la leve gracia andaluza, y la sesuda gravedad romana, la típica austeridad ibérica y la riqueza imaginativa y ornamental del árabe invasor.

Hija legítima de esta tierra luminosa fue Rafaela María, pero enriquecida además con el crisma cristiano recibido en la escuela de una madre ejemplar y profundizado después por la mano ungida de santos ministros del Señor. Porque en esto comenzará a manifestarse que Dios la ha elegido para algo: en que nunca le faltará, en los trances decisivos de su vida, quien, en nombre de Dios, le señale la ruta.

Una infancia inocente, una juventud casta, aun en medio de los peligros de aquel mundo que, por su alcurnia, podría creerla suya; después, una orfandad cada vez más retirada, más consagrada a la caridad y a la devoción; finalmente, el fruto natural de la piedad cristiana concretado en un deseo : el de consumirse como llama silenciosa ante un Tabernáculo escondido; y junto a todo, lo que nunca le faltará: la contradicción de quienes, para ella y para su hermana, soñaban otra cosa, las críticas por su género de vida y hasta el escándalo al conocer que el primer paso estaba dado y el nido familiar había quedado vacío.

En las manos del artífice divino, siempre paternales, el martillo y el escoplo han empezado a trabajar; ya está destacado el diamante y deja escapar algunos reflejos; pero ¡cuánto le queda por andar, sin que lo sepa! Había nacido exactamente en medio del siglo y estamos solamente en 1874, en el año en que la Providencia le hará encontrar aquel sacerdote, insigne por muchas razones, de altas miras y de decisiones enérgicas, que fue Don José Antonio Ortiz Urruela.

¿Para qué detallar ahora aquel agitadísimo bienio, cuando los hechos exteriores son lo de menos? A la luz de Dios y con la perspectiva del tiempo, los seres humanos con sus deseos y actividades, con sus movimientos y sus ansias, hasta con sus posibles errores y excesos, parecen hormiguitas que juegan a cambiar de sitio las chinitas del hormiguero, o gotitas de agua perdidas en el potente e irrefrenable flujo y reflujo de las olas del mar. Lo que importa es mirar la mano de Dios, que se prepara un diamante, un alma según el Corazón Divino de su Hijo, y esa alma es la de Rafaela María, con sus pocos años —apenas veintisiete—, con un ideal claro —la santidad por medio de la Reparación—, y con una obra en las manos, que ella no ha buscado —aquel Noviciado aislado y peregrino, cuyo centro natural va siendo sin querer—. Luego dirá : «Yo no quiero ser fundadora»: pero es inútil, porque lo quiere Dios, como quiere una planta: nueva cuando deja que el céfiro arranque una semilla y la transporte lejos.

Es el último tercio del siglo XIX y son muchas las cosas que experimentan una profunda transformación. ¿Porqué no habría de notarse también en lo que la vida religiosa tiene de contingente, enriqueciéndola con formas nuevas, más en consonancia con su tiempo y más capaces para producir en él frutos de santidad y apostolado? En el clásico apego a lo tradicional, que caracteriza el alma española, no se haría sin superar algunas dificultades. Y allí mismo, donde la línea se quiebra por el roce, la Providencia había puesto a Rafaela María, la que anhelando quietud y soledad había venido a encontrarse errante y fundadora.

De nuevo los hombres y los sucesos pasan por su historia, como la lanzadera por los hilos de la trama, que, sin saber lo que hace, va formando un precioso tejido. Morirá su guía principal, pero hallará, otros; de ciudad en ciudad, de residencia en residencia, de sufrimiento en sufrimiento, superando hoy un obstáculo y otro mañana. Rafaela María o, si queréis ya, María del Sagrado Corazón, fiel a su espíritu, no alzará altiva la frente, pero tampoco cejará. Año 1877; y un ilustre Príncipe de la Iglesia, el Card. Moreno, concederá al Instituto su primera. aprobación. Todavía otros siete años de actividad exterior, porque la planta es tierna y su mismo rápido crecimiento podría perjudicarla sin la que Dios tiene escogida para que, consolidándola, avance en el camino de la santidad, poniendo como fundamento de todo un amor sin límites al sacrificio, una delicadísima observancia regular, una devoción tiernísima al Sacramento de los altares y aquel no sabemos qué de sólido, equilibrado y fuerte, que en ella resplandecerá siempre y que ella iba a aprender en las lecciones de un gran patriarca de la vida religiosa, en San Ignacio de Loyola, a cuyos escritos —Ejercicios, Constituciones— acudirá. infaliblemente como a la fuente de su espiritualidad.

Ahora la planta tiene ya vida propia. ¿Se habrán completado en Rafaela María los designios de Dios? De ninguna manera; falta lo principal, pues la Providencia, que había dispuesto iniciar su santidad haciéndola fundadora, la quiere completar sacrificándola como víctima. Su papel se redujo a aceptarlo todo con amor y con esa especie de gracia natural del que parece que no hace nada. En sus repetidos y fervorosos Ejercicios había hecho muchas veces sus «oblaciones de mayor estima y mayor momento» (Ejercicios [97]), había pedido repetidamente aquella « humildad perfectísima... (queriendo y eligiendo) más... oprobios con Cristo lleno de ellos que honores..., (deseando) más de ser estimada por vana y loca por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por sabia y prudente en este mundo»(Ejercicios [167]). Y el Señor le había cogido la palabra. El artista divino deja el martillo y el escoplo y acerca el diamante a la rueda de la vida, que gira vertiginosamente. En lontananza, surge el perfil de una Cruz.

Tampoco aquí, hijos e hijas amadísimos, hemos de detenernos en los hechos puramente externos que, siendo humanos, tienen que participar de aquellos contrastes —tierra y cielo— capaces de desorientar a quien se olvidase de una Providencia, que busca sus fines consintiendo que las criaturas humanas se muevan libremente e incluso sirviéndose de las buenas intenciones de todos, como cuando deja que el viento se desate, arrastre las pesadas nubes y las haga correr por el cielo descargando de sus negras entrañas granizos y truenos. Y ¡cómo se debieron acumular en el cielo de la Madre Sagrado Corazón hasta llegar a aquella renuncia de 1893, aquí en Roma! Y ¡qué dolorosas debieron resultar para su espíritu delicadísimo aquellas incomprensiones, aquellas dudas, aquellas desconfianzas que, poco a poco, iban aislándola de los hombres, rodeándola de sombras e impulsándola, lenta pero inexorablemente, hacia aquella Cruz donde la esperaba su amado de siempre, el que la estaba haciendo su «víctima de amor»!

Tiene solamente cuarenta y tres años y una naturaleza riquísima; le quedan de vida otros treinta y dos que van a ser más de seis lustros interminables de aniquilación progresiva y de martirio en la sombra. Y, consciente de su vocación, en la sombra entra, con la grandeza de las almas que van al sacrificio con los ojos abiertos; que, en lo alto de la Cruz, no despliegan los labios para dejar oír un gemido; que saben paladear, día por día, el amargo de una inmolación más dolorosa cuanto más lenta, más ignorada y más larga. En la sombra, para obedecer, para negarse a sí misma, para trabajar sin que por ella sienta que las nieblas, que la rodeaban, se hayan disipado. En la sombra, no para olvidar, que sería demasiado dulce, pero sí para ser olvidada, que es la corona máxima del sacrificio. En la sombra, para hacerse notar solamente por una vida más austera, una penitencia más rígida, una humildad más profunda. « El Amigo que lleva en el corazón no la deja reposar »; y a este Corazón Divino, al que atribuye todo, —su fundación, su vida—, al que ha ofrecido todo, a ese mismo se ofrece todos los días desde su sombra, en espíritu de reparación, por los pecados del mundo, para gloria del Padre y santificación de las almas.

El 24 de Diciembre de 1924 Nuestro gran Predecesor, de santa memoria, abría la Puerta Santa del año jubilar 1925. Trece días después se abrían las puertas del cielo para la Madre María del Sagrado Corazón.

El artista divino ha terminado su labor y el diamante, bien pulido en todas sus caras, es una obra maravillosa y perfecta: ¿quién pensará, viéndolo brillar en el cielo, engastado en la corona de los Santos; quién pensará, contemplándolo tan hermoso y acabado, en las vueltas que hubo que darle para pulimentarlo, en las infinitas partículas que hubo que arrancarle a golpe vivo, o en los instrumentos de que la Providencia se sirvió?

Hoy, las Religiosas Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, con sus colegios y escuelas, sus casas de Ejercicios, residencias, Asociaciones y Obras de todas clases, hacen un bien inmenso desde la España nativa hasta el remoto Japón, donde con tanto placer hemos sabido el fruto que recogen. Pero la raíz de todo, está en el sacrificio y en la santidad de un alma, que se dejó gobernar por la Providencia divina.

Su suavidad, su humildad, su estricta observancia, su amor a la abnegación y al sacrificio, su fidelidad a un espíritu seguro, equilibrado y firme, su adhesión incondicional y filial a esta Sede de Pedro, su devoción a aquel Corazón Divino, escondido bajo los velos eucarísticos, son el ejemplo que ha dejado a todos y especialmente a vosotras, sus hijas, que ella tanto amó. Por ese camino el Señor jamás os negará sus gracias. Prenda de ellas y testimonio de Nuestra especial benevolencia es la Bendición Apostólica, que con paternal amor os queremos dar, primero al amadísimo Instituto con todas sus casas, personas, obras y proyectos; luego a todos los que se benefician de su apostolado; y, por fin, de modo particular, a los presentes, con todas sus intenciones y todas aquellas personas que ellos llevan en estos momentos en la mente o en el corazón.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Tomas Merton. Ha resucitado.

Hemos sido llamados a compartir
la Resurrección de Cristo
porque sufrimos y padecemos como seres humanos
Con frecuencia olvidamos
que en todos los relatos
de la Resurrección los testigos,
en principio,
están firmemente seguros
de la muerte de Cristo.
Las mujeres, camino del sepulcro,
pensaban que Jesús estaba muerto,
que ya se había ido.
Sólo pensaban
en embalsamar su cuerpo.
El problema era la tumba,
sellada
con una piedra
demasiado pesada
para poderla mover.
No sabían
cómo encontrar a alguien
que corriera la losa
para poder llegar
al cuerpo muerto.
Creemos que hay una piedra enorme
que cierra el paso 
Es como un ejemplo
psicológico,
pues frecuentemente
actuamos así
en nuestra vida cristiana.
Aunque “digamos” con nuestros labios
que Cristo ha resucitado,
en el fondo de nuestro ser
es como si le creyéramos
muerto.
Pensamos en una piedra
enorme que cierra el paso
y nos impide llegar
a su cuerpo muerto.
Nuestra religión cristiana
con frecuencia
no es más que el culto
del cuerpo muerto de Cristo,
culto unido a la angustia
y desesperación
por el problema
de cómo correr la piedra
que nos impide alcanzarle.
No es una broma:
es lo que ocurre realmente
cuando
la religión cristiana deja de ser
fe verdaderamente viva
y se reduce
a un mero cumplimiento de ritos
establecidos.
Tal clase de cristianismo
ya no es vida
en Cristo resucitado,
sino un culto formalista
a Cristo muerto,
a quien se considera
no como
la luz y la salvación
del mundo,
sino como a una “cosa” divina,
un objeto de extrema santidad,
un vestigio teológico.
El resultado
es que se sustituye
la presencia viva
por una cosa;
y así nuestras vidas
se ven privadas
de
la indecible e invisible
-aunque tremendamente cercana
y llena de poder-
presencia del Señor
que vive.


Levantamos así
un andamiaje
de piadosas imágenes
y abstractos conceptos,
para convertir a Cristo en una sombra
y, finalmente,
reducirlo a una figura de cera;
luego la gente recorre enormes distancias
para venerar
objetos inertes,
embalsamarlos
con toda clase de perfumes
e inventar fantásticos cuentos
sobre lo que tal cosa
podría contribuir
a hacernos ricos
y ser felices
mediante la magia de su poder.
Nosotros mismos nos creamos
oscuros problemas religiosos
Nunca debemos dejar
que nuestras ideas,
hábitos, ritos y prácticas
se nos hagan más reales
que Cristo resucitado.

Debemos aprender
como san Pablo
que todos esos aditamentos religiosos
no tendrán valor
si representan un obstáculo
en nuestro camino
hacia la fe en Jesucristo
o nos impiden amar a nuestros hermanos
en Cristo.
Pablo volvía su vista atrás,
a los días en que había sido
un fiel practicante de la ley,
y confesaba
que toda esa piedad
no tenía significado alguno.
La rechazaba por carecer de valor,
y sólo ansiaba una cosa,
según sus palabras:
“Creo que nada
me puede suceder
mejor
que conocer a Jesús, mi Señor.
Por Él he aceptado
la pérdida de todas las cosas,
y todo lo tengo
por inmensa basura.
¡Si pudiera tener a Cristo
y se me diera un espacio en Él!
Ya no procuro alcanzar la perfección
con mis propios esfuerzos…
sino que sólo procuro la perfección
que viene de la fe en Cristo.
Todo lo que quiero conocer es a Cristo
en el poder de su resurrección,
y compartir sus sufrimientos
reproduciendo
en mí
el modelo de su muerte”

(Fil 3, 8-11).
No está aquí:
ha resucitado
Cuando las piadosas mujeres

llegaron al sepulcro
encontraron
que la piedra
había sido corrida.
Pero ese hecho carecía de importancia,
pues lo nuevo era que el cuerpo
de Jesús
no estaba allí.
El Señor había resucitado
y lo hizo con nosotros.
Nosotros mismos
nos creamos oscuros problemas
religiosos
al tratar desesperadamente
de abrirnos paso
hacia un Cristo muerto
en su tumba.
En ese caso,
aunque pudiéramos correr la piedra
no podríamos encontrar su cuerpo
porque ya no es más un muerto.
No es un ser inerte,
ni un despojo sin vida:
no nos pertenece,
ni es una reliquia superadmirable:
NO ESTÁ ALLÍ,
HA RESUCITADO.
La vida cristiana,
la adoración cristiana,
la misa,
todo eso que hacemos,
lo ha oscurecido
una piedad limitada a los
ritos y fórmulas,
que insiste en tratar
a Jesús resucitado
como si fuera un muerto,
un objeto santo,
no Espíritu
y Vida,
e Hijo de Dios vivo.

lunes, 26 de octubre de 2009

Tomas Merton. Conjeturas de un espectador culpable.

En el centro de nuestro ser hay un punto de nada que no está tocado por el pecado ni por la ilusión, un punto de pura verdad, un punto o chispa que pertenece enteramente a Dios… Ese puntito de nada es la pura gloria de Dios en nosotros.
Es, por así decirlo, su nombre escrito en nosotros, como nuestra pobreza, como nuestra indigencia, como nuestra filiación. Es como un diamante puro, fulgurando con la invisible luz del cielo. Está en todos, y si pudiéramos verlo veríamos esos billones de puntos de luz reuniéndose en el aspecto y fulgor de un sol que desvanecería por completo toda la tiniebla y la crueldad de la vida… No tengo programa para esa visión. Se da, solamente. Pero la puerta del cielo está en todas partes.

Thomas Merton, Conjeturas de un espectador culpable, Pomaire, Santiago de Chile, Buenos Aires,

Barcelona, México 1967, p. 148.

Sacramentum Caritatis. Benedicto XVI

EUCARISTíA Y ACCIóN SOCIAL

"El Sacrificio de Cristo es para todos; por eso la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse pan partido para los demás y por tanto a trabajar por un mundo más justo y fraterno. Pensando en la multiplicación de los panes y de los peces, hemos de reconocer que Cristo sigue exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona: ‘dénles ustedes de comer’ Mt 14,16" (n. 88).
"La Eucaristía es un sacramento de comunión entre hermanas y hermanos que aceptan reconciliarse en Cristo, el cual ha hecho de judíos y griegos un solo pueblo, derribando el muro de enemistad que los separaba (Ef 2,14). Cristo, por el memorial de su sacrificio... apremia a los que están enfrentados para que aceleren su reconciliación abriéndose al diálogo y al compromiso por la justicia. La Iglesia no tiene como tarea propia emprender una batalla política para realizar la sociedad más justa posible; sin embargo, tampoco puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia. Deben denunciarse las circunstancias que van contra la dignidad del hombre, por el cual Cristo ha derramado su sangre" (n. 89).

Tomas Merton. Ha resucitado.

Si hemos resucitado

con Cristo
deberemos arrostrar
estar a su lado
en la soledad de su Pasión,
cuando todo lo establecido,
religioso y civil,
se volvió contra Él,
como un estado moderno
se defendería
de un radical peligroso;
de hecho
había “radicales peligrosos”
entre los apóstoles.
El cristiano debe atreverse
a seguir su conciencia
incluso en las causas perdidas
Simón el Zelote
era miembro 
de la extrema izquierda
de la política judía,
luchador de una supuesta libertad
contra el poder de Roma.
Si estudiamos
el juicio
y la ejecución
de Jesús,
veremos que fue condenado
por ser un
revolucionario,
un radical subversivo
que luchaba para
derrocar
el gobierno legítimo.
No es así
en el sentido político.
Jesús
permaneció completamente al margen
de toda política judía,
ya que su reino
no es de este mundo.
Pero sus acciones
pueden ser tergiversadas
de modo que aparezcan
como una revolución política.
Aunque luchaba
“por la libertad”
lo hacía de un modo personal y distinto.
Su muerte
y resurrección
fue la acción culminante
de su lucha
por librarnos
de toda clase de tiranías,
de toda forma de dominio
que viniera de alguien o algo
que no fuera el Espíritu,
le ley del amor
y el “designio de gracia”
de Dios.
Cuando comprendamos
estas cosas
comprenderemos
lo que encierran las palabras de san Pablo
en alabanza de la libertad
que viene
sólo de la Cruz
y resurrección
de Cristo:
“Cuando Cristo nos liberó”
-dice san Pablo“
quiere decir
que quedamos libres.
Permaneced firmes, por tanto,
y no volváis a someteros
al yugo de la esclavitud”.
… la humildad de estar solo
y atento
al designio y gracia de Dios.


En la carta a los Gálatas (5, 1)
Pablo reprocha
a los judíos convertidos
que piensan
que son necesarias
algunas prescripciones legales:
como si no se pudieran salvar
sin haber sido circuncidados.
Los gálatas conversos
sentían la tentación de disponer
-como se diría hoy-
de un “superpoder nuclear”,
sólo que en plan religioso.
Querían
estar completamente seguros
de que todo,
absolutamente todo,
estaba bien protegido.

Debemos atrevernos
a estar junto a Cristo

en la soledad de su Pasión
Pues ellos –los gálatas-
no sólo adoptaron la fe cristiana,
sino también todo el rito judáico,
pues de este modo,
si el cristianismo
no resultaba ser
lo suficientemente bueno
¡tendrían la protección
de la ley judía!
Tal espíritu
de “superpoder”
es característico
del cristiano
que teme ser sencillamente cristiano
en el mundo actual;
no se conforma con la fe
en Cristo resucitado;
no se confroama con la gracia
y el amor
de Cristo;
quiere el consuelo
y la justificación
de estar al lado
de la riqueza y el poder.
En algunos casos
tal cristianismo
se transforma
literalmente
en una “superpotencia”
religiosa:
la religión
que demuestra
que se es fiel a Cristo
cuando se está dispuesto
a destruir a sus enemigos
(los de Cristo),
una y otra vez.
Pero para esto
¡habrá que olvidar
todas las molestas afirmaciones
del Nuevo Testamento
sobre el
amor a los enemigos!
Para liberarnos de toda clase de dominación
excepto de la ley del Espíritu y del Amor
Según san Pablo
“Toda ley se resume
en un simple mandamiento:
ama
a tu prójimo
como a ti mismo…
Si te dejas guiar
por el Espíritu
no correrás el peligro
de ceder a la satisfacción
de tus inmoderados deseos,
pues tal satisfacción
se opone al Espíritu” (Gál 5, 14-16).
Y continúa hablando
para subrayar la dificultad
de negarse a sí mismo;
pero esto es algo inseparable
de la Cruz de Cristo.
Cuando Cristo nos libero
fue para que permaneciéramos libres


Hemos sido llamados
a compartir la Resurrección
de Cristo
no porque hayamos cumplido con la ley
de Dios y de los hombres,
ni porque seamos unos héroes religiosos,
sino porque
somos seres humanos;
pecadores,
que luchan por sus propias vidas;
prisioneros,
pero en lucha por la libertad;
rebeldes,
pero pertrechados con armas espirituales
para combatir las fuerzas
que degradan
e insultan
la dignidad humana.

Si fuéramos capaces
de ganar la batalla
por la libertad
sin la ayuda de Cristo,
no hubiera venido
para luchar por y con nosotros.
Vino
para reunirnos en torno suyo
para la batalla
por la libertad;
y el hecho de que

hayamos sido heridos
en la pelea
o de que
hayamos pasado
todo nuestro tiempo hasta ahora
esquivando la lucha,
es igual,
pues Él está con nosotros,
ha resucitado.


El relato evangélico
de la Resurrección
según Marcos
es profundamente sugerente,
pues no sólo muestra
la Resurrección
como clave
y centro

de la fe cristiana,
sino porque, con frecuencia,
la experiencia pascual
sigue el ejemplo de los apóstoles
y otros testigos:
la experiencia de las piadosas
mujeres
ante el sepulcro.
Es un ejemplo típico
del dinamismo de la fe cristiana.

sábado, 24 de octubre de 2009

Tomas Merton. Ha resucitado.

“Ha resucitado, no está aquí… va delante de vosotros a Galilea”. (Mc 16, 6-7).
Cristo ha resucitado, Cristo vive.
Cristo es el Señor
de los vivos y de los muertos.
Es el Señor de la historia.
Cristo es el Señor
de una historia que se mueve.
No sólo sostiene
el principio y el final
en sus manos,
está en la historia
con nosotros,
caminando delante
hacia donde vamos.
No está siempre
en el mismo lugar.
Camina delante de nosotros
Allá donde vamos
El culto al Santo Sepulcro
es cristiano en tanto
en cuanto es culto
al lugar
donde Cristo ya no
puede ser encontrado.
Tal culto
sólo es válido con
una condición:
que queramos seguir adelante,
seguirle
hacia donde aún no estamos,
buscarle
donde nos ha precedido
 -a Galilea –
Estamos llamados
no sólo a creer
que Cristo una vez
resucitó
de entre los muertos
para probar
que era Dios:
estamos llamados
a experimentar la resurrección
en nuestras propias vidas
entrando
en el dinámico movimiento
que es seguir a Cristo
viviente en nosotros.
Tal vida,
tal dinamismo
se expresa por el poder
del amor
y del encuentro:
Cristo vive en nosotros
si nos amamos mutuamente.

Y nuestro amor
de unos por otros significa
la participación
en la historia de unos
con otros.
Cristo vive en nosotros
y nos guía
por medio del encuentro
y del compromiso,
a un futuro nuevo
que construimos juntos
unos para otros.
Ese futuro se llama
el reino de Dios.
El reino ya se ha establecido;
el reino
es una realidad presente,
pero aún hay tarea.
Cristo nos llama
a trabajar juntos
en la construcción de su reino.
Cooperamos con él
en llevarlo a la perfección.
Debemos querer seguirle
Este es el mensaje eterno
de la Iglesia,
no sólo del domingo de Pascua,
sino de todos los días
del año,
y de todos los años
hasta el fin del mundo.
El dinamismo
del misterio pascual
está en el corazón
de la fe cristiana.
Es la vida de la Iglesia.
La Resurrección
no es una doctrina
que tratamos de probar
o un problema
sobre el que discurrimos,
sino que es la vida

y la acción
de Cristo mismo
en nosotros
por medio de su Santo Espíritu.
Cristo vive en nosotros
y nos guía por medio del encuentro
y del compromiso
Un cristiano
fundamenta su vida entera
en estas verdades.
Toda su vida
cambia
por la presencia
y la acción
de Cristo resucitado.
Sabe
que ha encontrado
a Cristo resucitado,
como lo encontró Pablo
camino de Damasco.
Un encuentro así
no tiene por qué ser dramático,
pero sí
personal
y real.
El bautismo es, ciertamente,
un sello
y un signo
de ese encuentro.
El bautismo
debe vivirse
en encuentros posteriores
con Cristo:
en la eucaristía,
en los otros sacramentos,
en leer y escuchar
la palabra de Dios,
y en un darse cuenta de que
la palabra
es dirigida a nosotros
personalmente.
El verdadero encuentro con Cristo
por la palabra de Dios
despierta algo
en lo hondo de nuestro ser,
algo

que no sabíamos estaba allí.
El verdadero encuentro con Cristo
nos libera del algo,
pues es una fuerza
que ignorábamos tener:
esperanza,
capacidad de vivir,
flexibilidad,
habilidad para rehacernos
cuando creíamos
haber fracasado:
capacidad de crecer
y de cambiar;
poder creador
que nos transforma.
Toda la vida del cristiano
cambia
ante la presencia de Cristo resucitado
Para un cristiano
no existe la derrota,
porque Cristo resucitado
vive en nosotros,
y Cristo
ha superado todo
lo que nos puede destruir
o detener
en el crecimiento humano
y espiritual.
En el misterio pascual
la Iglesia canta
el duelo
entre la muerte y la vida, que
acaece en nuestro corazón.
Es una lucha amarga,
desesperada,
combate entre la vida y la muerte
que tiene lugar en nosotros,
la batalla de la desesperación
humana
contra la esperanza cristiana.
El verdadero encuentro con Cristo
despierta algo en lo más profundo de nuestro ser
La vida resucitada
no es fácil,
es también morir.
La presencia
de la resurrección
en nuestras vidas
significa
la presencia de la cruz,
ya que nosotros
no resucitamos con Cristo
hasta que no muramoscon Él.
Por medio de la cruz
entramos
en el dinamismo
de la transformación creadora;
en el dinamismo
de la resurrección
y la renovación,
en el dinamismo
del amor.
La enseñanza de san Pablo
se centra completamente
en la Resurrección.
¿Cuántos cristianos
comprenden realmente
lo que san Pablo quiere expresar
cuando proclama
que nosotros “estamos muertos para la ley”
y así resucitamos con Cristo?
¿Cuántos cristianos
se atreven a creer
que quien resucita con Cristo
disfruta de la libertad
de los hijos de Dios
y no se encuentra atado
por las prohibiciones
y tabús
de los prejuicios humanos?
No resucitamos con Cristo
si primero no morimos con Él
Resucitar con Cristo
significa no sólo
que existe la opción
o que se puede vivir
bajo una ley con miras más altas
-la ley de la gracia
y del amor-
sino que se debe proceder
como sigue.
La primera obligación del cristiano
es mantenerse libre
de toda superstición,
de todo ciego tabú
y de todo formulismo religioso,
esto es,
de todas las formas vacías
propias del legalismo.
Poder de transformación creativa
Vuelve a leer la carta a los Gálatas
otra vez.
Léela a la luz
de las recomendaciones
que da la Iglesia,
para que se cumpla la renovación.
El cristiano
debe tener el coraje
de seguir a Cristo.
El cristiano
que ha resucitado con Cristo
debe atreverse
a seguir su conciencia,
incluso en las causas perdidas,
y debe, si fuere necesario,
manifestar su desacuerdo
con la mayoría,
así como tomar decisiones
que sabe
están de acuerdo con el Evangelio
y las enseñanzas de Cristo,
aunque otros
no comprendan
el por qué de su actuación.
“Los que siguen a Cristo
son llamados por Dios
no por sus logros,
sino por motivosy gracia de Él”
(Lumen Gentium, 40)
Esta afirmación
echa por tierra
el complejo
de muchos cristianos
que piensan
que nunca llegarán a nada
porque no habiendo
podido hacer algo
ante los ojos de los demás
tampoco podrán llegar
a nada
ante los ojos de Dios.
De nuevo
nos encontramos con otro
aspecto
de las enseñanzas de san Pablo
sobre la libertad.



Muchos cristianos
no son libres
porque viven bajo el dominio
de ideas ajenas.
Se someten
pasivamente
a las opiniones de la mayoría.
Para protegerse
a sí mismos
se esconden en la multitud
y corren
con ella
incluso cuando
acaece el tumulto del linchamiento.
Tienen miedo de la soledad,
de la desnudez moral
en la que se sentirían
lejos de la multitud.
Pero el cristiano
en quien Cristo resucitó
se atreve
a pensar
y actuar
de forma diferente.
a la multitud.

Tiene su propias ideas,
no por arrogancia,
sino porque
es lo suficientemente humilde
como para estar solo
y prestar atención
al propósito
y a la gracia de Dios,
que con suma frecuencia
son opuestos
a los propósitos
y planes
del entramado del poder mundano
al uso.
Para mantener la libertad
frente a toda forma vacía de legalismo.

conociendo a santa Rafaela(8)



viernes, 23 de octubre de 2009

Tomas Merton.

¿Cuál es mi desierto? Su nombre es compasión... No existen fronteras que controlen a los moradores de esta soledad en la cual yo vivo solo… perteneciendo a todos y a nadie… porque Dios está conmigo y se asienta en las ruinas de mi corazón, predicando el evangelio a los pobres… ¿Supones que yo tengo una vida espiritual? No, no la tengo. Yo soy indigencia, soy silencio, soy pobreza, soy soledad, porque he renunciado a la espiritualidad para encontrar a Dios y es Él quien predica en voz alta en lo profundo de mi indigencia… Compasión. Te tomo por mi Señora. De la misma manera que Francisco desposó a la Pobreza, yo te desposo a ti, Reina de los eremitas y Madre de los pobres.

 DE: Los diarios de Merton.La cita corresponde a: La vida íntima de un gran maestro espiritual: Vol. I.
Diarios (1939-1960). Patrick Hart y Jonathan Montaldo, eds. (Barcelon: Oniro, 2000), 130].


miércoles, 21 de octubre de 2009

A corazón abierto, Javier Albisu, sj. (IX)

Resucitar con el corazón

Resucitar con el corazón es descubrir que en la tumba no acaba nuestra suerte.
Es dejar que la esperanza “un más” de vida, nos inyecte.
Es hallar al que esperamos, y moríamos por verle.
Resucitar con el corazón es sentir las manos llenas de un gozo que no miente.
Es dejar fluir la vida como un agua de vertiente.
Es repartir los cinco panes, entre un millar de gente.
Resucitar con el corazón es saberse regalado, cuando nadie así lo entiende.
Es verse perdonado, cuando no se lo merece.
Es enterarse que una herencia nos han dado, sin saber ni cómo viene.
Resucitar con el corazón es despertar como niño, lo viejo que se duerme.
Es pintar un arco iris, en cada gota, mientras llueve.
Es saber que en el amor, queda vencida toda muerte.
Resucitar con el corazón es encontrar en el bosque, ese claro donde el cielo pueda verse.
Es dar con la vida, que en un pequeño seno, empieza ya a moverse.
Es empaparse de un amor, que por los poros entra, y se nos mete.
Resucitar con el corazón es ocuparse del vivir, que entre el nacer y el morir, nos pertenece.
Es saber que lo eterno por venir, nuestra elección nos compromete.
Es tener la libertad de los que aman, a los que nada les detiene.
Resucitar con el corazón es cruzar con Cristo la puerta estrecha de su Cruz en Viernes,
sabiendo que pasado el sábado, su Vida Nueva,
el Domingo viene.

martes, 20 de octubre de 2009

A corazón abierto, Javier Albisu, sj. (VIII)

Morir con el corazón

Morir con el corazón es caer en tierra y ser fecundo.
Es salir de si mismo renunciando a uno.
Es saber porqué y a dónde, se encamina toda vida en este mundo.
Morir con el corazón es dar belleza al rostro cuando es tiempo del ayuno.
Es aguardar en la brecha, lo que en llegar no tiene apuro.
Es tomar la santidad, no como prenda o como un lujo.
Morir con el corazón es dejar de golpearse la cabeza contra aquello que se opuso.
Es no vivir de la nobleza de aquello que se tuvo.
Es conocer la grandeza de lo pequeño que está oculto.
Morir con el corazón es sentir que el alma se estremece al dejar lo que era suyo.
Es acabar de reprocharse por lo mucho, que quizás, no pudo, y aprender a dar las gracias por lo poco, que en sus propias manos, cupo.
Morir con el corazón es saber estar en paz en un lugar seguro.
Es entender que los inviernos, no son largos sino duros.
Es aprender en los otoños a soltar lo que, antes por un tiempo, se retuvo.
Morir con el corazón es enfrentar a la muerte cara a cara y sin tapujos.
Es poder estrechar bien franca la mano del verdugo, y entregarle a su suerte lo que más vivo estuvo.
Morir con el corazón es vaciar las alforjas sin guardarse ni un mendrugo.
Es entregar la posta a quien le toca el turno.

Morir con el corazón es devolverle a Dios en perla, lo que su amor en grano, puso.

lunes, 19 de octubre de 2009

Familia religiosa ignaciana. (de la revista Jesuitas, nº102).-3

Colaboración mutua
Primero por referencia a una misma tradición espiritual. Tenemos mucho que aprender unos de otros, cada uno y cada una, individual y colecti­vamente. Se da así una reafirmación en las fuen­tes y en lo que especifica cada camino particular, como perteneciente a tal grupo o congregación concreta, o como laico de tal movimiento, o como jesuita de su comunidad. En efecto podemos aportarnos mucho mutuamente en nuestro modo propio de sentir las cosas y de expresarlas, de comprender nuestra espiritualidad y la misión, en el buscar y hallar a Dios en todas las cosas: es nuestra diversidad que sólo ahora empezamos a descubrir.
Además hay que buscar una manera de actuar apostólicamente. Trabajar juntos no es una opción posible, sino un desafío apostólico y una gracia, una necesidad. Importa discernir juntos tareas y prioridades; es colaborar en lo posible allá donde seamos llamados a actuar como discí­pulos y apóstoles de Cristo.
Más aún, hay una manera de expresar qué es a lo que el Señor nos llama: personas que cuidan de los demás, que se escuchan y dialo­gan, que se estiman y aprecian, que buscan vivir como «amigos en el Señor», y que les mueve la voluntad de dirigirse a un mundo despiadado y duro, y testimoniar que el Espíritu de Dios crea proximidad y respeto en personas llamadas a ser un corazón de carne por los caminos pedregosos de un mundo dividido. Y, por fin, el deseo de ser discípulos de Cristo a la manera de Ignacio, Javier y Fabro.
Ser «nosotros mismos»
Una relación con el mundo absolutamente positiva, no por optimismo, que sería artificial, sino porque la experiencia cristiana se vive en el corazón de realidades ambiguas y cambiantes del mundo en el que vivimos, y a Dios hay que bus­carlo y hallarlo en todo, en cualquier situación.
Una vida interior y un caminar espiritual que, a partir de la experiencia de Dios que facilitan los Ejercicios, abren al deseo de salir al encuentro del Señor en la acción, aquí y siempre, en los aconte­cimientos y en los hombres, y así encarnarse en el mundo del Hijo de Dios hecho hombre y participar con Él, como servidores, de su misión.
Además un sentido de Iglesia que se vive con un corazón y un espíritu suficientemente abiertos para entender lo que decía Juan Pablo sobre el hombre de hoy: Este hombre es el cami­no de la Iglesia, camino que se despliega de una determinada manera, en la base de todas las rutas que la Iglesia debe asumir, porque el hom­bre –todo hombre sin ninguna excepción– ha sido rescatado por Cristo, porque Cristo está unido al hombre, a cada hombre, sin ninguna excepción, aunque el hombre no sea consciente de ello.
En fin, el cuidado de no priorizar los «asun­tos de familia». Hay que descentrarse de sí mis­mos, desplazando el centro de atención y las propias preocupaciones hacia donde aparecen las necesidades y esperanzas de los hombres de hoy, porque la familia ignaciana opta por lo que se proponía Javier en su tiempo: hacerse presentes en las fronteras del mundo y de la cultura de hoy.
El porvenir de la familia ignaciana
La Congregación General 34 de la Compañía de Jesús invitaba a la creación de una «red apos­tólica ignaciana» en los términos siguientes: La existencia de tantas personas de inspiración igna­ciana atestigua la vitalidad permanente de los Ejercicios y su poder de animación apostólica. La gracia de una nueva era de la Iglesia y el dina­mismo hacia un plus de solidaridad nos empujan de una manera decisiva a reforzar los lazos con todas estas personas y grupos. Así podríamos crear una red apostólica ignaciana (d. 13, n. 21). Trabajar juntos anudará los vínculos entre perso­nas y grupos, permitirá que nazca una red en el que cada uno tenga su lugar y su misión propia y podamos así aportar a la Iglesia y a los hombres de nuestro tiempo lo que se nos confiado, es decir una tarea que no podemos abandonar. Está claro que esto significa cambio en el modo de pensar y hacer, pues se trata de una nueva «cultura apos­tólica», una apuesta decidida por lo que se busca, se experimenta y se vive en una familia igna­ciana que desea amar y servir al Señor en estos tiempos nuevos que demandan corazones libres y espíritus abiertos para avanzar humildemente hacia aquello a lo que hemos sido convocados.
(Condensación de Jésuites de France, 2007)